Gretchen Daily Sabia 21 | Catedrática de Ciencia Medioambiental «China está dando un giro: ahora valora la naturaleza»
Con motivo de nuestro 35 aniversario y en colaboración con la Fundación BBVA, hablamos esta semana con la mujer que revolucionó las herramientas para combatir la extinción de especies con enfoques tan innovadores como poner 'precio' a los ecosistemas. Hoy, la escuchan gobiernos de medio mundo, el de China incluido. Por todo ello fue galardonada con el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA.
Jueves, 22 de Septiembre 2022
Tiempo de lectura: 5 min
Una abeja que se posa en una flor, se embadurna de polen y lo transporta a otra flor está haciendo un trabajo del que todos nos beneficiamos. ¿Tiene precio ese trabajo? ¿Se puede calcular su valor? La bióloga estadounidense Gretchen Daily (Washington, 1964) ha demostrado que sí. Esta catedrática de Ciencia Medioambiental de la Universidad de Stanford colabora con cientos de organizaciones e instituciones de 185 países. Gracias a ella podemos cuantificar cuánto perdemos si se destruye un ecosistema o se extingue una especie. Y también cuánto ganamos si se conservan.
XLSemanal. ¿Qué sentido tiene ponerle una etiqueta con un precio a la naturaleza?
Gretchen Daily. Durante mucho tiempo, ni siquiera se consideraba que la naturaleza tuviese valor. Valía cero. Las decisiones económicas no la tenían en cuenta, lo cual ha resultado catastrófico
XL. Pero es tan valiosa que muchos consideran que no tiene precio...
G.D. Estoy de acuerdo. Su valor es infinito porque no podemos vivir sin ella. Pero ni el cero ni el infinito tienen sentido a la hora de tomar decisiones. Así que decidimos buscar herramientas para hacer un cálculo. No para mercantilizarla ni para privatizarla. Nuestro objetivo es otro: demostrar que el bienestar humano depende del bienestar de los ecosistemas. Que si perdemos los humedales, los bosques tropicales o los arrecifes de coral nos arruinamos.
XL. Hagamos cuentas...
G.D. El primero que las hizo fue Robert Constanza, de la Universidad de Londres, hace 25 años. Y tasó el valor que aportan todos los ecosistemas del mundo en 33 billones de dólares anuales.
XL. ¿Y eso es mucho o poco?
G.D. [Ríe]. Podemos hacernos una idea comparándolo con el PIB mundial, que en ese momento era de 18 billones de dólares.
XL. ¿La naturaleza valía casi el doble que toda la economía mundial?
G.D. Eso es. Y eso que los cálculos de Constanza se quedaron cortos. Los revisó en 2011 y oscilaban entre 125 y 145 billones de dólares anuales. Seguía siendo el doble que el PIB mundial. Pero también calculó el valor de la naturaleza que se estaba destruyendo cada año: entre 4 y 20 billones. Para mí fue una revelación.
XL. ¿Por qué?
G.D. Porque vi claro que, si destruyes los manglares de una isla, puedes construir más alojamientos turísticos. Pero luego, si los pescadores no tienen qué pescar y los huracanes destruyen las costas porque no tienen la defensa de la vegetación, los turistas dejarán de venir.
XL. En la costa española tenemos el ejemplo del Mar Menor. Aun así, muchos argumentarán que se debería defender la naturaleza por sí misma, no por los servicios que nos presta.
G.D. Entiendo las reticencias. Yo soy cofundadora de la iniciativa Natural Capital Project, una alianza de 250 grupos de investigación que ha desarrollado un sistema para calcular esos servicios, y con frecuencia tengo que aclarar el concepto.
«En los parques infantiles en los que se reemplaza el suelo de goma por hierba, mejora el sistema inmune y la microbiota de los niños»
XL. Por favor, hágalo otra vez.
G.D. Cuando la gente oye la palabra 'capital' asociada a 'natural', piensa que ha sido el capitalismo el que ha cometido los peores desaguisados ambientales. Pero utilizamos esta terminología a propósito porque queremos enfrentarnos a los principales motores de la destrucción, y son económicos. El sistema financiero estaba diseñado para dejar la naturaleza fuera, como si no existiera.
XL. Usted ha movilizado a cientos de instituciones, gobiernos... ¿Cómo los convence?
G.D. Al principio, me daba apuro incluso ponerme en contacto con toda esta gente tan importante. Solo soy una científica. Y mujer, además. Y soy bastante tímida. Pero, cuando tuve hijos, la cosa cambió. Para mí fue una inyección de confianza ser madre.
XL. ¿Quizá porque piensa en el futuro de sus hijos?
G.D. Sí. Pero les pasa a todas las mamás. Leí un artículo en Nature. Un estudio con ratas. Pones un gran trozo de queso bajo un foco de luz en mitad de una sala. Si la rata está sola, no se atreve a acercarse. Si está preñada, corre hacia el queso, arranca un trocito y se va igual de rápido. Pero, si tiene crías, va caminando despacio y hasta que no se sacian no se marcha.
XL. ¡Vaya! Y cuando les dice a estos señores importantes: este bosque vale tanto, ¿aceptan el precio o le regatean?
G.D. [Ríe]. Nuestros equipos pasan muchos meses o años trabajando sobre el terreno con gente del lugar. Utilizamos drones e imágenes de satélite. Nuestra base de datos es accesible para todos y el software es gratuito. Yo me he pasado media vida trabajando en Costa Rica, que es un caso de éxito.
XL. Cuénteme...
G.D. Tenía la mayor tasa de deforestación del mundo en los años noventa. Luego le dieron la vuelta. Fue el primer país que introdujo un sistema nacional de pagos por servicios ecológicos. El Gobierno entendió que los bosques tropicales son esenciales para la supervivencia. Aseguran que no haya deslizamientos en las laderas de las montañas durante las tormentas. En lugar de dejar que la gente se beneficie de su tala, se paga por su protección.
XL. ¿Y es un modelo exportable?
G.D. Sí. Otro ejemplo es China.
«Queremos enfrentarnos a los principales motores de la destrucción, y son económicos. El sistema financiero estaba diseñado para dejar la naturaleza fuera, como si no existiera»
XL. Pero China es el país que más gases emite a la atmósfera.
G.D. Ya, pero está dando un giro. A mediados de los noventa, China sufrió una deforestación masiva. Entonces incorporó 120 millones de hogares al programa de reforestación y renaturalizó enormes extensiones de terreno agrícola. En China, además, hemos desarrollado una métrica denominada 'producto bruto del ecosistema' (PBE), que el año pasado aceptó la ONU.
XL. ¿En qué consiste?
G.D. El producto interior bruto (PIB) no tiene en cuenta el valor de la naturaleza. De hecho, tras las grandes catástrofes medioambientales, suele aumentar porque se destina mucho capital a la reconstrucción. No podemos seguir con este enfoque. Invertir en la naturaleza tiene beneficios insospechados...
XL. ¿Por ejemplo?
G.D. Ya no hay tierra en muchos parques infantiles. Ponen goma de neumáticos viejos. Pero en Finlandia hicieron un experimento. La mitad de los parques tenían el suelo de goma y en la otra mitad pusieron hierba, algunos troncos... En semanas había mejorado la microbiota y el sistema inmune de los niños que jugaban en esos parques.
XL. Asombroso.
G.D. La gente anhela el contacto con la naturaleza. En Estados Unidos han hecho otro experimento en las escuelas. Si el aula tiene ventanas que dan a una zona verde, los niños tienen mejor rendimiento y menos estrés que si dan a la pared de otro edificio.
XL. ¿Es optimista sobre el futuro?
G.D. No. En este momento, las pérdidas son mucho mayores que las ganancias. Pero no tenemos por qué asistir a la destrucción paralizados. Podemos hacer algo. Más bien soy una pesimista que no pierde la esperanza.
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