Lo que no contó 'Wild, Wild Country'
Lo que no contó 'Wild, Wild Country'
Jueves, 17 de Octubre 2024, 14:49h
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Prem Sargam tenía seis años cuando iba de cabaña en cabaña con otros niños de su edad viendo cómo los adultos mantenían relaciones sexuales. Vivían en un ashram, una 'comuna espiritual' en Pune, India, donde se consideraba bueno que los niños estuviesen expuestos a la sexualidad. «Veíamos a la gente tener sexo y nos comportábamos como comentaristas deportivos: 'el está un poco gordo', 'ella tiene la regla', '¿por qué no cambian de posición?'», recuerda ahora Prem. «Nos parecía normal. No teníamos nada con lo que compararlo». Al año siguiente, con 7 años, sería ella la que estaría practicando sexo con un adulto.
El testimonio de Sargam es uno de los que recoge el documental Children of the Cult (o Child of the Commune, en países donde colisiona con el título de otra película), dirigido por Maroesja Perizonius, víctima también ella de una de las sectas más terribles que han existido y que, de hecho, aún existe.
Miles de personas en todo el mundo se unieron en los años 70 y 80 al movimiento liderado por Bhagwan Shree Rajneesh, conocido como Osho, un predicador con una larga barba y túnicas naranjas que, más tarde, sería conocido por poseer 96 Rolls-Royce e innumerables Rolex, uno de sus muchos caprichos personales.
La secta se derrumbó en 1985 cuando Osho y sus principales colaboradores fueron investigados por el FBI por numerosos crímenes —entre los que no estaba el abuso de menores—, pero sus enseñanzas sobre la meditación siguen comercializándose hoy en día. Los derechos de autor de los libros de Rajneesh los tiene la Fundación Internacional de Osho (OIF), registrada en Suiza con una oficina en Manhattan, un negocio que sigue siendo inmensamente lucrativo. La OIF se escuda en que ninguno de los directores actuales tenía ninguna participación o conocimiento de las acusaciones históricas de abuso y, por lo tanto, dicen, no pueden hacer comentarios al respecto.
La filosofía que predicaba Osho consistía, fundamentalmente, en que sus discípulos debían «vivir en el amor» y practicar tanto sexo sin culpa como quisieran. El matrimonio monógamo, argumentaba, no era natural y abogaba por la promiscuidad sin restricciones. En la India, era conocido como «el gurú del sexo» y no tenía demasiado predicamento, pero el siniestro personaje resultaba fascinante en Occidente.
Entre los fascinados estaba el padre de Prem Sargam, un alto ejecutivo británico, que dejó su muy rentable trabajo en IMB y su gran casa en Devon para buscar iluminación espiritual en la India. Prem llegó a aquel ashram con sus padres, en un ambiente relajado y festivo, en el que aparentemente todo era amor y paz. Muchos de los seguidores de Osho, como el padre de Prem, eran profesionales con un alto nivel de educación que querían huir de los convencionalismos y buscar una vida espiritual más profunda. Algunos dejaron atrás a sus cónyuges e hijos, pero otro los llevaron con ellos y muchos donaron todo lo que tenían a la secta. Ese dinero y su trabajo sin remunerar es lo que permitió que la secta se expandiese por todo el mundo, sobre todo en tres grandes sedes: Suffolk, en Inglaterra, Colonia, en Alemania, y Oregón, en Estados Unidos.
Al llegar a Pune, a Prem Sargam la separaron de sus progenitores, para que no obstruyera la libertad sexual de sus padres, como al resto de menores, que vivían en una zona aparte. Pero los niños deberían ser testigos de las prácticas sexuales, muchas veces orgías, porque el sexo no era vergonzoso. Y, además, las jóvenes niñas pubescentes debían ser 'guiadas' en la vida sexual por hombres mayores. Entre los 7 y los 11 años, Prem y sus amigos tuvieron que participar en diferentes 'juegos' sexuales con los 'guardianes' del ashram.
La explotación sexual, por cierto, era solo una de las formas de explotación porque Sargam trabajaba 12 horas al día en la cocina, sin recibir educación alguna.
Cuando cumplió 11 años, Prem fue enviada sola al ashram que la secta tenía en Suffolk, Inglaterra, donde continuaron los abusos. Después de seis meses allí, y tras mucho rogar a los superiores del ashram para que la dejaran reunirse con su madre, Prem llegó a Oregon. Su madre vivía entonces en lo que iba a ser una macrociudad de la secta en medio de una zona poco poblada de Estados Unidos. Aquel 'superashram' había arrancado su construcción en 1981 y se levantaba a un ritmo vertiginoso gracias a las donaciones de los discípulos de Osho, la venta de sus libros convertidos en best-sellers y a sus miles de adeptos que trabajaban gratuitamente de sol a sol.
Fue allí donde Prem, con 12 años, según cuenta, perdió su virginidad con un hombre adulto; por primera vez no eran solo tocamientos, sino una dolorosa penetración, cuenta en The Sunday Times. «Luego fui violada 50 veces en 3 años por diferentes hombres. Yo era una esclava sexual infantil».
Ahora, por primera vez, el documental de Maroesja Perizonius cuenta la historia de los niños que crecieron en las comunas de Bhagwan Shree Rajneesh. Perizonius ha buscado a hombres y mujeres cuyas vidas adultas, después de una infancia sobresexualizada, han acabado en adicciones, pobreza y complejos problemas de salud mental. Su propia vida emocional, reconoce Perizonius, es difícil aunque mantiene una relación estable desde hace 13 años y tiene una hija de 17.
Perizonius mantuvo relaciones sexuales con tres hombres y una mujer cuando tenía solo trece años y vivía en un ashram en Ámsterdam. Ella, cuenta, logró reconstruirse «comenzando desde cero, reinventándome después de dejar el ashram con mi madre y diciéndome a mí misma: 'Bien, te vas a comportar como si todavía fueras virgen'. Mi forma de hacer frente a todo esto ha sido hacer películas, pero otras personas no tienen esa salida».
Otra víctima, Sarito Carroll, ha detallado en The Guardian cómo fueron esos abusos: «Todo comenzó de manera bastante inocente: un día, un 'guardián' nos enseñaba a mis amigos y a mí cómo darnos besos con lengua. Otro día, un hombre nos convenció a mí y a otra chica para que le masturbáramos. Teníamos apenas 10 años. Aunque traté de convencerme de que era solo un juego, me pareció terriblemente incorrecto». La cosa empeoró cuando Sarito fue llevada al rancho de Oregón. «Fue durante esos primeros días allí cuando me vi envuelta en lo que pensé que era una relación amorosa con un hombre mayor. Yo tenía sólo 12 años; él, 29. Él me atraía con afecto y me llevaba a la cama solo para ignorarme después durante días. Yo sufría. Sin entender. Al mismo tiempo, otros hombres me rondaban y finalmente cedí porque acostarme con cualquiera y ser 'liberada' era la norma que me habían impuesto. A medida que pasaba el tiempo, me sentía cada vez más inútil y angustiada, pero debíamos ser positivos, no podíamos quejarnos, así que no hablé de mi dolor». Y sin hablar –sin poder expresarse, siquiera– han seguido hasta ahora.
El de Perizonius no es el primer documental que aborda lo sucedido en los ashram de Osho, pero es el primero que pone a los niños en el centro y, al recoger los testimonios de esas víctimas, empequeñece —cuando no cuestiona— los otros relatos.
En 2018, Netflix emitió un documental de seis capítulos titulado Wild Wild Country, dirigido por los hermanos Maclain y Chapman Way y producido por los hermanos Duplass, sobre la secta y su rancho de Oregón. Tuvo un gran éxito, pero no se trataron para nada los abusos de los niños. «Fue una serie brillante», dice Perizonius, «pero fue un golpe para nosotros que los niños ni siquiera fueran mencionados».
Wild Wild Country se centra en cómo el intento de la secta de construir una ciudad para 50 mil habitantes en un rincón remoto del estado de Oregón provocó la caída de Rajneesh en los años ochenta.
No es que el líder de la secta buscase 'la tierra prometida'; simplemente huía de las autoridades indias que lo acusaban ya de fraude, evasión fiscal y contrabando de drogas. Así que, con los cientos de millones donados por sus fieles, y contando con miles de hombres y mujeres dispuestos a trabajar gratis, compró en 1981 un rancho de 25.000 hectáreas, en una zona apenas poblada. Los primeros 7000 miembros de la secta que se mudaron a aquella planicie de Oregón trastocaron de manera inimaginable la vida de los 50 habitantes del pueblo más cercano. Pero aquellos hombres y mujeres de Antelope, profundamente religiosos y muy conservadores, no iban a quedarse quietos.
Movilizaron a los políticos locales y del Estado contra lo que creían era un culto peligroso y, tras una larga lucha de años, cuando los miembros de la secta ya habían construido gran parte de su ciudad y hasta un aeropuerto, lograron por fin que en 1985 el FBI investigase a la secretaria personal de Osho, Ma Anand Sheela, y a otros de sus partidarios. Los agentes federales acabaron descubriendo un enorme arsenal de armas y probando varios delitos, incluidos un ataque bioterrorista para influir en las elecciones del condado (envenenaron el suministro de agua del pueblo y los alimentos de un restaurante, provocando una intoxicación masiva) y los intentos de asesinato de un abogado y un médico. Sheela también fue acusada de malversar 55 millones de dólares.
Sheela, una mujer de un cinismo y una crueldad solo comparables a su inteligencia, fue sentenciada a 20 años de prisión, pero solo cumplió 29 meses. Fue liberada y deportada a Suiza, donde hoy vive. Rajneesh fue acusado de fraude migratorio, y toda su pena fue ser deportado de vuelta a Pune, donde murió a los 58 años de insuficiencia cardíaca en 1998.
Pero la serie documental Wild Wild Country no habla de los abusos sexuales a menores; llamativamente, ni los menciona. La razón podría ser que el metraje inédito con el que contaban para hacer el filme (y que fue encontrado por casualidad) llevaba a centrarse en la construcción de su 'ciudad utópica' y su rivalidad con el pueblo al que 'invadían'. Pero los autores del documental jugaron a la ambigüedad moral, sin dejar claro quiénes eran los buenos y los malos en la historia, dado que los habitantes de esa zona del condado de Oregón eran también, a su manera, fundamentalistas religiosos. Si se hubiesen abordado los consumados delitos de abusos de menores y la esterilización de mujeres en la secta de Osho no habría cabido ninguna dualidad, ni 'equilibro de males' en la serie y la tensión narrativa habría terminado en el primer capítulo.
Las víctimas que fueron violadas cuando eran niñas en aquella secta hoy reconocen que Wild Wild Country ayudó a retomar los delitos de Osho, pero se necesitó el #MeToo para llegar al punto de poder rodar el documental Children of the Cult. «Se ha necesitado tiempo, fuerza colectiva y una cultura post#MeToo para que las víctimas nos sintiéramos lo suficientemente fuertes y con valentía como para hablar de lo que sucedió», dice Sargam.
Sargam tiene ahora 54 años y vive en Hastings, en el sur del Reino Unido, con su hijo de 20 años. Su vida ha sido difícil: una vez fuera de la secta, vivió y trabajó en lugares poco recomendables, consumió drogas y fue víctima de una violación violenta que casi le cuesta la vida. Otros, según cuenta ella, aún lo han tenido peor. Una amiga suya, que pasó por la misma experiencia, se quitó la vida el año pasado.
Fue Sargam quien activó las denuncias en 2021 al publicar en Facebook una carta a quien había sido su mayor abusador en la secta. «El abuso sexual fue sistémico y mundial», denunció. Y fue clara en sus demandas. «Quiero ayuda financiera para los niños de la secta que hoy son alcohólicos y viven en garajes y no pueden pagar una terapia. Muchas de las herencias de estos niños, incluida la mía, fueron entregadas a la secta». Su denuncia propició que saliesen a la luz muchos otros testimonios, varios de los cuales participan ahora en el documental de Perizonius.
«El sexo estaba en todas partes», cuenta la directora de su llegada al ashram de Suffolk. «Nadie nos habló sobre el consentimiento ni nos dio la posibilidad de decir que no. Tenías que arreglártelas en aquel mundo sin límites». A los niños se les animaba a practicar sexo y a los discípulos adultos a someterse a vasectomías y esterilizaciones. Muchas mujeres que tomaron esas decisiones entonces se han quedado sin la opción de tener hijos para el resto de su vida.
«Había condones por todas partes. Todo el mundo, incluso los adolescentes, tenía un pequeño armario junto a la cama con guantes y condones porque nos dijeron que, debido al sida, teníamos que ser extremadamente cuidadosos y tener relaciones sexuales con guantes», explica Perizonius. «Pero llenábamos los guantes y los condones con agua y nos los tirábamos unos a otros». Un detalle que ejemplifica claramente no solo el peligro, sino la inocencia.
En el documental, Perizonius se enfrenta a Sheela, la todopoderosa asistente personal de Osho, que protagoniza el documental Wild Wild Country y ahora vive tranquilamente en Suiza atendiendo a ancianos. «¿Por qué fuiste cómplice y permitiste que los niños del ashram tuvieran relaciones sexuales?», le pregunta. «Nadie ha dicho que los niños deban tener relaciones sexuales, y si sucedió, fue la elección de los niños», le responde Sheela. «No creo que puedas decir eso de un niño de 12 años o incluso más joven», replica Perizonius. «Yo no puedo asumir la responsabilidad», responde Sheela. «Creo que sí puedes», le dice Perizonius. Y Sheela da por terminada la entrevista.
Pero Sheela no es la única responsable. Las autoridades de varios países donde operaban los centros de la secta no cumplieron con su deber de protección a la infancia. Ni los servicios sociales británicos ni los americanos se implicaron a pesar de que los rumores sobre las prácticas sexuales de la secta ya eran entonces extendidos. Una respuesta habitual a este terrible sufrimiento es que fue un 'producto de los tiempos', pero como dice Perizonius: «Creo que la gente eligió no ver lo que estaba pasando. Era un secreto a voces. Y no es algo del pasado». Y añade: «Cuando hablas de sexo y niños, no solo es un crimen, es que no es nunca una cosa del pasado. El trauma no pasa; el trauma es ahora. Está vivo y está ahí todos los días».