El monstruo de Amstetten
El monstruo de Amstetten
Viernes, 02 de Febrero 2024
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Elizabeth Fritzl tenía 18 años cuando su padre la encerró en el sótano construido bajo los cimientos de su casa en la ciudad de Amstetten, en Austria. Cuarenta metros cuadrados sin ventanas ni ventilación. Desde 1984 hasta 2008. Arriba vivía la familia Fritzl 'oficial' (su mujer y seis hijos). Abajo, su hija secuestrada y los hijos que esta iba teniendo fruto de las violaciones de su padre: otros siete niños, uno de los cuales murió poco después de nacer. Josef confesó haber incinerado el cuerpo del neonato en casa.
Tres de esos hijos que tuvo Elizabeth fueron incorporados a la familia 'oficial'. Según se reveló en el juicio, Fritzl se llevaba arriba, al 'mundo real', a los más débiles, a los que hacían más ruido con sus llantos y podían enfermar.
Josef les contó a su mujer y sus hijos legales que Elizabeth se había escapado para unirse a una secta y abandonaba a los niños, de entre nueve y quince meses, en la puerta de casa. Como prueba, el hombre obligaba a la hija encerrada a escribirle cartas en las que le pedía que dejara de buscarla y que le entregaba a sus hijos porque no podía hacerse cargo de ellos. La madre de Elizabeth lo creyó. La Policía también: permitieron la adopción legal de esos niños. Los otros tres pequeños sufrieron la misma condena que su madre: vivir sin ver la luz del sol.
Fue una de esas hijas, Kerstin, ya con 19 años, la que destapó el horror. Enfermó gravemente y Fritzl, contra todo pronóstico, la llevó a un hospital. Los médicos sospecharon de aquella criatura agonizante, tan pálida y con mala dentadura. Y encontraron una nota en un bolsillo de su vestido, que había escrito su madre: «Por favor, por favor, ayúdenla. Kerstin está realmente aterrorizada de otras personas. Nunca estuvo en un hospital».
Los médicos dijeron a Fritzl que era muy importante que se personara la madre de la chica, para que aportase más información y así poder salvar su vida. Y de nuevo, contra todo pronóstico, el psicópata aceptó y llevó a Elizabeth al hospital. La psiquiatra que preparó el informe sobre Fritzl para le juicio explicó que él se había llegado a convencer de que tenía, en realidad, dos familias, y que podría explicar sin problema que su hija había vuelto de la secta y se reincorporaba a la vida familiar. Ese era su plan. Pero, cuando llegó al hospital, la policía logró hablar a solas con Elizabeth en una habitación y ella tenía una historia muy diferente que contar...
Violación, esclavitud, incesto y homicidio fueron los cargos por los que Fritzl fue condenado a cadena perpetua. Ahora, el Monstruo de Amstetten, de 88 años, podría optar a la libertad condicional, apoyándose en un informe psiquiátrico que defiende que padece demencia senil y ya no presenta un peligro para sus víctimas ni para la sociedad. Hablamos del mismo hombre que, según el informe psiquiátrico para el juicio, había confesado: «Nací para la violación y, pese a ello, aún me contuve mucho tiempo».
Lo dice porque, aunque violaba a su hija desde los 11 años no podía hacerlo tan impunemente como quería. De hecho, comenzó a 'remodelar' el sótano cuando Elizabeth tenía 12 años. Ella había intentado escaparse de casa para huir de los abusos. Fue entonces cuando su padre perpetró el plan: encerrarla de por vida.
Fritzl ya había sido denunciado por violar a una mujer en 1967 y había pasado año y medio en la cárcel. La prensa austríaca denunció, a los pocos días de estallar el escándalo, que ese registro policial de sus anteriores abusos hubiese sido borrado cuando solicitó y obtuvo la adopción de sus hijos-nietos. Las negligencias administrativas cometidas en el caso avergonzaron al país. Sobre todo, cuando comenzó el juicio y se supieron los detalles del crimen.
Fritzl secuestró a su hija tras pedirle que bajara al sótano que estaba 'arreglando' para ayudarle con unos estantes. La familia sabía que acondicionaba el espacio para, supuestamente, instalar allí su taller (era ingeniero electricista) y tenían prohibido bajar. Sometió a Elizabeth con cloroformo y cuando despertó, ya estaba atada. Al principio, el psicópata le amarró los brazos con correas y una cadena de hierro a los postes metálicos de la cama, de forma que solo podía moverse medio metro a cada lado de la cama. Días después, amplió la movilidad atándole la cadena a la cintura. Después, a los seis o nueve meses de su encarcelamiento, le quitó la cadena porque «dificultaba su actividad sexual con su hija», según la acusación. La golpeó y pateó en numerosas ocasiones y la obligaba a representar escenas de violentas películas pornográficas. Si ella intentaba defenderse o autolesionarse, la castigaba cortando toda la electricidad del sótano durante varios días seguidos «para que se quedara sola en la oscuridad total».
El que fue su abogado en el juicio, Rudolf Mayer, trató de explicar la decisión de Fritzl de encarcelar a su hija como el acto de un padre devoto, que intentaba alejarla de las drogas y las malas compañías. Y que incluso tenía detalles con ella, como llevar un árbol de Navidad al zulo, libros de texto, un acuario e incluso un canario. En lo que parece una broma de mal gusto, dijo que la capacidad del canario para sobrevivir era una prueba de que el aire del sótano no era tan malo después de todo.
Los cinco primeros años, Elizabeth estuvo sola, salvo por las visitas de su padre para violarla. Luego empezaron a llegar los bebés. Los partos, a lo largo de 12 años, se produjeron sin ayuda médica. Para prepararlos, su padre le proporcionó desinfectante, unas tijeras y un libro sobre embarazos. Fueron un horror para ella. Pero los niños le proporcionaron compañía y un propósito para vivir.
Fritzl fue condenado a cadena perpetua, pena que ha cumplido hasta ahora en una cárcel para delincuentes con problemas psiquiátricos en Krems, a 80 kilómetros de Viena y lo hizo con otro apellido, Mayrhoff, para evitar represalias de otros reclusos, dado lo horripilante de su crimen.
Hace una semana, el tribunal que revisó su caso decidió que, en vista del grado de senilidad que presenta, ya no se dan las circunstancias para su internamiento en un psiquiátrico y cumplirá el resto de su condena en una celda regular. Pero, según sus abogados, este sería el primer paso para la concesión de la libertad. Una decisión sujeta a una nueva evaluación psiquiátrica que determine que Fritzl ya no representa una amenaza de reincidencia.
Curiosamente, dado su deterioro mental, Fritzl escribió el año pasado sus memorias. Lo hizo con la ayuda de su abogada, Astrid Wagner, según contó ella misma, como una forma de «reconocer la dimensión de su crimen y asumir su culpa». Pero, si bien admite el crimen, como ya hizo en el juicio, parece seguir sin tener clara la 'dimensión'. De hecho, Fritz, dice no poder entender por qué su esposa, Rosemarie, ha roto todo contacto con él y afirma que espera volver a ver a su familia: «Es lo más importante para mi». Quizá se pueda interpretar como síntoma de su demencia o sea una confirmación del título del libro: Los abismos de Joseph F.
A sus 57 años, Elizabeth vive ahora con sus hijos en un pueblo de Austria, con identidad protegida y bajo medidas de seguridad para que no se la moleste. Según The Independent, al principio los dos grupos de hermanos tuvieron dificultades para adaptarse. Los niños del 'piso de arriba' se sentían culpables; a los del 'piso de abajo', con severas dolencias físicas y psíquicas por el encierro, les costaba establecer vínculos con sus hermanos. Elizabeth siempre supo de la vida de sus «hijos de arriba» porque Fritzl incluso le enseñaba fotos de ellos, como 'premio', mostrándole que estaban bien y se divertían. Pero no se sabe cómo ha evolucionado su vida en estos 15 años. La prensa austriaca ha respetado la privacidad de la familia y a todos ellos se les dio una nueva identidad para que pudiesen rehacer sus vidas. O, simplemente, para que pudiesen tener una.