Los misterios de Beethoven
Miércoles, 15 de Diciembre 2021
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Con solo diez años, Ludwig van Beethoven era un niño con un enorme talento musical. La gente pagaba por escucharlo tocar el piano en los conciertos que organizaba su padre. Era un crío desastrado, retraído y taciturno que apenas tenía amigos. A causa de su tez morena, su familia solía llamarlo Der Spagnol (‘el español’). El pequeño había nacido el 16 de diciembre de 1770 en la ciudad alemana de Bonn. Su padre, Johann, era un alcohólico y un soñador que siempre tuvo en la cabeza la idea de que su hijo siguiera los pasos de Wolfgang Amadeus Mozart, quien con solo siete años ofrecía recitales organizados por su progenitor.
Su padre, alcohólico, acabó en prisión. A los 18 años, Ludwig tuvo que ocuparse de sus hermanos
Los años de infancia y juventud de Beethoven, la década de 1780, fueron los del apogeo de la Ilustración, cuyo epílogo fue la Revolución francesa. Flotaba en el ambiente una convicción de que la humanidad estaba a punto de pasar página para enfrentarse al nacimiento de una verdadera civilización. Si el objetivo que perseguir era la búsqueda de la felicidad, la tiranía de cualquier índole era el gran anatema para los ilustrados.
Cuando Beethoven era un adolescente, Kant publicó la Crítica de la razón pura. Fue la época de Mozart, cuando estrenó su ópera La flauta mágica, y también el periodo tardío de Joseph Haydn, cuando presentó sus Cuartetos de cuerda rusos. En ese ambiente de fervor ilustrado, Beethoven inició sus estudios con Christian Gottlob Neefe, un músico de treinta años cautivado por las obras literarias de Goethe y Schiller y por la música barroca de Bach.
Todas esas influencias impregnaron el proceso educativo de Beethoven. «Hacer el bien allí donde podamos, amar la libertad sobre todas las cosas, y nunca negar la verdad, aunque sea frente al trono», afirmaría el compositor alemán.
Su madre murió cuando él tenía dieciocho años, lo que agravó el alcoholismo de su padre, que acabó en prisión. El joven Beethoven tuvo que ocuparse de sus hermanos. Finalmente, en 1792, el príncipe elector de Bonn le financió un segundo viaje a Viena, que a partir de entonces sería el lugar de residencia del compositor.
Camino hacia el éxito
A finales de 1795, el joven músico y su nuevo protector, el príncipe Karl Lichnowsky, emprendieron un viaje de placer por Centroeuropa. Estuvieron en Praga, donde Beethoven interpretó obras suyas ante la admiración de nobles y burgueses. Luego encandiló a los aficionados de Dresde y semanas después llegó a Berlín, donde causó sensación con sus nuevas sonatas para violonchelo. Años más tarde, Beethoven recordó su enojo cuando, al finalizar una de sus interpretaciones, el público berlinés se agolpó en torno a él con lágrimas en los ojos. «Eso no es lo que desea un artista -se quejó-. ¡Queremos el aplauso!».
En 1797, el compositor publicó la canción Adelaide, adaptando un poema de Friedrich von Matthisson que evocaba imágenes de la amada inspiradas por la naturaleza. Fue uno de sus más perdurables éxitos. ¿Compuso aquella maravilla inspirándose en una mujer concreta? Es probable. Pero lo mismo que ocurrió con otras jóvenes, sus relaciones sentimentales siempre estuvieron envueltas en un halo de misterio y fracaso. En 1798, Beethoven había completado su primer nivel de instrucción, un aprendizaje que le inculcó los ideales ilustrados.
Aunque había triunfado en Viena, Dresde, Praga y Berlín, Beethoven se preguntaba cómo podría elevar su propio arte. ¿Qué debía hacer para dar un salto hacia delante y entrar triunfante en la historia de la música orquestal? Corría el año 1799 cuando publicó la sonata n.º 8 op. 13, llamada Patética, en la que el genio encontró la dirección que lo llevaría a su plena madurez. Ese fue el camino que le abriría las puertas de la inmortalidad. «Aquella sonata causó una inmediata y duradera sensación. Interpretada en salones y auditorios privados, contribuyó a llevar el nombre del compositor por toda Europa», explica Jan Swafford en Beethoven, la nueva biografía sobre el genio alemán.
“Hubiera puesto fin a mi vida”
En 1802, Beethoven se refugió para descansar en el pueblo de Heiligenstadt (ahora en Austria). Allí escribió una carta angustiada a sus hermanos. El documento, que se encontró tras su muerte y que se conoce como El testamento de Heiligenstadt, refleja el terrible padecimiento y la depresión del músico. «Oh, hombres que me juzgáis malevolente, testarudo o misántropo. ¡Cuán equivocados estáis!», escribe Beethoven. Es una persona sociable y amigable, pero ha tenido que apartarse para disimular su sordera. «Es imposible para mí decirle a los hombres habla más fuerte, grita porque estoy sordo». No puede confesar la falta de un sentido «que en mí debiera ser más perfecto que en otros».
Está desesperado. «Un poco más y hubiera puesto fin a mi vida», confiesa. La música le frenó: «Imposible dejar el mundo hasta haber producido todo lo que yo sentía que estaba llamado a producir», dice.
El golpe más duro
A partir de entonces, su confianza y su reputación crecieron a la par. Mantuvo contacto con el maestro Haydn, incrementó su círculo de amistades y comenzó a estudiar composición vocal en italiano con Salieri, el famoso rival de Mozart. Beethoven tenía en mente el proyecto de abordar una ópera y, para lograrlo, debía sumergirse en la cultura transalpina, en cuyo seno se había gestado aquel género musical. En pleno triunfo profesional, cuando disfrutaba el imparable ascenso al olimpo de la música, el compositor sufrió el golpe más duro del destino.
Todo comenzó en un momento de ira. Alguien lo interrumpió cuando estaba concentrado en una composición y Beethoven saltó de su escritorio tan furioso que sufrió una convulsión y se desplomó. Cuando se levantó, descubrió que estaba sordo. ¿Cuál fue la causa de aquella repentina sordera? Podría deberse a las sales con plomo que añadían al vino barato o a las aguas de los balnearios. El plomo es un potente veneno, pero no suele dañar los oídos.
El origen de su sordera también podría ser el tifus que padeció años antes. Nunca se sabrá a ciencia cierta cuál fue la causa de aquella tragedia que tanto iba a cambiar su vida. Todo se le vino encima. ¿Qué había hecho para merecer tal castigo? Fue un drama que llevó en solitario hasta que ya no pudo ocultarlo. Temió que aquella dolencia pudiera arruinar su carrera si salía a luz. Cambió radicalmente su rutina diaria. Tras levantarse, el compositor improvisaba y luego escribía. Después salía y paseaba por las murallas de la ciudad. En sus primeros estadios, su sordera no le impidió tocar en público y seguir con sus alumnos. Sus necesidades económicas le impedían dejar de dar clases de piano, un trabajo que odiaba, salvo cuando la alumna era una joven atractiva, tuviera talento o no.
Ese fue el caso de Therese y Josephine, dos de las tres hijas de la condesa Anna von Brunszvik, con las que coqueteó hasta el ridículo. De las dos adolescentes, la que más lo obsesionó en aquellos años fue Josephine, a la que su madre forzó a casarse con el conde Joseph von Deym. En cualquier caso, la joven aristócrata estaba fuera del alcance de un plebeyo como él, por muy genial y admirado que fuera. Si ella hubiera accedido a casarse con Beethoven, habría perdido su título y sus privilegios. Años después, el compositor cortejó a Therese Malfatti, una muchacha de 17 años que lo humilló.
La traición de Napoleón
En abril de 1804, Beethoven finalizó la Sinfonía Bonaparte, una obra repleta de fuerza y originalidad que dedicó al hombre que encarnaba el espíritu de la Revolución. Su autor seguía pensando que la llama revolucionaria bonapartista y el poder de las artes llevarían al mundo hacia un nivel más elevado. La gran sorpresa saltó a finales de mayo, cuando el compositor supo que Napoleón se había coronado como soberano absoluto de Francia, una noticia que lo afectó profundamente.
Odiaba dar clases de piano, salvo cuando la alumna era una joven atractiva, tuviera talento o no
«¡Así que es un hombre vulgar! Ahora pisoteará todos los derechos humanos, y se ocupará de su propia ambición», bramó Beethoven, quien en un arrebato de furia arrancó la portada de la sinfonía, la rompió y la arrojó al suelo. La Revolución había muerto, pensó el compositor, aunque no renegó de su sinfonía. Se limitó a borrar el nombre de Napoleón de la partitura y añadir un nuevo título: Sinfonía heroica, compuesta para celebrar la memoria de un gran hombre. Aquella magnífica obra de arte pasó a describir la muerte de un sueño.
En 1812, Beethoven se trasladó al balneario de Teplice (República Checa), donde escribió su carta a su «amada inmortal», que provocó numerosas especulaciones sobre la identidad de la destinataria. Sin duda, el compositor tuvo éxito con las mujeres, aunque finalmente siempre triunfaban la tormenta y el fracaso. Según fue enfermando y envejeciendo, comenzó a sentirse solo. Su menguante capacidad para escuchar suaves matices erosionó su técnica, lo que hizo que sus actuaciones se fueran espaciando más y más. Con el paso del tiempo comenzó a tener problemas económicos.
Compuso sonatas siendo sordo: solo escuchaba lo que recordaba e imaginaba en su cabeza
Meses después de su estancia en Teplice, Beethoven compuso la Sonata para violín y piano en sol mayor, op. 96. Esta exquisita obra desvelaba que, aunque la vida lo había golpeado con fuerza, su coraje y devoción por el arte no lo habían abandonado del todo. En aquel entonces solo podía escuchar aquello que imaginaba y cantaba en su cabeza, pero seguía percibiendo el sentimiento del amor y recordando los sonidos de la naturaleza. En noviembre de 1815 murió su hermano Kaspar, y Beethoven tomó la decisión de acoger a su sobrino de nueve años, en contra de la voluntad de su cuñada. Cuatro años más tarde, sus enfermedades eran más graves y prolongadas, lo que supuso un incremento de sus gastos.
El 26 de marzo de 1827, hace ahora 190 años, estalló una violenta tormenta que descargó nieve y granizo en Viena. Hacía días que Beethoven se encontraba en la cama, inconsciente y muy enfermo. De repente, un relámpago iluminó la habitación. El compositor recuperó la conciencia y alzó al aire su puño cerrado, como si maldijera la comedia de la vida. Luego dejó caer el brazo y falleció.
¿Quién era Elisa?
Según un estudio publicado en 2010 por Klaus Martin Kopitz, la popular pieza musical Para Elisa fue compuesta para Elisabeth Röckel, una amiga de Beethoven y una gran soprano que interpretó el papel principal de la ópera Fidelio.
En 2014, la musicóloga canadiense Rita Steblin sugirió que la composición pudo haber sido dedicada a la cantante Juliane Katharine Elisabet Barensfeld, una niña prodigio a la que sus amigos, entre los que se contaba Beethoven, llamaban Elise. También se baraja que la destinataria de la pieza fuera Therese Malfatti von Rohrenbach zu Dezza.
Para Elisa fue publicada en 1867 transcrita por Ludwig Nohl de un manuscrito autógrafo de Beethoven. ¿Realmente la compuso él? El pianista Luca Chiantore asegura que fue Nohl el que dio forma definitiva a la obra, basándose en los esbozos del manuscrito 116 del compositor alemán.
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