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Historia

La faraona que fascinó a Hitler

«Jamás renunciaré a la reina». Así de tajante se mostró Hitler ante las exigencias egipcias de devolver a su país el busto de Nefertiti. Planeó incluso construirle un museo dentro del cual ella sería la reina. Esta es la historia de la obsesión del Führer por la célebre faraona.

I.N./ Fotos: Cordon Press

Domingo, 12 de Junio 2022, 01:00h

Tiempo de lectura: 5 min

Este flechazo comienza el 6 de diciembre de 1912, en Armana, Egipto. El arqueólogo alemán Ludwig Borchardt, al frente de varias excavaciones que allí realiza la Sociedad Orientalista Alemana, encuentra tumbado, boca abajo, un busto de yeso de Nefertiti, mítica reina del tiempo de los faraones, famosa por su belleza y considerada, a partir de ese hallazgo, la ‘Mona Lisa egipcia’. El busto acabó en Berlín, y Egipto inició su larga serie de exigencias de devolución. Ésta pudo haberse producido a comienzos de los años 30, pero, tras su llegada al poder, Adolf Hitler sentenció: «Lo que está en manos de Alemania queda en Alemania». Hoy sabemos que pensaba sobre todo en el busto de Nefertiti.

Ignorando la debilidad que por él sentía el Führer, uno de sus ministros, Hermann Goering, había sugerido al rey Fouad I de Egipto que pronto Nefertiti sería devuelta. Los planes de Hitler no tardaron en revelarse y a través del embajador alemán en Egipto, Eberhard von Stoher, informó al Gobierno egipcio que él era un ferviente admirador de Nefertiti y que tenía para ella un sitio de excepción en sus sueños de reconstrucción de Berlín.

«Conozco el famoso busto –escribió el Führer a las autoridades egipcias–. Lo he observado maravillado muchas veces y me deleita siempre. Es una obra maestra única, un verdadero tesoro. ¿Sabe usted lo que voy a hacer algún día? Voy a levantar un nuevo museo egipcio en Berlín. Sueño con ello. Dentro de él construiré una cámara coronada por una gran bóveda y en el centro estará Nefertiti. Jamás renunciaré a la cabeza de la reina». Las ‘facciones arias’ de la emperatriz habrían sido, al parecer, las que habrían cautivado tan hondamente a Hitler.

“He observado el busto muchas veces y me ha maravillado. Me deleita siempre. Es una obra única, un verdadero tesoro”, decía Hitler

En el año 12 del reinado de Akenatón, hace más de 3.000 años, los soberanos de Egipto decidieron celebrar una gran recepción. Según cuenta la correspondencia diplomática investigada por los egiptólogos, las invitaciones fueron enviadas a todos los rincones del mundo antiguo. El imperio egipcio se desmembraba, pero el faraón, en lugar de enviar arqueros a sus vasallos, optó por una gran fiesta para que el mundo rindiera homenaje al nuevo faraón corregente, Nefertiti Anj-jeperure Esmenjkare, su propia esposa.

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La faraona. Hitler fue tajante al retener el busto de Nefertiti en Alemania e incluso planeó construirle un palacio.

Akenatón y Nefertiti se vistieron igual y portaron dos coronas idénticas. La fiesta fue un derroche, pero el esplendor de la celebración no detuvo la anarquía. En poco tiempo, los faraones herejes cayeron en desgracia y la identidad de Nefertiti quedó sepultada bajo la arena de Amarna y el desprecio de las generaciones venideras.

Pero ¿quién es realmente esa mujer? El personaje continúa siendo huidizo, pero la egiptóloga Joann Fletcher –que defiende que Nefertiti fue faraón y cree haber descubierto su momia en el Valle de los Reyes– daba algunas pistas en su  libro El enigma de Nefertiti.

En contra de las especulaciones sobre su nombre (‘la hermosa ha llegado’), no es una esposa enviada de un país extranjero, ya que su nodriza era egipcia y formaba parte de la corte. A los 12 años se casó con Amenofis IV, que más tarde cambiaría su nombre por el de Akenatón. Esa edad era la habitual para entrar al mundo de los adultos y empezar a procrear, ya que la esperanza de vida de Egipto se situaba en torno a los 35 años y ella falleció alrededor de los 30.

Nefertiti pudo reinar en Egipto como faraón y no como consorte, lo que, sin duda, le valió el odio de gran parte de los miembros de palacio

Pero el gran misterio en torno a Nefertiti es si llegó a reinar como faraón en Egipto. En este sentido, el escriba egipcio Manetón, cuya obra redactada en 285 a. C. constituye la base de la cronología del Antiguo Egipto, escribió que ya en el 3000 a. C. «se decidió que las mujeres pudieran ser coronadas como faraones», e incluso sitúa a una de estas soberanas al final del periodo de Amarna. En el año 75, tras fotografiar todos los sillares, los arqueólogos no tardaron en darse cuenta de que Nefertiti aparecía el doble de veces que Akenatón.

Al parecer, había sido nombrada corregente de su esposo en calidad de faraón en su duodécimo año de reinado, y a su muerte ocupó sola el trono como faraón con el nombre de Anj-jeperure Esmenjkare. Y no le faltaron enemigos.

¿Murió por causas naturales?

Cuando la doctora Joann Fletcher encontró la que cree que es la momia de Nefertiti en la tumba KV35 del Valle de los Reyes, a la reina le habían arrancado el brazo donde sujetaba el báculo y su rostro había sido golpeado. Los estudios posteriores demostraron que las heridas habían sido causadas poco después de la muerte con una especie de puñal o daga, que sólo podía pertenecer a alguien de un rango elevado.

Lo más curioso es que el atacante le quitó las vendas de lino antes de asestarle las puñaladas. Joann Fletcher pensó que los sacerdotes de Amón habían hecho todo lo posible para que la reina hereje no tuviera aliento de vida en el reino de los muertos. Sin duda, vivió y murió odiada.

A la vez que se publicaba el libro de Brendan Simms, Hitler: a global biography, antes de que el coronavirus ocupase todos los titulares, y en la que el autor aseguraba que sus principales enemigos no eran los judíos ni la Unión Soviética, sino el capitalismo y el mundo anglosajón, otra biografía sobre el dictador llegaba a las librerías, Hitler: a life, de Peter Longerich.

Elaborada a partir de los diarios de Goebbels –7.000 páginas manuscritas y 36.000 dictadas escritas desde 1923 hasta 1945–, en los que Longerich es experto, y manuscritos del propio Hitler, lo describe de una manera muy distinta que Simms. Según Longerich, Hitler estaba interesado en su propio poder y no en restaurar la gloria de Alemania.

Su nacionalismo y su antisemitismo eran solo una estrategia diseñada con Goebbels, consciente de que ese discurso calaría en una población empobrecida.

Etiquetas: dictaduras