«¿Hace cuánto no duermo bien? Nunca lo he hecho»: así repercute en la vida de los jóvenes no conciliar el sueño
ENFERMEDADES
El descanso es una de las patas primordiales para llevar una vida saludable y cuando el sueño falta, el resto del día se hace cuesta arriba
24 jul 2023 . Actualizado a las 15:46 h.David prefiere no dar su nombre completo porque, desde hace unos años, las noches se han convertido en su peor pesadilla. «¿Quién va a querer contratar a alguien que no duerme bien?», lamenta. Le cuesta conciliar el sueño y cuando lo consigue, se despierta con una presión fuerte en el pecho. «Me cuesta respirar, la sensación es como estar en una piscina en la que el agua te llega hasta el cuello y tienes que luchar para conseguir aire». Está diagnosticado con apnea obstructiva del sueño, una enfermedad que consiste «en un colapso de la vía superior, es decir, la garganta se cierra, no permite el paso de aire y deriva en una falta oxígeno por la noche», como explica a La Voz de la Salud la doctora Irene Cano, coordinadora del área de sueño de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ).
A veces también le ocurre que, cuando se queda dormido, nota que se marea y se despierta de nuevo sin querer. No vuelve a conciliar el sueño y comienza otro periplo en el que el objetivo es conseguirlo: «Me levanto, tomo un poco de agua, me echo en cama, cambio de postura, me intento relajar. Si no hay manera, a veces intento leer. Si lo consigo, puede que tenga la suerte de dormirme a la media hora, pero no pasa siempre. Creo que también influye que, si me pongo nervioso y noto que no soy capaz de relajarme, los síntomas se incrementan».
«Me voy a trabajar durmiendo tres horas»
Más allá de esta patología, el joven confiesa que se encuentra en un punto en que ya le cuesta irse a la cama. «Como me lleva pasando un par de años y ha ido a más, le he cogido miedo al hecho de irme a dormir. Para mí es un momento del día que me causa preocupación. Hay ocasiones en las que ya respiro mal durante el día e intento no pensar en ello porque sé que tampoco me viene bien ponerme nervioso».
Reconoce que a día de hoy se encuentra en una situación «muy cómoda en la que no me puedo quejar de nada, sin ningún tipo de estrés laboral y personal, pero sigo teniendo este tipo de problemas. He estado asistiendo a una psicóloga porque me han dicho que podría ser ansiedad. Y ella pensaba que era un tema más físico, de respiración. Realmente, creo que se juntan ambas cosas, que no pueden separarse tan fácilmente».
David se considera afortunado porque tiene un trabajo que le permite mucha flexibilidad horaria. Puede adaptar un poco esa temida entrada al trabajo después no haber pegado ojo en toda la noche. Pero eso no evita que muchas jornadas laborales se vuelvan cuesta arriba: «Me voy a trabajar durmiendo tres horas y, evidentemente, no es productivo. Se ve muy reflejado en el día a día. Teniendo la suerte de que, si entro dos horas más tarde a trabajar, no pasa nada. Si tengo alguna reunión o alguna cosa importante que hacer al día siguiente, sé que no me lo puedo permitir, pero ¿y la gente que no tiene esa suerte?»,
Con todo, asegura que su caso de insomnio no es de los más graves, ya que conoce a gente que lo sufre mucho más intensamente que él. «En realidad no me pasa siempre, voy un poco como a ciclos. He ido a una charla de la Asociación Española de Enfermos del Sueño (Asenarco), donde la gente contaba sus problemas para dormir y había casos que dormían dos o tres horas al día siempre. Esa cifra, en mi caso, solo se da en mis peores épocas porque voy un poco a rachas».
Cuando lo que impide dormir son las propias piernas
La historia de Raquel Fernández tiene un punto de partida diferente, pero el mismo final que la de David. Ella también padece insomnio. «No entro en fase REM, mi porcentaje es mínimo y, además, tengo síndrome de las piernas inquietas». Según la Sociedad Española de Neurología, se trata de un trastorno neurológico caracterizado por la necesidad imperiosa de mover las piernas, debido al malestar que aparece o empeora al anochecer en las extremidades en situaciones de reposo o inactividad.
Sin embargo, echando la vista atrás, la joven reconoce que nunca fue una niña «dormilona»: «¿Hace cuánto no duermo bien? Nunca lo he hecho. Nunca he dormido. Recuerdo que tenía muchas pesadillas y que tardé mucho en dejarme de orinar en la cama. Muchas veces, me levantaba llorando. Dormir hasta el día siguiente sin despertarme... yo nunca he sido así. Siempre he sido muy movida».
Raquel comenta que a veces iba a echarse una siesta y notaba una pierna muy nerviosa, «de esto que la tienes que mover o estirarla, pero era esporádicamente. El problema es que, ahora, es lo normal. ¿Qué me pasa por la noche? Que en el momento en el que tengo que irme a la cama me empiezo a poner muy inquieta, pero en las piernas. Y empiezo a moverme. Tengo que estar moviendo las piernas. Llega un punto que como veo que sentada no soy capaz de estar, me tengo que levantar. Y andar. Eso ya me despeja. Me echo en cama y me paso toda la noche subiendo y bajando las piernas».
El periplo para el diagnóstico
Nunca pensó en consultar, pero un amigo suyo, que formaba parte de la junta directiva de Asenarco, le recomendó hacerlo. «Como para mí dormir así ya era lo normal, no le veía ningún tipo de problema». Pero una depresión acabó intensificando mucho más sus dificultades para conciliar el sueño. «Me levantaba cada vez peor, desanimada. Era como una zombi, me tenía que volver a echar a la cama y no tenía ganas de nada. Ni de salir a la calle. Entonces él vino y me dijo: 'Raquel, tienes insomnio'. Y yo le dije que no, que yo no tenía nada, porque lo achacaba a mi estado de ánimo, pero sí, tenía razón».
Su amigo le recomendó ir a su médico de cabecera para que le derivaran a la unidad del sueño. La primera parada de este largo circuito fue la consulta de psiquiatría. «Me diagnosticó y me dijo que tenía depresión y ansiedad». De ahí, pasó a neumología. «Tras dormir con una máquina me dijeron que no tengo problema con la apnea del sueño pero que sí que hay algo más que la máquina está registrando y que me mandan al neurofisiólogo», relata Raquel.
En el estudio que le hicieron pudieron detectar su movimiento de piernas. «En total, 42 veces. Me dijeron que tenía una fase REM muy suave, que no entraba del todo en ella y que tenía lo que ellos consideraban como un síndrome de piernas inquietas». El siguiente paso es una cita en neurología que, lamentablemente, no sabe cuándo será. «La prueba en el hospital fue en octubre pasado. Entre una cosa y otra llevo dos años, en los que sí, estoy diagnosticada, pero no estoy tratada».
Un relato que se asemeja bastante al de David: «Me cuesta mucho que me hagan caso». Y habla en presente porque también sigue pendiente de una cita en una unidad especializada del sueño. Cuenta con el diagnóstico de apnea obstructiva del sueño porque él mismo se costeó la prueba en un centro privado. «Me decían que solo era ansiedad y me cansé, me fui a un hospital privado y me pagué la prueba de mi bolsillo. Lo único que me dijeron en ese centro es que no era lo suficientemente grave para tener una máquina para dormir. La única indicación que me dieron es que no durmiera boca arriba. Fue con esa prueba cuando la médica de cabecera me hizo caso y me pidió cita en neumología». Una fecha de la que aún no tiene noticias de cuándo va a producirse.
«Duermo bien cuando me tomo el ansiolítico, para qué nos vamos a engañar»
«Me da pánico irme a dormir», confirma Raquel. «Cuando empiezo a tener sueño, me pongo nerviosa. Me entra ansiedad y estoy inquieta. Me tengo que levantar, me despejo... Cuando me echo en cama siempre me pregunto: ¿Dormiré o no? Es una guerra», narra. Ante la pregunta de si algún día consigue conciliar bien el sueño, contesta tajante: «Duermo bien cuando me tomo el ansiolítico, para qué nos vamos a engañar. Si no, no duermo de forma profunda. Descanso, pero mi cuerpo está tan agotado que necesita más horas de sueño. Levántate tú para ir a trabajar. Voy todo el día como una zombi».
Raquel llegó a tomar bastante medicación. «Pastillas por la mañana, por el día y por la noche. Antes de ir a la cama tomaba un antidepresivo que te induce al sueño secundario, un ansiolítico y aún le metía melatonina. Así estuve mucho tiempo. Pero le dije al psiquiatra que, aún tomando todo eso, no notaba que mi ánimo mejorase, ni que durmiera mejor, ni que me gustase la vida. Así se lo dije. Lo único que veía es que terminaría fastidiando el hígado y riñón». Al final, otra psiquiatra le cambió la medicación: «Ahora me tomo el ansiolítico solo cuando estoy muy nerviosa».
Gracias a la ayuda de la psicóloga de Asenarco, la joven establece una rutina del sueño para, por lo menos, intentar dormir. «No puedo ver una serie o una película que me excite y móvil fuera. Todo lo que me pueda alterar a partir de las siete u ocho de la tarde, lo evito. Tengo que hacer el momento de irme a dormir lo más agradable posible, sino, mal».
A David también le prescribieron tratamiento farmacológico: «Una vez que fui a urgencias porque me encontraba muy mal y ahí fue donde me dijeron de tomar diazepam. Lo tomé unas cuantas noches y es verdad que me ayudó a dormir, pero al día siguiente estaba hecho polvo. Coincidió más o menos que al poco tiempo fui a la psicóloga y ella me dijo que no veía necesario tomar pastillas de momento. A mí tampoco me apetecía mucho y me fastidiaba que al día siguiente me costase tanto arrancar. Ni siquiera llegué a acabarme la caja».
Ambos están a la espera de que la cita con los respectivos especialistas llegue más pronto que tarde, mientras se lamentan de que el proceso se demore tanto. «Creo que estamos en un punto en el que, hasta los médicos normalizan, de alguna manera, que la gente no duerme bien. Es tremendo», considera Raquel.