El Camino se pone a 100. Sombras de carballos y castiñeiros acogen a un número creciente de peregrinos
04 ago 2019 . Actualizado a las 19:22 h.San Xil o Samos, esa es la cuestión. En esta etapa toca escoger si seguir el trazado original a Compostela o dar un rodeo extra de cuatro kilómetros hasta Sarria. A cambio del esfuerzo nos espera el espectacular monasterio samiense. Ambas opciones permiten disfrutar de bosque autóctono, el punto fuerte de este tramo. La segunda, pese a tener dos tramos por carretera, atraviesa hermosos ejemplos de núcleos rurales gallegos. En el valle del río Oribio está San Cristovo do Real y sus construcciones románicas. También pasamos por los molinos de Renche. Ya en Samos, recomendamos preguntar por la capilla del Salvador. No tanto por su estilo mozárabe, que también, sino por su ciprés milenario, uno de los árboles más destacados de todo el país.
«Nos habíamos documentado sobre la ruta y no lo dudamos: desde aquí se ve el monasterio espectacular», dicen Alberto Castillo y Ana Helena Marín desde un mirador estratégicamente colocado en la ruta. Se confiesan «disfrutones» del Camino. «Vinimos con amigos, pero van muy rápido. Nos conocimos en un albergue y desde entonces vamos al mismo ritmo, visitándolo todo», dicen justificando su pausado caminar. «Esto es sacrificio, pero también un disfrute», concluyen con una sonrisa que no quiere prisas.
Desde que hemos pasado O Cebreiro el número de caminantes y bicigrinos va en aumento. Los primeros deben completar 100 kilómetros en su credencial. Los segundos, el doble. Ese requisito mínimo para obtener la deseada compostela llena las sombrías pistas que nos dejan en Sarria. Un frescor, el de los carballos y castiñeiros, que se echaba mucho de menos. Y un verde que no recordábamos desde nuestro primer día en Roncesvalles. Nos da la razón César Pelegrín. El apellido de este barcelonés no es ninguna broma jacobea. Se lo debe a su familia berciana (de Burbia, Vega de Espinareda), que siempre le habló de los paisajes que encontraría peregrinando a Santiago. «Tengo 30 años, he cogido la mochila y aquí me tienes, frente a un castaño de un tamaño que nunca había visto», cuenta fascinado.
Dos novatos con pocos kilómetros descansan al llegar a uno de los albergues de la capital sarriana. «Salimos de O Cebreiro y cada vez nos topamos con más y más gente», comentan el granadino Curro Sánchez y el madrileño Carlos Marín. Los acompaña Pedro Jiménez, de Reus, durante los últimos kilómetros. Juntos han disfrutado de la «terapia» del Camino: «Se habla más fácilmente de tus dilemas si coincides con gente que sabes que no vas a ver más, y te desahogas». Coincidimos. A solo 100 kilómetros de Santiago hemos dejado atrás muchos problemas.
Mañana, etapa 15: Portomarín-Palas de Rei
«No necesito recorrer calles de grandes ciudades, todas pasan por delante de mí»
Arthur Lowe, inglés nacido en Oxfordshire, realizó el Camino Francés en el 2006. «Lo perdí todo, mi trabajo, mi familia, pero tenía mi arte. Nunca lo había hecho y decidí empezar en Saint-Jean-Pied-de-Port», relata con voz calmada. Fue acercándose a Santiago. «Me encantó y vi que Jesús estaba conmigo», continúa. Escogió en esta etapa ir por San Xil hasta Sarria. Le bastaron dos kilómetros desde Triacastela para enamorarse por completo de A Balsa. «Pinté sobre lo que vi y sentí en la ruta jacobea y especialmente aquí. Cuando regresé a mi país noté que estaba completamente fuera de lugar», explica sin que parezca echar de menos su vida anterior. Unos meses después compraba una palleira completamente destartalada y la convertía en vivienda. «Restauré la casa y Dios me restauró a mí», cuenta sentado en la mesa de su estudio. La puerta da directamente al trazado del Camino. Por lo que, además de inspiración paisajística en un lugar rodeado de naturaleza, tiene una ventana abierta al mundo: «No necesito recorrer calles de grandes ciudades, todas pasan por delante de mí». El próximo sábado 28 de julio inaugura su nueva exposición con mágicos trazos de acuarela.
«Hasta llegar a Sarria todo era más genuino»
Festejan una década de amistad desde que una beca Leonardo las hizo coincidir en Italia. Y eso que ambas son de Bilbao pero no se conocían. ¿Así que qué mejor que el Camino para seguir uniendo a estas dos amigas? «Habíamos oído que mucha gente se lo pasaba genial y compartía experiencias con personas de todo el mundo y dijimos: ¿por qué no?», explican después de cuatro etapas, las que las han traído desde Ponferrada a A Pena, en Paradela. «¡Ya solo nos quedan 100, esto está hecho, que somos de Bilbao!», se expresan con júbilo. Eso sí, en los últimos kilómetros reconocen que el contacto humano no está a la altura del enclave: «Antes la gente hablaba más, ahora no disfrutan el paisaje... Hasta llegar a Sarria todo era más genuino».
«La verdad es que no habíamos visto tanto verde en nuestra vida»
Mil kilómetros separan Málaga de Triacastela. Una distancia que han recorrido en autobús estas malagueñas para empezar el Camino. Son familia entre ellas. Hay madres e hijas; hermanas, tías y sobrinas. Un embrollo familiar que ha acabado en peregrinación: «Solo iban a venir las más mayores, pero poco a poco nos fuimos uniendo el resto», detallan sobre el germen del reto. Entre las motivaciones para alcanzar la meta, ver la fachada de la catedral tal y como la creó Fernando de Casas Novoa: «La vimos hace unos años y nos fuimos con una espinita clavada... ¡Ahora dicen que está preciosa!». De la ruta en sí misma se quedan con el paisaje. «La verdad es que no habíamos visto tanto verde en nuestra vida», sentencian.
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