Sandra Medina, descubrió que tenía altas capacidades a los 27: «Hasta ese momento, sentía que era un fraude»
SALUD MENTAL
Desde pequeña ocultó su dotación para tratar de amoldarse al resto de sus iguales
12 dic 2022 . Actualizado a las 17:58 h.Sandra Medina supo que tenía aaltas capacidades a los 27 años, después de una enorme crisis existencial. «Sentí que era un fraude, una fracasada», dice. Tenía una relación tóxica con su situación laboral, «pensaba que yo valía mucho más, y que no me había ido tan bien como debería», explica. Así que buscó ayuda profesional, y con ello, decidió dejar su trabajo. La antesala de todo lo que vendría. El verano siguiente tuvo una mala época. Tras el covid-19, tuvo fatiga crónica y una lesión que no le permitía hacer ejercicio, su vía de escape. Esto, unido al bache anterior, comprometió su estado anímico. «Le llamo crisis existencial, pero en realidad, era el paso previo a una depresión», detalla. Decidió, de nuevo, ponerle fin con ayuda profesional. «Indagando en cosas de mi infancia, le dije que desde pequeña había tenido el síndrome de la impostora. Siempre que volvíamos hacia esos años, lloraba en consulta, y no sabía el porqué. Hasta que un día, ella me preguntó: ¿Qué quiere esa niña?, y yo le dije: “Que se le entienda”», cuenta.
Lejos de lo que se suele pensar, no pasó su vida resolviendo acertijos matemáticos o estudiando una carrera con 15 años. De hecho, todo lo contrario. Fingía que no sabía comer o vestirse en el colegio, ocultaba sus habilidades para la música y no tuvo más de un seis de media en Bachillerato.
Lo hacía de manera consciente, e inconsciente a la vez. Tiene recuerdos para escribir un libro. «En casa, tocaba la flauta todo el rato. Me encantaba la música, y hacía todos los deberes, tenía mi cuadernillo perfecto. Pero un año, a finales de curso, mis padres descubrieron que iba a suspender la asignatura», comenta. La calificación no les cuadraba, así que fueron a hablar con la profesora. «Les contó que nunca tocaba en clase, ni entregaba los deberes», dice la protagonista, que añade: «Así que me hicieron tocar para aprobar, y claro, la mujer alucinó», cuenta. Ella sabía hacerlo, y a un nivel muy alto.
En el curso 2016-2017, en España había 27.747 alumnos de altas capacidades. Esto solo supone el 0,33 % de todos los jóvenes matriculados, «muy alejado del porcentaje de alumnos con ellas estimado por los estudios más recientes», precisa. Es por eso, que la Asociación Española para Superdotados y con Talento (AEST) sospecha que muchos siguen sin identificar. ¿Qué razones puede haber detrás? En primer lugar, que nadie lo sepa. Ni la familia, ni la comunidad escolar. En segundo lugar, que haya una renuncia al apoyo educativo, y en tercer lugar, el miedo. «También puede ocurrir que sea el colegio el que frena la identificación de alumnos. En ocasiones , este comportamiento es involuntario y se debe al miedo o a la desorientación que hay sobre altas capacidades», detalla la entidad.
Durante la adolescencia también tuvo episodios parecidos. Forzaba su personalidad para amoldarse al resto. «Ocultar cómo era de verdad no solo me afectó en clase, sino también en las relaciones sociales. Siempre intentaba encajar, y si sentía diferencias, me callaba y fingía», cuenta. Si sabía más que el resto, se censuraba.
Esta actitud levantó sospechas en el colegio. «A los cinco o seis años me hicieron una valoración psicológica porque vieron que había una incongruencia entre todo lo que la profesora decía que no hacía, y lo que realmente sabía hacer. Ahí, se concluyó que yo era más madura que los niños de mi edad», señala. Sin embargo, solo se mencionó la superdotación para descartarla: «A mi madre le dijeron: “No te preocupes que no es superdotada”. Que se me iba a pasar, y que mi problema era que yo no necesitaba demostrar lo que sabía», precisa. Para Sandra esto es un claro rasgo patológico. «Una cosa es decidir no mostrar lo que sé, y otra muy diferente, hacer ver que no sé comer», detalla.
Pensar acerca de todos estos detalles hizo que quisiese buscar respuestas: «Me puse a buscar en Google y encontré un documento de Atención Orientativa en Alumnos de Altas Capacidades. Al leerlo, me quedé en shock. Todo de lo que habíamos hablado en terapia salía ahí», precisa. Era domingo, estaba sola en casa «y no podía parar de llorar».
«La diferencia entre lo que yo sabía hacer y lo que mostraba era muy grande», cuenta. Eso, repetido de manera automática año tras año, no hizo más que menoscabar su identidad: «Llevaba años haciendo lo mismo, y el problema de personalidad que se genera es muy grande», explica Medina. No sabe dar un porqué a esta actitud, todavía no ha podido encontrarlo. «Es muy común en niños con altas capacidades, especialmente, en niñas. Pienso que tiene que ver con experiencias previas, con ver que algún niño ha dicho algo en alto y le han corregido», explica. Tener Altas Capacidades no implica ser radicalmente diferente. «Es algo que le puede pasar a cualquier pequeño, solo que alguien de nuestras características es capaz de hacer muchísimo, y hay una enorme diferencia con lo que en realidad hace», detalla. Por así decirlo, no explotan su potencial.
Ni todos tienen buenas notas, ni se les dan bien las matemáticas
Mitos, mitos y más mitos. La superdotación está rodeada de ellos. Que si sacan muy buenas notas, que si son genios matemáticos. «Es muy difícil definir lo que es la inteligencia. Cuando se valoran las altas capacidades hay varias áreas de talento, y el académico es uno de muchos, no lo abarca todos. Solo que es el que popularmente se asocia», detalla Sandra Medina, que además es pedagoga. «El rendimiento académico no tiene que ver con tener capacidad crítica o profundidad de pensamiento. En el colegio, yo no destacaba. De hecho, aunque en la carrera tuve mejores notas, terminé bachillerato con una media de seis», expone. Tampoco es Einstein: «Tenía pavor a las matemáticas, y suspendí la asignatura muchas veces. Pero cuando llegué a la universidad, saqué un sobresaliente en Estadística», precisa.
La forma de recibir la información, la gente de la que estaba rodeada o la confianza en su tutor variaban el rendimiento de Sandra: «Por ejemplo, a mi me encanta la historia. Durante un curso tuve una profesora que tenía un método muy visual. Con ella sacaba sobresalientes, sin embargo, al año siguiente cuando tuve otra, suspendí», recuerda.
Otro mito: «Los superdotados no tienen que tener un coeficiente intelectual superior a 130», precisa Medina. «Eso es algo independiente, en España se utiliza mucho una teoría que diferencia el perfil de altas capacidades con perfil de superdotación, como es mi caso, altas capacidades con perfil de talento complejo, o altas capacidades con perfil de talento simple, en función de la puntuación que se tenga en diferentes áreas, pero no tiene nada que ver con este numerito», explica en primera persona.
El término de superdotado ha evolucionado desde las primeras investigaciones que se realizaron. Al principio, se asociaba a un alto rendimiento académico, después se relacionó con un elevado coeficiente intelectual, y hoy en día se define como un potencial a desarrollar.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define que una persona es superdotada cuando su coeficiente intelectual es mayor a 130, «sin embargo, los test de inteligencia no son exactos y hoy en día los especialistas en el diagnóstico de la Alta Capacidad no tienen en cuenta únicamente este dato, ya que no creen que exista un punto de corte igual para todo», precisa la Asociación Española de Altas Capacidades y Talentos. Por eso, este número tan solo es un indicador más, que se tiene en cuenta junto a otros como la creatividad, el estilo de aprendizaje o el desarrollo evolutivo. «Los estudios más recientes se alejan de este rígido baremo y prefieren referirse a los niños/as de altas capacidades como aquellos que tienen una capacidad de aprendizaje muy superior y una forma de aprender radicalmente distinta», precisa la AEST.
¿Y ahora, qué? Sandra reconoce que al recibir los resultados del test en abril de este mismo año se alegró. Al mismo tiempo, vive un proceso de duelo: «Salí muy motivada, solo que hay muchos momentos en los que sigo teniendo bloqueos, porque al fin y al cabo, pasé 27 años actuando de una misma manera», señala. Tal y como dice, sale del armario a su ritmo. «Soy una persona introvertida. Pero trabajarlo en terapia, y contarlo en las redes sociales me ha ayudado muchísimo», precisa. Conectar con la gente y hablar de ello forma parte de su proceso de aceptación. ¿En qué te diferencias de alguien que no tiene altas capacidades?, le preguntamos. No sabe responder con total exactitud. «Es un tema muy complejo, pero algo muy concreto es el nivel de profundidad de pensamiento». Esa es la clave para ella.
Sandra denuncia una perspectiva de género. No es la única. De hecho, desde la Asociación Española para Superdotados y con Talento destacan que a día de hoy se siguen detectando muchos más varones con estos rasgos, cuando no existe apenas diferencia entre el cerebro de un sexo y otro, mientras que la formación académica de la mujer ha ido mejorando. Recogen, en palabras de la experta Marisol Gómez, una posible explicación: «Estas mujeres se ven obligadas a ocultar sus talentos para sobrevivir socialmente. La necesidad de agradar predomina sobre sus altas capacidades intelectuales», precisan. Medina coincide en esta visión: «Tiene mucho que ver con los roles de género, con como una niña tiene que comportarse en grupos de niñas. A nosotras siempre se nos asigna un papel más social y tenemos mayor presión para encajar. Eso hace que nos ocultemos mejor», concluye. Y cuando más empeño, más se consigue.