Abdelaziz Buteflika, el último gran líder árabe con puño de hierro

J. martín ARGEL / EFE

INTERNACIONAL

El todavía presidente Abdelaziz Buteflika
El todavía presidente Abdelaziz Buteflika AGENCIA DE NOTICIAS APS | Europa Press

Abdelaziz Buteflika pasará a la historia como un astuto negociador y un hombre entregado en cuerpo y alma a la política

03 abr 2019 . Actualizado a las 07:17 h.

Último de los líderes árabes que dominaron con puño de hierro la época postcolonial, Abdelaziz Buteflika pasará a la historia como un astuto negociador, un hombre entregado en cuerpo y alma a la política que se manejó hábilmente en las bambalinas del poder y garantizó la supremacía del Ejército.

Nacido en la ciudad fronteriza marroquí de Oudja, hijo de una acomodada familia de Tlemcen, Bouteflika inició su carrera a los 19 años en las filas del llamado Ejército de Fronteras, la milicia que se levantó y lideró la guerra de independencia de África (1956-1961), una de las más sangrientas del continente. Fontanero político de su líder, el coronel Houari Boumediane, el joven Bouteflika fue la voz que derrumbó el acuerdo de paz de Evian y que abrió las puertas al golpe de Estado incruento que le daría el poder al nuevo Ejército argelino.

En 1963, a la edad de 26 años y con el derrocado Ben Bella aún en el poder, fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores, un puesto que desempeñaría durante tres lustros y que le convertiría en la cara amable del régimen militar argelino en tiempos convulsos.

Firme partidario del socialismo árabe, de la organización de los Países No Alineados y de la causa palestina, desempeñó un papel fundamental en la década de los setenta, en la que pasaron por Argelia terroristas como Ilich Ramírez Sánchez, alias «Carlos el Chacal».

Además, fue fundamental en la decisión del presidente Boumediane de reconocer la República Árabe Democrática Saharaui (RASD), lo que supuso la ruptura de relaciones con Marruecos y un conflicto bilateral que todavía continúa.

Muerto su mentor, Buteflika comenzó a perder influencia en el gabinete del nuevo presidente, el general Chadli Benjedid (1979-1992), otro de los protegidos de Boumediane. Su travesía por el desierto comenzó en 1981, fecha en la que fue acusado de corrupción y del desvío a bancos suizos de 60 millones de francos de las embajadas argelinas. Hallado culpable, en 1983 decidió huir y ponerse en lo que sus biógrafos califican de un «autoexilio» de cuatro años en los que vivió en diversos países del golfo Pérsico.

En 1987, con Benjedid aún en la presidencia, regresó al país y volvió a ascender en las filas del Frente de Liberación Nacional, el partido formado en tiempos de la colonia que gobierna Argelia desde la independencia.

En 1989 empieza una época poco conocida de su pasado que coincide con el estallido del «decenio negro» (1989-1999), la brutal guerra civil que costó la vida a cerca de 300.000 personas y dejo varios miles de desaparecidos.

Bouteflika rechazó varios puestos ministeriales en el Gobierno del nuevo presidente, Liamine Zéroual (1995-1999), enemigo del depuesto Benjedid, viajó a Suiza y cabildeó en la rama más pragmática del Ejército.

En 1999, apoyado por una amplia facción de las Fuerzas Armadas, se presentó como candidato a la presidencia, que ganó con un 75 % de los votos después de que el resto de candidatos se retiraran tras denunciar un posible fraude electoral.

Concluyó la vía de acercamiento a las guerrillas islamistas que abrió su predecesor, decretó una amnistía, quebró la resistencia de la parte más radical del Ejército y pacificó el país, que entró en una era de reconciliación y reconstrucción que aún no ha terminado. Pese a que nunca consiguió que el plan de paz se asentara como política de Estado, Buteflika fue elegido en el 2004 en unos comicios que fueron certificados por la comunidad internacional pero que volvieron a ser denunciados por su opositor, el general retirado Ali Benflis.

En 2005, volvió a someter a referéndum su plan de reconciliación, pero el primero de sus achaques de salud sembró las primeras dudas sobre su capacidad y abrió la incertidumbre de la sucesión de un hombre que dominaba el país con puño de hierro junto a un estrecho círculo de militares y políticos conocido como Le Pouvoir.

Una «úlcera sangrante de estómago» le obligó a ser ingresado tres meses en un hospital de Suiza.

Ocho años después, y en medio ya de críticas por la corrupción en el régimen y los rumores sobre su supuesta incapacidad, Bouteflika sufrió un derrame cerebral que le condenó a una silla de ruedas, con las capacidades motoras reducidas.

Desde entonces, no volvió a hablar en público ni a viajar al extranjero, y sus apariciones publicas comenzaron a reducirse de forma paulatina, limitadas a las imágenes transmitidas por la televisión estatal.

Aún así, volvió a ganar las elecciones presidenciales del 2014, sin ni siquiera participar en la campaña electoral, que dirigió el después primer ministro, Abdelmalek Sellal, en un proceso boicoteado por la mayoría de partidos.

El tercer y cuarto mandato fueron posibles gracias a una enmienda de la Constitución concebida en las cocinas de Le Povoir, que en 2017 retorció la Constitución de nuevo y convocó un referendo que le permitió aspirar a un quinto mandato.

El 22 de febrero del 2019, con el país sumido en una aguda crisis económica y social, y el Ejército en un pulso de poder tras meses de purgas, decenas de miles de jóvenes salieron a las calles de todo el país para protestar contra la quinta reelección consecutiva de un presidente convertido en un «fantasma». Dos días después, Buteflika fue trasladado de nuevo a un hospital de Suiza.

Casado con Amal Triki, hija de un embajador retirado con la que se desposó en 1990 a la edad de 53 años, no deja descendencia.