Catorce familias de tres continentes distintos heredaron la variante de epilepsia de una misma persona: así funciona el efecto fundador
ENFERMEDADES
El origen de esta mutación genética comenzó en un «individuo británico»; los expertos destacan que la supervivencia de esta variante es «algo curioso y raro»
26 ene 2024 . Actualizado a las 14:06 h.Se suele decir que la epilepsia tiene tantos años como la humanidad. Las descripciones más antiguas son de origen babilónico, cuando su nombre «antashube o antasubba» significaba «la enfermedad de las caídas». En el Código de Hammurabi, por ejemplo, se describe, junto a la lepra, como enfermedades «vergonzantes» y se prohíbe, a quienes la padezcan, casarse o participar en juicios. Es más, según recoge el texto, los esclavos que fuesen epilépticos podrían ser devueltos si presentaban síntomas.
En Egipto, se pensaba que la epilepsia era resultado de una posesión demoníaca; una especie de castigo de los dioses con un claro componente mágico. De hecho, se creía que entraba por la vista. No fue hasta finales del siglo XIX, a partir de 1870, cuando se inicia la era moderna en el estudio de esta enfermedad con el papel del neurólogo británico Hughlings Jackson. El experto establece una definición que todavía hoy se utiliza: «Una descarga súbita, rápida y excesiva de las células cerebrales».
En la actualidad, unas 400.000 personas padecen epilepsia en España, y cada año, se detectan entre 12.400 y 22.000 nuevos casos. Por mucho que se suela pensar, las crisis van mucho más allá de las convulsiones. Es más, estas solo representan entre el 20 y el 30% del total de los casos.
¿Cómo se transmite la epilepsia?
La epilepsia habla en singular, aunque en realidad, se compone de un conjunto heterogéneo de enfermedades que afectan al sistema nervioso central y, cuya manifestación más típica, es la de crisis. Es resultado de una descarga eléctrica anormal de las neuronas en la corteza cerebral, y se calcula que alrededor de un 30 % de los casos son resistentes a los fármacos.
Si bien puede aparecer a cualquier edad, es más habitual en niños y en personas de edad avanzada. «La epilepsia es un trastorno neurológico común y muy heterogéneo. En ocasiones se da de manera aislada y en ocasiones como parte de otro trastorno. Por ejemplo, entre el el 1 y el 10 % de las personas con síndrome de Down tienen epilepsia; el 90 % de los diagnosticados con síndrome de Angelman también», detalla Julio Rodríguez, doctor en medicina molecular y genetista en la Fundación Pública Galega de Medicina Xenómica, del Hospital Clínico Universitario de Santiago de Compostela.
Así, entre sus factores causales pueden estar los genéticos, «los cuales están involucrados en la mayoría de los casos, a veces de forma indirecta, y otras, como factor único», detalla. Esto último solo representa a entre el 1 y el 2 % de las epilepsias, pues la mayoría son fruto de la interacción entre los genes y el ambiente. «Pese a que estas últimas son raras, existen más de 200 genes involucrados hoy en día», indica.
«Que algo sea genético no significa que sea hereditario»
Este trastorno tiene un fuerte componente genético, pero no siempre se manifiesta de generación en generación. La heredabilidad en esta enfermedad —estadística que calcula el grado de variación de un rasgo debido a la genética— «se encuentra entre el 25 y el 70 %, lo cual es bastante, pero solo es una aproximación. Que algo sea genético no significa que sea hereditario», contempla el genetista. Con todo, lo hace más probable. Según el experto, los familiares de una persona que tenga epilepsia «tienen cinco veces más riesgo que la población normal de sufrirla», precisa.
Catorce familias y un gen de hace 800 años
Con esto en mente, la genética tuvo mucho que ver en un artículo publicado en el American Journal of Human Genetics. Los investigadores rastrearon el origen de una mutación que causa un tipo de epilepsia infantil, presente en 14 familias diferentes de tres continentes, hasta encontrar que su evento fundador, el primer individuo en padecerla, vivió hace 800 años. «Era un individuo británico, antes del asentamiento blanco de Australia a finales del siglo XVIII», indica Rodríguez.
La selección natural no la eliminó y así sorteó su suerte hasta la actualidad. En concreto, las unidades familiares pertenecen a Australia, Europa y Estados Unidos y no estaban emparentadas en «al menos cinco generaciones».
Para ello, el grupo de investigación buscó la variante en la base de datos UK biobank, en la que había 74 individuos registrados que respondían a estas características. El siguiente paso era descubrir si la mutación era algo independiente o, por el contrario, procedía de un ancestro común.
Para ello, fue necesario atender al haplotipo en el que se encuentra la mutación que provoca la enfermedad. «Los haplotipos son combinaciones de variantes genéticas que se heredan de manera conjunta», comienza explicando Rodríguez. Cuantas más generaciones hayan pasado, más pequeños son estos, ya que la recombinación que se produce en cada generación los “rompe”. Así, «si una mutación forma parte de un haplotipo largo, quiere decir que la mutación es nueva; mientras que si es corto, significa que ya lleva tiempo circulando», añade. De esta forma, y con un cálculo posterior, los investigadores concluyeron que el origen de la mutación residía en el mismo ancestro común, con vida hace 800 años.
Efecto fundador
¿Cómo es posible que la mutación conecte a 14 familias de partes diferentes del mundo? Puede decirse que la mutación emigró. «Cuando surge en una persona y esta se muda a otra población en la que no existía, y se reproduce, esa mutación comienza a aparecer en este nuevo sitio», explica Rodríguez. Un fenómeno que se denomina «efecto fundador».
La selección natural no tuvo demasiado margen de maniobra. En materia genética, «esta depende de si la mutación afecta o no al éxito reproductivo», apunta el experto, que pone un ejemplo. Cuando una variante genética se manifiesta muy temprano en el organismo, como ocurre en el cáncer infantil, y acaba con la vida de esa persona, «ya no pasa a la siguiente generación, porque desaparece con el individuo». Esta es la imagen más representativa de la selección natural. Ocurre lo mismo cuando la variante genética limita mucho la vida de una persona y le ocasiona un síndrome muy grave: «Es posible que ese individuo no se produzca y esa variante no pase a la siguiente generación».
Ahora bien, si esta variante se expresa en la etapa adulta, cuando ya ha tenido lugar la edad reproductiva, la selección natural no llega a tiempo de eliminarla. Este es el caso de la epilepsia. «Al final, en la mayoría de veces, no es un trastorno muy incapacitante y los individuos pueden relacionarse y reproducirse sin problemas, por eso, esas variantes genéticas no son eliminadas», detalla.
«Un hallazgo curioso y raro»
Con todo, la selección natural no siempre es sinónimo de desaparición. Existen muchas condiciones genéticas graves «que no son eliminadas por ser recurrentes», detalla el genetista. La mutación vuelve una y otra vez. «Ocurre en el síndrome de Down, que no es hereditario pero es genético, y surge de nuevo siempre con tres cromosomas 21», expone.
Este hallazgo «es curioso y raro», aunque muy interesante para los científicos. «Nos permite mostrar que la genética, más allá de servir para diagnosticar y enfocar el tratamiento de los pacientes, también sirve para trazar los orígenes y relaciones familiares de los individuos», detalla Rodríguez, que lo compara, en tono jocoso, con Juego de Tronos: «Es como los rasgos claros de los Lannister, pero en la vida real».