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Armada Real: revolución a bordo

La edad de oro de la Marina española

Armada Real: revolución a bordo

Jordi Bru

Los uniformes, los buques, la tripulación... Todo cambió en la Armada Real durante el siglo XVIII, cuando España todavía era el mayor imperio y su Marina vivió una etapa de esplendor. Un libro de Jordi Bru lo documenta y lo recrea con espectaculares imágenes en las que se huele la pólvora y se oye el grito de «zafarrancho de combate».

Viernes, 12 de Abril 2024

Tiempo de lectura: 3 min

La monarquía hispánica se extendía por todos los continentes en el siglo XVIII. España aún era el mayor imperio del mundo. Había mucho que defender. Fue entonces cuando la Armada española vivió una revolución. Cambió todo.

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Peligroso combate en la batería. Poca luz, estrechez (apenas se cabía de pie), calor asfixiante y máximo peligro. Así se vivía en las baterías. El cabo artillero daba las órdenes para cargar los cañones (el de la foto, de cuatro toneladas), para posicionarlos en las portas, moverlos con cuñas y espeques (palos) para apuntar y luego limpiarlos de pólvora y volver a empezar. El riesgo era extremo: podía derramarse pólvora e incendiarlo todo. Además, había que estar a (al menos) 400 metros del barco enemigo para disparar con tino. En la imagen que abre este reportaje, una tripulación en plena reparación del león engallado que como mascarón de proa coronaba los barcos de guerra de la Armada española del siglo XVIII. Jordi Bru crea estas imágenes utilizando réplicas de barcos, maquetas, figurantes que participan de las en recreaciones históricas y 'la magia' del Photoshop.

Mientras que en el siglo anterior los Austrias alquilaban embarcaciones mercantes para uso militar y las escuadras las formaban naves desiguales, los Borbones decidieron unificar fuerzas y crearon astilleros y arsenales para construir nuevos buques: hasta 991 se incorporaron a la Armada en el siglo XVIII.

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Blas de lezo: amputación a las bravas. La enfermería estaba bajo la línea de flotación, pero en combate se subía al combés (zona de cubierta) para tener más luz. Esta imagen recrea la amputación de la pierna izquierda que sufrió Blas de Lezo a los 15 años cuando intentaba recuperar Gibraltar en 1704. El instrumental: sierra de arco, cuchillo curvo y hierros candentes. La anestesia: un cuero para morder. El coraje de Blas de Lezo lo dejó cojo, tuerto y manco a los 23 años.

Desaparecen los poderosos galeones y se opta por los navíos de línea, con menos capacidad de carga, pero más rápidos, más largos y con más cañones. Se usan también naves como las ligeras lanchas cañoneras, ideadas por el mallorquín Antonio Barceló y que tanto daño hicieron a los ingleses cuando bombardearon Cádiz en 1797, o los ágiles jabeques para combatir a los incómodos berberiscos en el Mediterráneo.

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El menú: pastillas de extracto de carne y gazpacho. La marinería comía una vez al día, en las baterías durante la navegación. A diario les daban siempre pan, leguminosas, vino y agua. Cuatro veces a la semana, ese menú lo complementaban con carne; dos días les daban pescado; y otro, queso. La Armada Real española fue pionera en utilizar pastillas de extracto de carne para hacer caldo. Y el pan (una torta dura) se comía desmigado en una especie de gazpacho.

También se apuesta por la uniformidad: en las naves, en la vestimenta de los infantes de Marina –reunidos en un único cuerpo que llegó a aglutinar a 12.000 hombres– y en la administración.

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La cámara alta. Era despacho del comandante y sala de reuniones, la única estancia con muebles. Allí se guardaban los fusiles y pistolas (una medida antimotines), el dinero y las cartas de navegación. El comandante tenía viandas exclusivas para él y sus invitados. Y ningún tripulante podía servirle. Era responsabilidad del comandante contratar y pagar él mismo a sus sirvientes.

La Armada experimenta tal transformación que se convirtió a finales del siglo XVIII «en la segunda Marina de guerra más importante del mundo. Vivió entonces una edad de oro», explica Rafael Torres, historiador que publica ahora La Armada Real (Desperta Ferro Ediciones) junto con Jordi Bru, fotógrafo especializado en la recreación de ejércitos y batallas históricas.

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Naufragio. Las lanchas que se bajaban al agua antes del combate y las piezas del buque abatidas eran la tabla de salvación de los marineros que caían al mar. La mayoría no sabía nadar y la hipotermia hacía estragos. A veces estallaba el buque entero. Esta foto recrea el fin del Santo Domingo, su santabárbara se incendió en la batalla del Cabo San Vicente, en 1780, y explotó.

En su libro ilustran con datos e imágenes la vida a bordo (se trabajaba en turnos de cuatro horas), la organización para el combate, lo peligroso que era el abordaje o los privilegios de los oficiales (sus retretes se llamaban 'jardines' y contaban con ventanas y cisternas...). El libro es una travesía naval por un siglo que se torció al final para la Marina española. A partir de 1793, con una gran crisis financiera, comenzó el declive, rubricado con la derrota de Trafalgar de 1805.