Fue uno de los mayores exploradores de la historia. El almirante Zheng He surcó los mares al frente de una impresionante flota, como no se había visto ni se vería en siglos. Un libro repasa su vida y sus viajes, al mismo tiempo que China recupera su poderío naval. No en vano los dirigentes del gigante asiático han rescatado su leyenda...
Miércoles, 08 de Septiembre 2021, 13:25h
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Se llamaba Ma He y tenía solo diez años cuando presenció cómo el ejército chino de la dinastía Ming ocupaba su provincia natal, Yunnan, entonces bajo la influencia del Imperio mongol. Su padre, un alto cargo público, murió en combate y Ma He fue apresado. Su destino era el de tantos prisioneros de guerra: servir al emperador chino... previa castración. La intervención era terrible y despiadada, tanto que solo uno de cada cuatro jóvenes sobrevivían. Ma He sobrevivió. No solo eso, lejos de resignarse al ostracismo que su circunstancia podía conllevar, se convirtió en un héroe, el almirante Zheng He, «el gran eunuco».
Su leyenda ocupa un lugar destacado en Un mar sin límites, el nuevo libro de David Abulafia, el historiador inglés especializado en las peripecias oceánicas. Abulafia reconoce su fascinación por el extraordinario personaje, pero su historia y la del poderío naval chino tienen un renovado interés a la luz de la actualidad. China cuenta hoy con más buques de guerra operativos que Estados Unidos, con los mayores astilleros del mundo y el año pasado superó en número de buques a Japón, la mayor fuerza naval de Asia hasta ahora. No es casual por ello que el Gobierno chino rescatase el nombre de Zheng He hace unos cinco años y decidiese mitificar su figura.
El eunuco Ma He empezó a labrarse su fama en el campo de batalla a donde fue enviado con el ejército del príncipe Zhu Di, quien acabaría convirtiéndose en el emperador Yongle, que gobernó China desde 1402 a 1424. El príncipe reparó en la valentía del eunuco y lo colocó entre sus asesores. Como muestra de aprecio, le dio un nuevo nombre, Zheng, el nombre de su caballo de guerra favorito.
Pero Zheng He no era solo diestro con la espada. Desde niño había aprovechado su presencia en palacio para aprender; de hecho, estaba presente cuando formaban a los príncipes y no era ajeno a las confabulaciones de palacio. Además, él era de origen musulmán, lo que le congraciaba con grupos ajenos a los Ming, y podía manejarse en varias lenguas. A los 30 años, cuando su protector Zhu Di fue nombrado emperador, Zheng He era ya un gran estratega y un hábil diplomático.
Zheng He agasajaba a los gobernantes con regalos. Su objetivo era llegar a acuerdos comerciales y lograr que reconociesen el poder del emperador chino, sin necesidad de invadirlos
Zhu Di, ya convertido en Yongle, fue el tercer emperador Ming y llevó a la dinastía a su momento de mayor gloria. Y en gran parte se debió a su apuesta por la diplomacia. Decidió crear una enorme flota que recorriese el mundo ofreciendo regalos y prebendas a todo aquel que rindiese pleitesía al emperador chino. Se trataba de convencerlos de las ventajas de estar bajo su égida en lugar de estarlo bajo, por ejemplo, los mongoles o vivir desprotegidos. No se trataba de someterlos –aunque tampoco se descartaba hacerlo, llegado el caso–, sino de establecer nexos comerciales y estratégicos ventajosos para ambas partes. El objetivo de estos viajes era que todas las naciones estuvieran bajo su influencia económica. Y para llevar a cabo aquella misión, no había nadie mejor preparado que Zheng He.
El emperador mandó construir una flota de 300 barcos; 62 de ellos gigantescos navíos, los llamados barcos del tesoro, algunos de nueve mástiles y más de 130 metros de largo, cinco veces más grandes que las naves de Cristóbal Colón. La flota de Zheng He era una ciudad flotante, con más de 27.000 tripulantes a bordo entre los que se encontraban médicos, diplomáticos, traductores y soldados. Su flota era más grande y poderosa que todas las armadas europeas del momento juntas. Tales fueron sus dimensiones que ninguna otra fuerza naval se le acercó en tamaño hasta la Primera Guerra Mundial.
Zheng He dirigió la flota en siete viajes diferentes entre los años 1405 y 1433 navegando por el Pacífico, el Índico y el mar Arábigo hasta la costa este de África. Los tres primeros viajes siguieron rutas comerciales que ya existían por la costa de Vietnam y atravesando el estrecho de Malaca hacia la bahía de Bengala. Pero luego se adentró en nuevas rutas, lo que ha llevado a que algunos exploradores especulen con la posibilidad de que llegase a América antes que Colón. Pero no hay pruebas de ello.
El diente de Buda
El protocolo de Zheng He cuando llegaba a cada destino era seductor. Enviaba una delegación con un mensaje para el gobernante de turno explicando las intenciones pacíficas de la dinastía Ming. Luego, mandaba los regalos (sedas, artesanías, especias...) acompañados de bellas bailarinas y exóticos acróbatas que desfilaban ante un impresionado gobernante. Después se lo invitaba a viajar a la corte del emperador Yondle y comenzaban las negociaciones comerciales.
En la mayoría de ocasiones, la propuesta del emperador era bien recibida, pero no siempre ocurría. Un ejemplo del que se tiene constancia se produjo en el tercer viaje. En Sri Lanka, los chinos no tuvieron la misma aceptación que habían tenido en Calcuta. Y es que los cingaleses tenían un temor mayor: que el almirante chino les robase su gran tesoro, el diente de Buda. El diente es una reliquia que presuntamente perteneció a su líder religioso y que llevaban protegiendo durante siglos de unos y otros invasores. Así que el rey plantó cara a Zheng He y se negó a rendir pleitesía. Sirvió de poco: dos mil soldados de la flota china se encargaron de cambiar de rey. La flota de Zhen He era pacífica, pero no del todo. El nuevo monarca, según algunos historiadores, no tuvo problema en llevar el diente a China como homenaje a quien le había facilitado el camino al trono. Sin embargo, según la creencia cingalesa, el diente regresó a Sri Lanka y hoy está oculto en un gigantesco templo que los colonos holandeses construyeron unos cientos de años después para la reliquia. El diente se pasea una vez al año, pero dentro de una caja... nadie lo ve.
En viajes posteriores, las naves del almirante hicieron travesías hasta varias ciudades de la costa este de África. Zheng He fue el primer chino del que se tuvo constancia de haber llegado incluso hasta Zanzíbar, de donde se llevó animales tan exóticos como una jirafa. Los animales causaron asombro en China, donde la jirafa era considerada una evidencia viviente del qilin, una especie de unicornio chino que representaba la buena suerte.
La muerte del emperador Yongle en 1424 puso final a los viajes de Zheng He. El sucesor, su primogénito Hongxi, consideraba que aquellos viajes eran un despilfarro y que solo respondían a la megalomanía de su antecesor. El enfrentamiento con los mongoles obligaba, además, a dirigir todos los recursos del Imperio al ejército. Su futuro se decidía en tierra, creía Hongxi, y no surcando los mares. Se prohibió por ello la construcción de barcos de más de dos palos, y las naves del tesoro fueron destruidas o convertidas en barcos de pesca.
Pero Hongxi estuvo poco en el poder y su hijo, Xuande, aunque continuó con la política aislacionista de China, permitió que Zheng He hiciera un último viaje en 1431. Cuando regresaba dos años después, el almirante falleció. Tenía 62 años. Existe una tumba con su nombre en China, pero sus restos fueron lanzados al mar. Todos los barcos del tesoro de aquella expedición fueron bautizados por el emperador con nombres que hacían referencia a la paz y la armonía; el más grande, el 'Apacible Descanso'.
La flota del tesoro
Hace seis siglos, el océano Índico fue testigo del paso de una de las escuadras más formidables de la historia: 300 buques y casi 30.000 hombres capitaneados por el almirante Zheng He.
1. Velas
Estos enormes barcos se construyeron en los astilleros del río Yangtsé, junto a la capital del Imperio, Nankín. Los más grandes tenían 9 palos con enormes velas, cuya estructura se reforzaba con cañas de bambú. En algunos viajes, las velas eran rojas, para causar más impresión en quien los veía llegar.
2. Anclas
En la popa había dos anclas de hierro de 2,5 metros y unos 500 kilos de peso, que se usaban para fondear en mar abierto.
3. Grúas
No queda resto de los barcos de Zheng He, pero se sabe cómo eran por la descripción de los constructores y los testimonios de viajeros como Marco Polo o Ibn Battuta. Uno de los elementos imprescindibles eran las grúas, que utilizaban para cargar y descargar el barco.
4. Equilibrio
La estabilidad era clave dado el tamaño. Una gran quilla, mucha cantidad de lastre y el uso de anclas flotantes en sus costados les daban la estabilidad necesaria para navegar.
5. Animales
Los chinos embarcaban animales vivos como alimento y para comerciar con ellos. Las travesías podían durar años, así que había que intentar que la flota fuese autosuficiente. De hecho, había barcos más pequeños que se dedicaban exclusivamente a trasladar ganado.
6. Cañones
Aunque no eran buques de guerra, los barcos más grandes, los llamados 'del tesoro' estaban armados con 24 cañones de bronce. A su lado, viajaban embarcaciones más pequeñas estrictamente militares, por si era necesario defenderse.
7. Pasajeros
Cada buque llevaba entre 500 y 1000 pasajeros, que convivían con los animales exóticos que encontraban en el camino. Los buques más lujosos medían más de 100 metros de longitud y unos 50 metros de ancho.
8. Timón
Los barcos llevaban un timón compensado, que se podía levantar o bajar, y que les daba una gran estabilidad. Funcionaba como una quilla extra.
9. Comida fresca
Los viajes eran largos, así que había que cultivar vegetales a bordo para poder alimentarse. Se hacía en grandes tinajas, preparadas para ello. También se transportaban especias, uno de los bienes más preciados para el intercambio comercial.
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