Gas mostaza, la sustancia que pasó de ser un arma química a un componente de la quimioterapia
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El ejército alemán la utilizó por primera vez en la Primera Guerra Mundial y los soldados sufrieron quemaduras en la piel, ojos y pulmones
14 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.La Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue una de las guerras más destructivas de la historia moderna. Sus contemporáneos, preocupados por las batallas y las bajas, la denominaron la Gran Guerra.
Los ejércitos empezaron contendientes, a su vez, a hacer uso de las armas químicas. El primer país en hacerlo fue Francia, en 1914, con el bromoacetato de etilo, una sustancia lacrimógena que obligaba a las tropas alemanas a salir de sus búnkeres. No obstante, su efecto no era muy notable porque se empleaba al aire libre. Alemania cambió las reglas del juego, cuando en 1917 empezó a utilizar el gas mostaza.
El instituto Kaiser Wilhelm, bajo la dirección del químico Fritz Haber, quien más tarde recibiría el Premio Nobel de Química, produjo las primeras armas de destrucción masiva ante el miedo a una escasez de armas convencionales.
El 12 de julio de 1917, las tropas alemanas bombardearon con obuses repletos de gas mostaza a las tropas británicas, que estaban próximas a Ypres (Bélgica). Los ingleses contaron que notaron un olor extraño y picante en el aire y que una especie de nube dorada creció bajo sus pies. Quienes lo inhalaron, empezaron a toser sangre, pues las máscaras que les habían protegido de otros ataques con cloro o fosfeno no les sirvieron contra este nuevo gas. Los soldados también reportaron unas dolorosas ampollas y llagas incurables. La muerte podía llegar en cuestión de pocas semanas y la agonía era tremenda.
Su agresividad era tal que las células que entraban en contacto con el gas acababan muriendo. La piel, los ojos y el interior de los pulmones sufrían quemaduras químicas debido al gas mostaza, que recibe este nombre por su fuerte olor a mostazo o ajo quemado.
Cuando la Primera Guerra Mundial se terminó, los patólogos Edward Bell Krumbhaar y Helen Dixon Krumbhaar, marido y mujer, estudiaron a los supervivientes y encontraron que, en muchos de ellos, su médula ósea había desaparecido. Este tejido suave y esponjoso que se encuentra en el centro de los huesos y se encarga de la producción de glóbulos rojos, blancos y plaquetas. Aquellos que no la tenían, presentaban altos niveles de anemia y un catarro podía llegar a ser mortal, un síntoma que los científicos acuñaron como efecto Krumbhaar.
El miedo a este gas era tan grande, que tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, ningún ejército se atrevía a utilizarlo. Sin embargo, el 2 de diciembre de 1943, los alemanes bombardearon varios buques de Estados Unidos amarrados en un puerto cerca de Bari (Italia), pero uno de estos barcos tenía un cargamento secreto de gas mostaza. La nube tóxica llegó a la ciudad y afectó a su población, causando la muerte de más de un millar de civiles.
En leucemias
Ante la preocupación de que otros países lo utilizasen, la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico —una agencia de Estados Unidos creada con el objetivo de coordinar la investigación científica con fines militares durante este conflicto— encargó a Louis Goodman y Alfred Gilman, investigadores de la Universidad de Yale, que estudiaran el gas mostaza.
Para ello, analizaron a los supervivientes de este químico y, al igual que sus colegas habían hecho años atrás, se percataron del efecto Krumbhaar y la pérdida de masa ósea.
Ahora bien, en lugar de limitarse a simplemente destacarlo como un efecto, pensaron que el gas mostaza podría ser una oportunidad de tratamiento para los pacientes de leucemia. Este tipo de cáncer que se origina en la médula ósea se caracteriza por un aumento incontrolable de la cantidad de glóbulos blancos malignos, células que, precisamente, el gas mostaza reducía. Los investigadores pensaron que si esta sustancia era capaz de destruir los glóbulos blancos normales, también sucedería lo mismos con los cancerosos.
Para evitar los efectos secundarios de sobra conocidos, como las quemaduras, primero probaron dosis muy pequeñas en animales de experimentación, a los que les inyectaban una cantidad mínima de gas en suero. Un año después, comenzaron a probarlo en algunos pacientes con leucemia en el hospital, con resultados positivos.
Del primer paciente solo se conocen sus iniciales J.D., era un inmigrante polaco en los Estados Unidos de unos 40 años, cuya ocupación era ser obrero metalúrgico. Su linfoma estaba en estado avanzado, y el tumor que tenía en la mandíbula no le permitía tragar ni dormir. La esperanza para él era nula, así que aceptó la terapia experimental basada en el gas mostaza. Poco a poco fue mejorando hasta el punto de que ya podía descansar, comer y estar mucho más cómodo. Aunque el tratamiento no le salvó la vida —falleció unos seis meses después— sí mejoró su calidad en sus últimos días.
Así se sentaron las bases de los tratamientos con fármacos para el cáncer. Un avance que ha perdurado hasta la actualidad, como componente en algunas quimioterapias.