El Síndrome del Edificio Enfermo: dolor de cabeza, ojos secos y erupciones cutáneas

EL BOTIQUÍN

El problema suele estar causado por los sistemas de ventilación mecánicos y la falta de mantenimiento de las estructuras
29 ago 2022 . Actualizado a las 10:33 h.La arquitectura influye en la salud mucho más de lo que se suele pensar. Una idea que cada vez queda más clara, sobre todo, desde que el covid la puso de manifiesto. Espacios interiores y cerrados a cal y canto hacían que sus usuarios se volviesen completamente vulnerables. Ventilación natural, y a pasar frío en invierno, y calor, en verano.
Más allá de lo evidente, no es extraño que una mole de cemento pueda enfermar. Un edificio lleno de oficinas, con ventanas que no se abren, mucha luz artificial, o poca natural, y una clara descompensación térmica entre sus espacios. Aparece la sequedad de garganta, el dolor de cabeza, la piel seca y los ojos llorosos. Y casi sin esperar, llega un diagnóstico: el Síndrome del Edificio Enfermo. «Esta expresión puede llevar a confusión, porque la construcción en sí no está enferma», explica Fernando Tabernero, miembro del Colegio Oficial de Arquitectos de Galicia, que añade: «En realidad, hablaríamos del síndrome del edificio enfermante».
Si bien puede parecer algo nuevo, el nombre tiene historia. A finales de los 70, los habitantes de algunos edificios que acababan de ser construidos presentaban un cuadro común de síntomas inespecíficos. Sin embargo, no fue hasta 1986, cuando la Organización Mundial de la Salud le puso nombre. La entidad estimó que este problema estaba presente en entre el 10 y el 30 % de los edificios de nueva construcción en el mundo occidental. El enemigo de todas ellas era la calidad del aire interior: «Si un edificio no está suficientemente ventilado puede tener contaminantes químicos, ácaros de polvo u otras sustancias que pueden ser perniciosas. La OMS hace la diferencia entre síntomas por un lado, y enfermedades por otro», expone el experto en arquitectura.
La enfermedad arquitectónica puede durar para siempre y ser permanente, o por el contrario, temporal. Esta condición se asocia a los edificios de reciente remodelación, en los que es habitual que los síntomas se reduzcan a medida que pasa el tiempo.
La manifestación clínica es leve, pero causa molestias a un gran número de trabajadores, «y en determinadas circunstancias, puede influir apreciablemente en los índices de absentismo», plantea el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo (Insst). De hecho, Tabernero apunta a que la OMS considera fundamental que haya un número de trastornos «superior a lo normal» en el mismo espacio. El mínimo es un 20 %.
El dibujo del edificio enfermo cumple con varias características. En primer lugar, existe un problema de ventilación. Es forzada y compartida a todo el espacio. De igual forma, la construcción empleada es ligera y poco costosa. También es común que las superficies interiores estén recubiertas con material textil, entre ellas las paredes, los suelos, y otros elementos. Un claro ejemplo de ello es la moqueta.
El ambiente térmico es homogéneo. Los edificios se mantienen relativamente calientes y tratan de ahorrar energía. Por su parte, las ventanas no pueden abrirse, y en muchos casos la luz natural es deficiente.
¿Cómo se diagnostica este síndrome?
El diagnóstico casi siempre llega por exclusión, pues el origen es multifactorial. Y es imprescindible que al menos el 20 % de los usuarios compartan malestar. En general, los signos no van acompañados de ninguna lesión orgánica o física, y tienden a desaparecer una vez se abandona el centro en cuestión.
El cuadro clínico está compuesto por ojos, nariz y garganta seca; piel tirante; dolor de cabeza; fatiga mental; hipersensibilidades inespecíficas; dificultad al respirar; mareos o náuseas; comezón; erupciones cutáneas; ronqueras, e incluso, un incremento de la incidencia en infecciones respiratorias y resfriados.
No solo esto, sino que también puede potenciar otras enfermedades del trabajador, como la sinusitis, asma o ciertos tipos de eccemas. «Los estudios realizados muestran que los síntomas aparecen con mayor frecuencia por la tarde que por la mañana, y el personal de oficina es más propenso a sentir estas molestias que el directo. Son más comunes en el sector público, y las quejas se vuelven más abundantes cuando menos control tiene la gente sobre su entorno», expone el Insst.

Poca ventilación natural y fuertes contrastes térmicos
Si bien el gran problema, y más común, en este síndrome es un sistema de ventilación mecánico e insuficiente, existen muchos otros factores de riesgo. Los materiales de construcción y decoración, así como los muebles, pueden desprender compuestos como vapores orgánicos, formaldehído, polvos y fibras textiles. Eso sí: «Hoy por hoy, los barnices o pinturas que se aplican en la construcción tienden a ser con disolventes mucho más amigables, por lo que no suelen generar demasiado problemas», precisa Tabernero. También los propios materiales usados en el trabajo de oficina: «Las fotocopiadoras o impresoras generan ozono. Este es imprescindible para que la tierra sea habitable, pero estar en un lugar produciendo ozono es malo, irritante y alergénico», recuerda el experto en arquitectura. Ni que hablar de ácaros, virus, hongos o bacterias cuya mayor expresión son las humedades. Esto, sin embargo, no es todo.
Por regla general, las actividades realizadas en el entorno laboral no se consideran lo suficientemente peligrosas en cuanto a la exposición a ozono. No obstante, y tal y como indica el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el trabajo, en determinadas circunstancias sí puede tener lugar: «Cuando el equipo se encuentra ubicado en una zona en la que la ventilación es insuficiente (principalmente si el sitio es de reducidas dimensiones y el equipo se emplea con mucha frecuencia, o si hay varios próximos entre sí), si no dispone filtro de ozono, si este no se reemplaza con la frecuencia requerida, si presenta algún fallo de funcionamiento o si el mantenimiento no se realiza correctamente»
Los olores también son un limitante. Determinados gases y vapores ocasionan malestar sensorial debido a la irritación en la que derivan. A su vez, puede acabar produciendo cierta ansiedad y estrés, especialmente si las fuentes de origen del hedor no están identificadas. La iluminación tiene igual importancia. Un nivel bajo de luz, un contraste insuficiente, los brillos excesivos y los destellos actúan como un estrés visual y producen irritación de ojos y dolores de cabeza.
El ruido no solo molesta, también provoca fatiga, sobre todo, si los límites recomendados (60-70 decibelios) se exceden. Lo mismo ocurre al contrario. Es decir, «los infrasonidos y aquellos de baja intensidad pueden causar irritabilidad y molestias», sostiene el organismo nacional. Las vibraciones exteriores (o del propio edificio en un contexto de obras) afectan y mucho, al igual que lo hace un ambiente térmico inadecuado.
La humedad es descrita como «un serio problema», y por ello ha de vigilarse de cerca. Si los niveles de esta son altos (por encima del 70 %) se favorece la aparición de hongos, mientras que de no alcanzar el límite inferior puede ocasionar sequedad en las membranas mucosas.
Los factores psicosociales importan. Si un empleado está a gusto con su entorno laboral será más complicado que los síntomas afloren. La ventilación merecería un párrafo aparte. De hecho, tal y como se indica al comienzo, suele ser la causa más frecuente del síndrome. No solo importa el tipo en sí (si es natural o artificial), sino el mantenimiento de las instalaciones: «La inmensa mayoría de los edificios que llamamos enfermos tienen ventilación forzada. Cuando se airea de forma mecánica, no todo el aire que se extrae de la habitación se echa, ni todo se toma nuevo, porque sería una locura desde el punto de vista energético y económico», plantea Tabernero.
Parte de ello se renueva, «y en función de la época se caliente o se enfría, y se seca o se humedece. Tiene que pasar por filtros que pueden no estar en su mejor condición», concluye el experto. Son muchas las construcciones que parecen cumplir con alguno de estos parámetros.
¿Cómo se puede evitar el Síndrome del Edificio Enfermo?
Existen una serie de hábitos que pueden ayudar a reducir la exposición:
- Descansos regulares en el exterior.
- Si es posible, se recomienda abrir las ventanas
- Los ojos también se merecen un descanso, por lo que es aconsejable apartar la vista de la pantalla y mirar al punto más lejano durante 20 segundos, cada 20 minutos.
- Levántate para dar una vuelta y no estar todo el rato sentado en tu zona de trabajo.
- Utilizar productos de limpieza sin perfumes o fragancias.
- Pasar el aspirador con frecuencia.
- Cambiar los filtros de aire como mínimo cada dos meses.
- Prestar atención a la existencia de hongos o moho.
- Cambiar la iluminación tanto como sea necesario, e invertir en luces LED o azules para reducir su potencia.
