La guerra meteorológica de Trump
La guerra meteorológica de Trump
Martes, 10 de Septiembre 2024
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La mayor guerra que libra la humanidad está relacionada con el clima. Tiene dos frentes. Uno es el cambio climático. Vamos perdiendo. La temperatura del planeta ya ha subido un grado. El otro es la prediccion meteorológica. Y, por el momento, vamos ganando. La vigilancia meteorológica mundial es una de las grandes proezas científicas de nuestra época. Pero, sobre todo, es el mejor ejemplo de que el ser humano es capaz de ponerse de acuerdo con el resto de los seres humanos. Y pelear, codo con codo, contra los elementos. Esta colaboración puede saltar por los aires si Donald Trump cumple su promesa retirar a Estados Unidos de una alianza planetaria que funciona desde el siglo XIX.
Hemos desplegado un ejército formidable. Hay 10.000 estaciones meteorológicas de superficie repartidas por el mundo, tanto automáticas como operadas con personal; 1000 estaciones atmosféricas, 7000 barcos, 3000 aviones comerciales, 1100 boyas, 66 satélites y cientos de radares y globos sonda que toman datos por tierra, mar y aire cada minuto del día. La mayor parte de estas observaciones las llevan a cabo los servicios meteorológicos nacionales. Pero es un ejército sin banderas. Los datos recopilados por cada país se comparten con el resto del mundo en tiempo real. Gratis y sin restricciones.
Lo estamos haciendo así desde hace 150 años. Porque las borrascas y los anticiclones no respetan fronteras. Hoy, las informaciones proporcionadas por esa red interconectada de termómetros, pluviómetros, anemómetros y barómetros son procesadas con superordenadores que aplican los más avanzados algoritmos y modelos matemáticos, basados en las leyes de la física, y que anticipan los desplazamientos de las masas de aire con una precisión nunca vista.
Es un sistema de sistemas integrado en el que participan los 193 países adscritos a la Organización Meteorológica Mundial (OMM), un organismo de la ONU con sede en Ginebra; que tomó el relevo en 1950 de otra institución internacional fundada en Viena en 1873. Todos se benefician. Ricos y pobres. Estados Unidos pudo proteger a su población de la oleada de tornados que sufrió esta primavera, un par de ellos muy potentes en Kansas y Ohio, porque sabía exactamente dónde, cuándo y con qué intensidad iban a golpear. Solo hubo una víctima. En 2011, un tornado similar mató a 161 personas en Misuri. Y, en mayo, la India pudo prepararse para el ciclón Fani porque las autoridades dispusieron de una alerta temprana para evacuar a un millón de personas. En 1999, un ciclón semejante mató a 10.000.
Pero el enemigo también es formidable: inundaciones, tormentas, olas de frío y de calor, incendios forestales y sequías suman el 90 por ciento de los desastres naturales. La ONU avisa de que el cambio climático ya ha provocado que los desastres sean cada vez más caros, en términos económicos y de vidas: un millón y medio de víctimas en los últimos veinte años. La Unión Europea también ha hecho cuentas: entre 2010 y 2017, el promedio anual de las pérdidas provocadas por las inclemencias del tiempo asciende a 13.000 millones de euros.
La buena noticia es que hemos entrado en la edad de oro de la predicción meteorológica. Andrew Blum, autor de The weather machine ('La máquina del clima'), explica que las herramientas actuales nos permiten afinar más que nunca. «Ganamos un día por década. El pronóstico a cinco días que se hace hoy es tan bueno como el que se hacía hace diez años a cuatro días; a principios de siglo, a tres días; y en los años noventa, a dos días».
Durante la Segunda Guerra Mundial, apenas se podía predecir a 24 horas vista. Y con poca fiabilidad. No obstante, fue entonces cuando se realizó el pronóstico más decisivo de la historia. El meteorólogo británico James Stagg convenció al general Eisenhower para que retrasara un día el Desembarco de Normandía, previsto para el 5 de junio de 1944. Stagg pronosticó una tormenta sobre el canal de la Mancha, a la que seguiría una súbita mejoría del tiempo en la costa francesa para el día siguiente que facilitaría durante unas horas el desembarco de las tropas aliadas. Eisenhower se fio de su predicción.
De no haberlo hecho, el Día D hubiera sido un desastre. «Ese pronóstico se hizo con solo un día de anticipación; con los medios actuales, se hubiera podido hacer con seis días de adelanto», afirma Blum. «Pero se están cuestionando los acuerdos internacionales que permiten que la máquina del tiempo siga existiendo», asegura este experto en la revista Time. «La precisión actual de los pronósticos, combinada con un clima extremo, ha despertado el interés comercial», explica Blum. Lo que hasta ahora se consideraba un servicio público con el objetivo de salvar vidas y propiedades, ahora empieza a verse como una oportunidad de negocio.
Una predicción certera interesa a las compañías de seguros, a los agricultores, a los navegantes, a los organizadores de eventos deportivos y musicales... Y a usted mismo cuando coge el coche. Hace 15 o 20 años, las compañías meteorológicas privadas se limitaban a coger los pronósticos de los servicios nacionales y añadirles valor, adaptándolos a sus clientes, pero el paradigma ha cambiado. Hoy ya existen compañías privadas capaces de desplegar sus propios sistemas de observación, recopilar sus datos y aplicar sus propios modelos matemáticos... Spire es una start-up con sede en San Francisco que recoge observaciones de un enjambre de pequeños satélites que ha colocado en órbita. Otro ejemplo es ClimaCell, una empresa fundada por antiguos pilotos de combate israelíes que recolecta 564 millones de señales de telecomunicaciones y las convierte, mediante software, en pronósticos muy localizados. IBM también está desarrollando su propio sistema de predicciones, basado en 80 millones de mediciones barométricas realizadas por teléfonos móviles.
La Casa Blanca lanzó ya en 2018 una ofensiva para dar prioridad al sector privado en el pronóstico del tiempo. Trump nominó a Barry Lee Myers como secretario de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica en 2017. Una decisión muy controvertida por un presunto conflicto de intereses. Barry Myers es un abogado sin formación científica, que fue consejero general de AccuWeather, una compañía privada que presta servicios comerciales de pronóstico del tiempo en todo el mundo desde los sesenta y que fue fundada por su hermano Joel. AccuWeather es una empresa que opera a la vieja usanza, es decir, utiliza los datos proporcionados gratuitamente por el Servicio Nacional de Meteorología para revenderlos, 'customizados' con gráficos vistosos, a emisoras de radio y televisión, estaciones de esquí, compañías de transporte... Bloomberg reveló que Barry Myers lleva años presionando para limitar el acceso al público de las observaciones y pronósticos del servicio nacional.
«La Administración Trump pretende que el servicio nacional cambie su manera de operar para favorecer la necesidad de beneficios de los actores privados», señala Blum. En el peor de los casos, esta política significaría que Estados Unidos dejaría también de proporcionar sus datos al resto del mundo, y podría valerle como excusa la presunción de que China ha hackeado sus observatorios. Otra posibilidad es que los norteamericanos empiecen a cobrar por ceder sus datos a otros países, rompiendo así el statu quo. «Si otros lo imitan y tenemos que comprar al sector privado los datos, significaría el final del sistema mundial de vigilancia», alerta David Grimes, exdirector de la agencia europea de satélites meteorológicos. Y añade que «los eventos extremos se ceban con más frecuencia con los más vulnerables». Se corre el riesgo de que solo tengan buenos pronósticos los que puedan pagarlos. Precisamente cuando más falta hace que la humanidad cierre filas.
Si estando en la presidencia, Trump ya dejó bastantes claras sus intenciones, ahora el Proyecto 2025, 900 páginas de propuestas políticas elaborado por el lobby conservador Heritage Foundation, incide aún más en ese propósito. El proyecto 2025, en el que han participado miembros del gobierno de Trump, está considerado como el plan para el segundo mandato del magnate.
En los Estados Unidos, como en la mayoría de países, los pronósticos meteorológicos son un servicio gubernamental de libre acceso. El Servicio Meteorológico Nacional emite alertas y predicciones con un costo total para los contribuyentes estadounidenses de 4 dólares por persona al año. Incluso si las información meteorológica se obtiene de una aplicación privada o un canal de televisión, gran parte de los datos meteorológicos son cortesía de los meteorólogos que trabajan para el gobierno.
El Proyecto 2025 defiende que el gobierno debería disolver la NOAA, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, bajo la cual opera el Servicio Meteorológico Nacional y privatizar sus funciones. Y añade: «La preponderancia de su investigación sobre el cambio climático debería disolverse».
Esta propuesta del Proyecto 2025 ya ha disparado las alarmas en Estados Unidos. Es fácil imaginar, dice The Atlantic, un futuro en el que las empresas privadas cobren por sus informes meteorológicos, y solo algunas ciudades puedan pagar por los mejores pronósticos. O que esas empresas privadas operen en función de intereses comerciales: predicciones de riesgo de inundación patrocinadas por una compañía de seguros o avisos de calor de una empresa de aire acondicionado...