Pavel Dúrov está sentado en la postura del loto en la azotea de un hotel; el torso desnudo y la mirada perdida sobre el skyline de Dubái. La foto, subida a Instagram, es una de las pocas imágenes recientes de este multimillonario de 36 años. 'El Zuckerberg ruso' lo llaman algunos tras fundar, en 2006, VKontakte, un clon en cirílico de Facebook. Mucho más importante es, sin embargo, su otra gran creación: la aplicación de mensajería instantánea Telegram.
Más de 900 millones de móviles en el mundo llevan instalada esta app que la pandemia ha convertido en una de las pocas plataformas capaces de competir con Silicon Valley. Millones de usuarios se han pasado de WhatsApp a Telegram atraídos por su inviolabilidad; entre ellos, conspiranoicos, simpatizantes de la extrema derecha, traficantes de droga, estafadores... A través de sus chats, de hecho, se planifican y cometen delitos a la vista de todo el mundo. Por eso se dice que Telegram se ha convertido en una darknet de bolsillo.
Policías de medio mundo asisten impotentes a esta situación, porque la plataforma de Dúrov les niega el acceso a los datos de sus usuarios. El empresario ruso ha tejido alrededor de su compañía una intrincada red de empresas que dificulta el proceso. Muchas están registradas en lugares como islas Vírgenes y Belice. «No soy un gran amigo del concepto de país», declaró en 2014 a The New York Times. «Actualmente, no hemos entregado ni un solo byte de datos de usuarios a terceros, incluidos gobiernos», asegura la web de la compañía.
Un suceso ocurrido en diciembre de 2011 muestra cómo responde su fundador a las exigencias oficiales. Rusia asistía a las mayores protestas ciudadanas tras el colapso de la URSS. En San Petersburgo –donde se crio con su hermano y sus padres, profesores universitarios–, más de 10.000 personas se manifestaban contra el fraude electoral y el retorno de Putin a la Presidencia. Dúrov aún estaba al frente de VKontakte, que contaba con más de 100 millones de usuarios. Al Kremlin no le gustó que los opositores usaran esa red para sus convocatorias. El FSB, la seguridad interior, exigió el cierre de sus grupos. Dúrov publicó la orden en Twitter con una foto de un perro sacando la lengua. Tres días más tarde, los hombres de la OMON (los GEO rusos) se plantaron en su casa. No les abrió, pero tener a los agentes al otro lado de la puerta, contó después, le hizo ver que no tenía un canal seguro para hablar con su hermano. Y que debía crear uno. En agosto de 2013, Telegram ya estaba operativa.
Poco después, un empresario próximo al Kremlin compró una buena porción de VKontakte. Dúrov se negó a entregarle al FSB datos de manifestantes ucranianos contra el presidente prorruso Víktor Yanukóvich y, finalmente, vendió la empresa y se fue del país.
Pasó un tiempo moviéndose por el mundo con un pasaporte del diminuto país caribeño de San Cristóbal y Nieves, que adquirió por 250.000 dólares. Una fiesta en Barcelona o reuniones en un castillo italiano; subía de todo a la Red. Hasta que se instaló en Dubái, donde no paga impuestos y se lleva bien con el príncipe heredero. No aparece mucho, eso sí, por la sede de su compañía: en el piso 23 de la torre A de las Kazim Towers, dos émulos del mítico edificio Chrysler neoyorquino cercanos al famoso distrito de Dubái Marina.
La oficina de Telegram es la puerta 2301. No hay placa que identifique a su inquilino y la recepcionista del edificio dice que no ha visto entrar a nadie ahí en tres años. «Ni siquiera tenemos un teléfono de contacto», dice. Incluso el número de empleados es un enigma. En enero de 2020, en una declaración por videoconferencia ante un tribunal estadounidense, Dúrov dijo que el núcleo principal lo forman entre 25 y 30 personas. Antiguos empleados lo confirman, aunque se conocen pocos nombres.
Todos conocen, eso sí, a Nikolái Dúrov, hermano mayor de Pável y responsable tecnológico de la app. Niño prodigio con dos licenciaturas en Matemáticas, también le interesa la programación desde niño. Andréi Lopatin –antiguo empleado de Telegram– fue con Nikolái al colegio y trabajó en VKontakte y en Telegram. Dejó la empresa y es uno de los pocos dispuestos a hablar de ella. Cuenta que la relación entre los hermanos era estrecha y que todas las decisiones estratégicas las tomaba Pável. Anton Rosenberg, otro ex, describe al equipo como una 'secta'. Los trabajadores, cuenta, forman una comunidad cerrada y leal de la que Pável es líder absoluto.
De las conversaciones con compañeros surge la imagen de un hombre más interesado en ganar más influencia que dinero. Dúrov concibe Telegram como un instrumento que permita compartir información libremente al mayor número de personas. «Se ve a sí mismo como el ingeniero de su propio universo», dice Nikolay Kononov, autor de un libro sobre él. Imagen que encaja con la fascinación que Dúrov siente por Matrix y su protagonista, el hacker Neo. Su pasión lo llevó a vestir, como él, de negro. Cuando terminó sus estudios en 2001, alguien le preguntó dónde se veía dentro de diez años. «Quiero ser un tótem de Internet», respondió. Entrevistas ya no da. Solo se comunica con el público a través de Telegram o en post esporádicos en Instagram.
Los Dúrov han triunfado. Con Pável como estratega y Nikolái como genio de programación, su plataforma es un éxito global. Telegram ofrece funciones que destacan por su usabilidad y que a menudo llegan antes y son mejores que las de sus competidores, como los stickers. También ofreció mucho antes que WhatsApp un cifrado especialmente seguro, lo que le valió la triste fama de ser la app de chat favorita del ISIS.
En su crecimiento han sido esenciales las funciones de grupos y canales. En los primeros pueden chatear hasta 200.000 personas a la vez (256 es el máximo en WhatsApp), y los canales permiten a sus gestores enviar mensajes a un número ilimitado de suscriptores.
Estas funciones favorecen, por ejemplo, que el colectivo de antivacunas y negacionistas coordine sus acciones en diferentes países o que terroristas hallen refugio en esta red social, lo que le ha valido el apelativo 'Terrorgram'. En algunos canales se explica cómo fabricar explosivos y elaborar sustancias tóxicas letales. Hay también un grupo relacionado con cinco asesinatos en Estados Unidos. Organizaciones de extrema derecha como Revolution Chemnitz y Oldschool Society han usado Telegram para discutir sus planes.
Hablamos de una app donde es posible encontrar todos los delitos imaginables: traficantes de armas y gente que comercia con dinero falso y datos hackeados; grupos dedicados a la manipulación del mercado financiero que podrían haberse embolsado cifras millonarias; tráfico de drogas... Desde Telegram se insiste en que los contenidos ilegales no están permitidos, pero lo cierto es que no se toman suficientes medidas para evitarlos.
La app, por otro lado, es una gran arma para los movimientos prodemocráticos en países con regímenes represores, como Hong Kong, Irán o Bielorrusia. Cuando en agosto de 2020 miles de personas se echaron a las calles de Minsk contra el fraude electoral, el canal de Telegram Nexta se convirtió en el instrumento más importante del movimiento. El dictador Lukashenko ordenó bloquear los servicios digitales, pero Dúrov se encargó de que Telegram siguiera on-line.
Esta doble cara lleva implícita una pregunta: ¿dónde se sitúa políticamente Pável Dúrov? «El mundo cambia demasiado rápido para que los legisladores puedan reaccionar», escribió una vez. Es decir, en el siglo XXI lo mejor es no regular, visión que encaja con su práctica de albergar en Telegram contenidos ilegales y extremistas y de resistirse a los intentos de censura.
Su antiguo empleado Anton Rosenberg cree que tras esa postura se encuentra un cálculo económico: «La lucha por la libertad vende y atrae usuarios». A lo que otras voces de su entorno añaden que «siempre ha intentado quedarse al margen de la política». 'Mantenerse neutral' es la expresión que usa Ilya Perekopsky, vicepresidente de Telegram. Cuando Dúrov le plantó cara al FSB y se ganó los elogios de la oposición a Putin, su actuación habría respondido a intereses empresariales: no perder usuarios.
Hoy, el estado de las finanzas de Telegram es todo un secreto. Aunque se sabe, eso sí, que genera un montón de costes. Hasta 2017, Dúrov invirtió unos 218 millones de dólares procedentes de su fortuna personal, tal y como aseguró en su declaración por videoconferencia ante un tribunal estadounidense. Según las estimaciones, la venta de VKontakte le habría reportado entre 300 y 400 millones. A los 28 años ya tenía «cientos de millones», dijo en su blog. Aunque añadió: «Tener tanto dinero nunca me ha hecho feliz».
Durante la etapa de VKontakte, tiraba el dinero por la ventana. Literalmente. Junto con su mano derecha Perekopsky, le dio por lanzar billetes de 5000 rublos (124 euros entonces) desde su oficina en el sexto piso del edificio Singer, en San Petersburgo. Rosenberg lo recuerda bien. La ciudad estaba en fiestas, las calles abarrotadas. «Al principio los tiraban sin más, pero debido al viento se quedaban entre los adornos de la fachada. Así que hicieron aviones con ellos para que planearan hasta el suelo». Aquella acción dejó huella. El logotipo de Telegram –un avión de papel blanco– recuerda el suceso.
En 2017, los Dúrov pusieron en marcha un plan para generar ingresos sin romper su promesa de que Telegram fuera gratis y sin publicidad: tendría una moneda digital, el gram, y un sistema propio de blockchain: Telegram Open Network (TON). Los usuarios podrían mandarse dinero y comprar a través de la app. Reunieron 1700 millones de diversos inversores, pero todo quedó en nada. La SEC, supervisor del mercado de valores de Estados Unidos, impuso en octubre de 2019 la inmediata suspensión de la venta del gram por considerarla una salida a Bolsa por la puerta de atrás. Y le impusieron una multa de 18,5 millones.
Como la idea no funcionó, Pável Dúrov ha tenido que conseguir efectivo por los métodos tradicionales: pidió créditos por valor de más de 1000 millones de dólares. Y siguió creciendo.
Ahora que se acerca a los 1.000 millones de usuarios, Telegram está planeando su salida a Bolsa este año, 2024, según ha revelado el mismo Pavel Durov, al Financial Times, hace dos semanas, en su primera entrevista desde 2017. El magnate, que no ha precisado la fecha de su posible salida a Wall Street, ha detallado que ha rechazado ofertas de tecnológicas e inversionistas de 30.000 millones de dólares y no vendería la empresa, sino busca «democratizar el valor al acceso a la compañía» como entidad pública para mantener «su independencia».
Al mismo tiempo, la compañía hace frente a numerosas demandas judiciales. Una de ellas, el 'amago' de bloqueo en España iniciado por el juez Pedraz hace unas semanas. El magistrado dio marcha atrás a la medida por considerarla desproporcionada pero en el auto argumenta que Telegram se usa como canal para «actividades delictivas de todo tipo (particulares, empresas, funcionarios, trabajadores en general…)», amparado todo ello, dice, bajo una promesa de «privacidad».
Ucrania también estudia vetar Telegram por la injerencia y propaganda de Rusia a través de la plataforma, pero es una medida de muy difícil implementación y nada popular. Y es que el 72 por ciento de los ucranianos usan Telegram como su principal canal de información y el porcentaje es aún mayor entre los militares. Hasta el propio presidente, Volodimir Zelenski, usa Telegram.