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La mujer que convirtió el Met Gala en el más grande espectáculo de moda del mundo

El estilo de «una tremenda mentirosa»

La mujer que convirtió el Met Gala en el más grande espectáculo de moda del mundo

Diana Vreeland

Editora de moda

¿Qué importa decir una mentira si hace la vida más interesante? La editora de moda Diana Vreeland no tenía empacho en reconocer que algunas cosas que contaba no se ajustaban a la realidad, pero con que la mitad sea cierto ya es impresionante. Definió el estilo en los 50 y 60 y convirtió el Met Gala en un espectáculo. Una mujer con estilo propio: «No temas ser vulgar, solo aburrida».

Miércoles, 21 de Diciembre 2022

Tiempo de lectura: 8 min

Es verdad o ficción?», le preguntaron en una ocasión a Diana Vreeland respecto al cúmulo de increíbles historias que recoge en sus divertidas memorias. Ella contestó «Es faction», un juego de palabras en inglés (entre facts, hechos y fiction, ficción) que pone en su justa dimensión ese grado de sofisticación e imaginación que valoraba por encima de todas las cosas. ¿Realmente ocurrieron las cosas tal y como las cuenta Mrs. Vreeland? Seguramente, no. Lo único que importa es que así es como ella las rememora.

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La esencia de la moda. Vreeland no solo contribuyó a la moda a través de sus columnas, sino organizando algunas de las exposiciones más importantes del siglo XX. En la foto, revisando una colección en 1983, seis años antes de su fallecimiento.

En 1984 publicó D.V., un autorretrato veraz dentro de su excentricidad, coherente pese a su dispersión, fascinante y divertidísimo, que luego continuó en Allure, libro que se ha reeditado. Un cóctel de champán, cargado de burbujeantes chismes de alta sociedad y suculentos enredos entre bastidores. Sus comentarios derrochan ironía, comicidad y, sí, mucho glamour. Encuentra maravilloso todo lo que al simple mortal le puede parecer superficial. ¿Qué se puede esperar de quien aprendió a cabalgar junto a Buffalo Bill en las praderas de Wyoming? Su personalísimo recorrido vital va desde el despertar femenino en los medios de comunicación al furor de la revolución sexual, con la transformación radical del mundo de la moda como motor de cambio social. Todo ello plagado de una interminable lista de celebridades: Josephine Baker, Isak Dinesen, Rita Hayworth y Aly Khan, Clark Gable, Noël Coward, Greta Garbo, Jack Nicholson…

Nacida como Diana Dalziel (París, 1903), fue testigo privilegiado del convulso siglo XX hasta su muerte en Nueva York en 1989, a los 86 años. Ya desde pequeña, compartía veladas familiares con el divo Diaghilev, en una época en que «la belleza tenían algo que aportar al mundo», todo era nuevo entonces y la corrección en el atuendo era primordial. «¿Dónde quedó el vestirse para la cena?», proclama con nostalgia contagiosa sobre una época de esplendor y buenas formas en la que toda la ropa (incluso los camisones) se hacía a medida.

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Sabios consejos. Con Valentino en una fiesta en 1977.

Siempre al tanto de lo diferente, se esforzó por hacer de su aspecto un emblema de distinción. Desde niña fue consciente de ese físico ‘raro’ que su madre se encargaba de resaltar con insistencia frente a la belleza de su hermana pequeña. Alta, huesuda y con nariz aguileña, tenía aspecto de «pájaro exótico fuera de la selva, con perfil de tucán», según Truman Capote, con quien compartió confidencias. Era la encarnación de «ese no sé qué» que adoran los franceses. Nunca fue un argumento en su contra, al revés. Compensó sus carencias con agudeza y originalidad, con el gracejo que adquirió como estudiante de ballet. «Debes tener estilo. Te ayuda a levantarte por las mañanas. Es una forma de vida. Sin él, no eres nada», decía.

Capote la definió como «un pájaro exótico fuera de la selva». Ella compensó su físico 'raro' con originalidad. «Tener estilo te ayuda a levantarte por las mañanas. Es una forma de vida»

Se casó en 1924 con el banquero Reed Vreeland, todo un caballero al que conoció cuando ella rondaba los 18 años y él los 25. Fue el amor de su vida hasta que enviudó en 1966, aunque su relación estaba lejos de lo convencional y pasaron largos periodos separados. Antes de empezar a trabajar su aspiración era convertirse en la perfecta esposa japonesa, obsesionada desde joven con la cultura oriental y el exagerado ritual de las geishas. Sin embargo, los aprietos económicos no se lo permitieron y al poco tuvo que abrir una boutique de lencería en un callejón de Londres. Allí se codeó con el compositor Cole Porter y el fotógrafo Cecil Beaton, que pasaron a engrosar la lista de íntimos. «Lo mejor de Londres es París», afirmaba, donde acudía al taller de costura de su amiga Coco Chanel.

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Amigos para siempre. Con un joven pero ya exitoso Pierre Cardin. Diciembre de 1982.

En 1937, ante los vientos de guerra en Europa, volvieron de forma definitiva a Nueva York, donde Carmel Snow la reclutó como columnista para Harper’s Bazaar. Sus celebrados artículos ¿Por qué no…? fueron un éxito inmediato durante la Gran Depresión, un halo de aire fresco inspirador, donde alentaba a las mujeres americanas a salirse de los dictados oficiales. En ellos proponía con total naturalidad marcar una diferencia en sus vidas, siempre con estilo, sentido del humor y valentía. «¿Por qué no lavas el pelo rubio de tus hijos con champán como hacen los franceses? ¿Por qué no pintas un mapamundi en la habitación de tus niños para que no tengan un punto de vista provinciano? ¿Por qué no forras la cabecera de tu cama en seda amarilla para que las mariposas vuelen en ella?».

A los seis meses ya ejercía como editora de moda de la revista. Fue su oportunidad para desvelar el hondo significado de rostros ‘alternativos’ frente a los cánones convencionales. Lauren Bacall, Lauren Hutton (ligeramente bizca, una de sus favoritas), Twiggy, Angelica Huston, Barbra Streisand, Cher, Marisa Berenson, Verushka... Vreeland convirtió su inusual belleza en material de portada.

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El artista de moda. La diseñadora con Andy Warhol en una de las exposiciones del artista.

Sus aspiraciones de alcanzar la dirección de Harper’s Bazaar nunca se vieron satisfechas, lo mismo que sus reclamaciones salariales, y 25 años después decide dar el salto a la competencia para convertir Vogue en la revista más importante del mundo dentro de su género. Hasta que fue despedida en 1971, en parte por cambios empresariales, en parte por sus excesos presupuestarios. Famosa por su temperamento, era habitual que no apareciera por la redacción hasta el mediodía, y en sus ambiciosos editoriales de moda mandaba equipos completos a los rincones más remotos del planeta para lograr sesiones de fotos que equiparaban por primera vez la moda con el arte.

Fascinada por el esnobismo de las revistas de moda, su lema era: «dales aquello que no saben que quieren». Diana no informaba sobre las tendencias, las creaba

Aunque se le recuerda especialmente por su labor editorial, su mayor legado quizá haya sido como asesora del museo Metropolitan de Nueva York, donde dejó su sello con exposiciones temáticas que se convirtieron en todo un acontecimiento. A través de su labor en el Instituto del Traje, con una libre interpretación de la historia de la moda, ayudó a incrementar los archivos del museo mediante aportaciones privadas de su amplia colección de amigos importantes. La gloria de la Rusia zarista, el esplendor del imperio austrohúngaro, la belle époque, el diseño romántico en el cine de Hollywood… fueron algunas de las sonadas, para las que recorrió el mundo buscando piezas únicas originales. La muestra de 1983 dedicada a Yves Saint Laurent fue la primera que tenía como objeto el trabajo de un diseñador aún vivo, aunque su estreno como comisaria se produjo una década antes con una antología de Balenciaga.

Para Mrs. Vreeland, el diseñador español tenía «el sentido del color más maravilloso». El año que visitó Biarritz comprendió que su secreto residía en la luz del País Vasco, que lo transformaba todo. «Fue el más grande que haya existido. No hay nadie comparable a él. Si una mujer entraba vestida con un Balenciaga, nadie más existía».

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La 'madre' del Met Gala. Vreeland llegó al Metropolitan para hacerse cargo de su colección de moda con 68 años y después de haber sido despedida de Vogue por sus 'excesos'. Y logró reinventarse ella... y al museo. Organizó exposiciones memorables y convirtió la gala del Met en una máquina para significarse y para recaudar dinero. En la foto, Vreeland con Yves Saint Laurent, durante la inauguración de la exposición que ella organizó sobre él en 1983 en el Metropolitan. La primera dedicada a un diseñador vivo.

Tal y como aparece en la película Una cara con ángel (1957), donde Kay Thompson encarnaba su figura mientras canta Think Pink (‘piensa en rosa’), fue en buena parte artífice del mito Audrey Hepburn. Su perspicacia la llevó a descubrir fotógrafos como Richard Avedon y David Bailey y a impulsar el trabajo de creadores como Óscar de la Renta y Manolo Blahnik. Hasta sus últimos días contó con la compañía de Jackie Onassis, a quien aconsejó en durante la campaña electoral de John F. Kennedy y a quien le presentó su diseñador de cabecera, Oleg Cassini.

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El amor de su vida. La editora de moda con su marido, el banquero Thomas Reed Vreeland, de quien tomó el apellido. Estuvieron casados 42 años, hasta la muerte de él en 1966. Tuvieron dos hijos.

Su apartamento de Park Avenue, decorado exclusivamente en rojo sangre «como un jardín en el infierno», era toda una declaración de intenciones. No imaginaba que nadie pudiera jamás cansarse del rojo, que ella misma lucía intenso en labios y uñas. Apostaba por la ropa simple con accesorios llamativos, con especial afecto por zapatos y sombreros. «Nunca temas ser vulgar, solo aburrida». Otro de sus habituales, el artista Andy Warhol, decía que «convertía en importante el más mínimo detalle». Celebraba la frivolidad y adoraba llevar la contraria. Los tecnicismos eran insignificantes, solo contaba la espectacularidad del resultado. «Cierta dosis de mal gusto es necesaria. Es la falta de gusto lo que no puedo soportar».

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Estrellas en el Met. La gala del Metropolitan Museum en Nueva York es hoy el mayor show de moda del mundo. La coordina Anna Wintour, la célebre directora de Vogue, pero la convirtió en un evento social Diana Vreeland. La gala sirve para recaudar fondos para el museo. Para asistir hay que pagar 75 mil dólares, por una entrada individual, y a partir de 300 mil dólares por reservar una mesa. Rihanna, en 2015, y Zendaya, en 2024, han protagonizado algunos de los momentos estelares.

Hechizada por el esnobismo y ostentación de las revistas de moda, su lema era: «Dales aquello que no saben que quieren». Ofrecía un punto de vista del que la mayoría de la gente carecía. No informaba sobre las tendencias, las creaba. «Ese ha sido mi cometido, ir un paso por delante, a veces demasiado». Malvadamente divertida, ejercía de oráculo con grandes pronunciamientos que ahora abundan en la prensa femenina intentando replicar su ingenioso sentido del gusto. «El rosa es el azul marino de India» o «el biquini es la invención más importante desde la bomba atómica» se cuentan entre las más celebres.

Desde su privilegiada atalaya animó a las mujeres de clase media a tomar sus propias decisiones: «Nunca mires atrás, solo adelante. Sé ingeniosa y transfórmate». Y eso fue lo que ella hizo. «Soy terrible con los datos, siempre los exagero. Mi propio nieto me dice que soy una tremenda mentirosa. Para tener una buena historia, algunos detalles deben surgir de la imaginación. Cuando se ha tenido una niñera llamada Pink todo es posible. Y si no, se inventa».