Cuando el cambio tras la psicoterapia es un problema: «Vinieron a buscarme para reclamarme que hiciese volver a la madre que tenían antes»
SALUD MENTAL
Acudir a un terapeuta para resolver un problema puede generar cambios profundos en nuestros sistemas familiares o de amistades y, en ocasiones, a las personas que nos rodean les puede costar aceptar ese cambio
02 mar 2023 . Actualizado a las 13:02 h.Un ibuprofeno trae consigo un prospecto impreso con el que los más catastrofistas se pueden deleitar con sus posibles efectos adversos sobre casi cada órgano de nuestro cuerpo. La psicoterapia no viene en cajas, no hay un folleto que nos explique qué es frecuente esperar, pero trabajar con un psicólogo también puede tener efectos secundarios —que no adversos—.
Son los menos los que pasan por un gabinete de psicología simplemente por prevención o porque lo consideran un ejercicio sano. La mayoría acuden porque están atravesando un problema de salud mental de menor o mayor gravedad, ya sea un trastorno de ansiedad generalizada, una depresión o un TOC, por citar solo tres ejemplos. Nos vanagloriamos del estallido de la salud mental, nos arrancamos disparando a discreción con eso de «por qué no empiezas terapia» dejando claro que el estigma es cosa del pasado, pero en ocasiones no pensamos en el futuro. A veces, son los sistemas (familia, amigos y compañeros de trabajo) los que no están preparados para el cambio. Por supuesto queremos que la persona mejore, pero que ese cambio tenga el límite de nuestra comodidad. Que se ponga bien, pero siempre que no nos toquen lo nuestro. Por supuesto no sucede siempre, ni siquiera la mayoría de las veces, pero pasa.
A este cambio que se produce en los pacientes, el psicólogo Víctor Amat le ha puesto un nombre, «inventado», dice él, pero con mucho gancho: «transcognitivos». «El otro día, alguien me contaba que, desde que conoció a su pareja, estuvo siempre tomando una fuerte medicación antidepresiva; tomaba cócteles de psicofármacos prescritos por sus médicos. Tras años de consumo, mejoró, se ayudó mucho a sí misma y empezó a dejar los tratamientos de una manera bien supervisada. Ahora, es una persona diferente, y a su pareja le cuesta mucho aceptar ese cambio. Antes era una persona silenciosa y tranquila; ahora es activa y desbordante. Le pusimos a eso un nombre: ser transcognitiva», explicaba el terapeuta en sus redes sociales. Y abrió el melón.
Es posible que se les ocurra algún ejemplo. Personas que tras recurrir a la ayuda de un psicólogo dieron un giro a sus vidas. La situación, con mayor o menor drama, puede tener consecuencias limitadas si se trata de un amigo; dentro del ambiente familiar —y bajo un mismo techo— la situación se puede volver mucho más complicada de gestionar. «Claro que es difícil, muchísimo. Imaginemos una pareja en la que uno de los dos decide transitar y cambiar de sexo. La pareja, por mucho que se quieran esas personas, tiene que adaptarse a una nueva situación, una nueva relación y a un nuevo cuerpo. Pues eso también pasa en el pensamiento. Tienes que adaptarte a una nueva manera de pensar de la persona que vive contigo. Y para ello es necesario un gran nivel de amor, eso lo primero, y luego de sensibilidad», explica Amat, que ha vivido experiencias desagradables en su consulta después de que una persona recibiese el alta.
La depresión frente al egoísmo de familiares insatisfechos
«Cuando una persona no vive sola, la psicoterapia o el tratamiento farmacológico van a afectar a todo el sistema familiar», explica Víctor Amat, que comenta que el cambio que su actividad produjo en algunos pacientes le ha supuesto, a su vez, algún disgusto: «Tuve una vez un caso de unos hijos que vinieron a buscarme al trabajo cuando salía de la consulta. Me reclamaban que hiciese volver a su madre, a la madre que tenían antes de venir a terapia, una mujer que estaba deprimida. Lo que había pasado es que, a medida que se fue liberando de esa depresión, pues empezó a hacer cosas. Sus hijos vinieron a amenazarme para decirme: ''Oye, devuélveme a mi madre''. Este es un caso de cómo el impacto de la psicoterapia afecta a todo el sistema familiar: antes, mi madre con depresión me hacía todo y, ahora que está activa, me pone límites que no ponía». Y no es el único ejemplo que utiliza Amat para ilustrar situaciones conflictivas similares. «Conozco un caso de una chica que cuidaba de su padre, recién jubilado, muy obeso y con necesidades especiales, aunque tenía cierta autonomía. Esta chica no lograba acabar su carrera de veterinaria. No podía y acudió a terapia con intención de solucionar esto. Ahí descubrimos que ella cuidaba de su padre y que sus hermanos varones hacían su vida; no se ocupaban para nada de él. El resultado de la terapia fue que la chica acabó su carrera, se fue a Dinamarca a estudiar y luego comenzó en un trabajo que le obligaba a dar la vuelta al mundo manera constantemente, por lo que sus hermanos tuvieron que hacerse cargo del padre. Al final, el hecho de que ella mejorara perjudicó a sus hermanos», recuerda para dar a entender su siguiente punto, que este tipo de escenarios no son lo habitual y que detrás de ellas suele existir un problema de base. «Solo puede convertirse en un problema en situaciones que están muy enquistadas o si existe algún caso en el que la familia está muy beneficiada de la patología de la persona. Hay algunas relaciones de pareja donde a alguno de los dos le va bien que el otro esté mal, y cuando este mejora, el otro pierde la posición de poder que tenía cuando la persona estaba enferma. Hay casos que sucede, pero no es lo habitual», recopila.
La importancia del sistema: una lucha de fuerzas
Ha salido la palabra clave. «Sistema». Jaime Picatoste es psicólogo, especialista en terapia sistémica y le planteamos la pregunta: ¿suele una psicoterapia afectar a nuestros sistemas, ya sean de familia o amistades? «Claro que suele afectar. Lo que dice la teoría de la terapia sistémica es que todo sistema va a tender al equilibrio. Aunque haya una patología de por medio se va a tender al equilibrio; ya sea sano o insano», introduce. Pero, ¿a qué se refiere con ese 'equilibrio'?
«Nuestra mente, al igual que hace nuestro organismo, va a tender a esa homeostasis. Si tienes hambre, el sistema te va a decir que tienes que comer. La familia o un grupo, es como un sistema, que va a tener su propio funcionamiento, sus propios patrones de relación y su propia manera de manejar las emociones. Cuando una persona va a terapia, todo ese mundo emocional y su manera de regularlo va a cambiar. Eso generará en el sistema familiar o de amigos fuerzas que busquen tender al antiguo equilibrio. Sin duda, parte de la terapia consistirá en trabajar la capacidad de poder integrarse en ese sistema con los cambios que hayan surgido en una persona a consecuencia de la terapia», explica Picatoste.
«Muchas veces las patologías, los trastornos, aparecen por no permitirse la crisis, no permitir el derrumbarse por completo»
Ahora bien, que se produzca un cambio no quiere decir que ese cambio sea negativo. Aunque, efectivamente, se produce una ruptura que acaba dinamitando una relación que antes de la terapia permanecía a flote. Pero en psicología, mantenerse a flote no significa que todo vaya bien en ese barco. «Si tras la terapia aparecen diferencias irreconciliables, quizás la cuestión sea que el problema ya estaba y se estaba evitando afrontarlo. Muchas veces las patologías, los trastornos, aparecen por no permitirse la crisis, no permitir el derrumbarse por completo. Cuando una persona está deprimida, el que está cuidando, a veces, no te está permitiendo que te deprimas del todo. Nos pasa a todos. Cuando ves a alguien mal, tu intención es sacarlo de ese malestar. Pero, a lo mejor, lo que necesita esa persona es que te dejes deprimir con él y que le puedas acompañar en ese desierto emocional», reflexiona Jaime Picatoste. Por tanto, si tras una terapia aparecen problemas que antes no estaban, tal vez deberíamos preguntarnos si el problema somos nosotros o la otra persona. «A lo mejor el sistema no está preparado para tener un entorno que dé validación a su propia depresión, a su propia tristeza. A que el objetivo no sea sacarte de ahí, sino proponerse traspasar este desierto emocional y que el paciente pueda ponerle cara a su depresión; aceptarla y no tanto rechazarla. Ahí está esa diferencia entre simpatía y empatía», introduce.
¿Qué es empatía y qué es simpatía?
«La simpatía es 'yo te entiendo, pero no me dejo empapar de esa lluvia que te está empapando a ti'; la empatía es 'me meto en tu cueva y me quedo en este caos emocional en el que no sé ni qué decirte'. A veces no hay palabras. Cuando alguien acude a nosotros porque ha sufrido una pérdida, muchas veces lo que nos encontramos es que el amigo o la persona que acompaña lo que propone es ir a correr, salir o hacer planes para distraer de ese dolor. Pero, a lo mejor, lo que necesita esa persona es llorarlo y sentirlo. 'Si tú quieres estar aquí, genial, pero necesito pasar mi duelo'. Muchas veces esa figura de la pareja que acompaña tiene que prepararse para aceptar que la persona debe estar deprimida», apunta el psicólogo sistémico.
Aceptar el cambio: «No se nos permite estar mal»
A veces, cometemos el error de caer en querer cuidar a la otra persona de sus emociones, taponando un duelo necesario. Este comportamiento tiene, sin duda, tintes culturales. Nuestras sociedades nos exigen estar bien, nos exigen éxito y abrazar lo racional por encima de los espiritual —el fenómeno contrario se da en sociedades orientales, donde la espiritualidad cobra mucha más presencia—. Y hay ejemplos cotidianos que nos lo hacen ver a la perfección.
«Las tacitas de Mr. Wonderful nos muestran de manera muy clara este positivismo. 'Si no tienes un buen día, sonríe'. Esas llamadas constantes a fijarnos en lo bueno y no en lo malo pueden hacer mucho daño. Es una presión muy individualista. Tú tienes que cambiar tu dolor. Y eso no es tan fácil. Tú no puedes cambiar tu dolor sonriendo y fijándote en la belleza de la naturaleza, sino que a veces necesitas esa compañía desde la empatía y no desde la simpatía. Creo que hay algo cultural, que no se nos permite estar mal, y creo que tiene que ver mucho con el capitalismo, con el devorar emociones a base de nuevas adquisiciones, nuevas experiencias, que sean excitantes o apasionantes, pero que al final se quedan huecas y que no nos sirven para entender la vida contemplativa. Sería interesante centrarnos más en el ser, y no tanto en el hacer», comenta Picatoste.
Ante el cambio, la posibilidad de tener que dejar marchar
Ahora bien. Es cierto que en algunas ocasiones podemos acabar en una encrucijada, se puede generar un punto de no retorno. La pregunta es complicada: ¿qué hacemos si nos gustaba la persona que entró en terapia, pero no nos gusta la que salió? Evidentemente, las posibilidades son múltiples y, entre ellas, cabe la posibilidad de que toque separar los caminos. Si tu pareja cambia, es posible que acabes por romper la relación. «Cuando la persona ha hecho el trabajo terapéutico, a veces descubre que no necesita del otro. Todo este tipo de situaciones se pueden dar tras una terapia, se podrían hacer muchas series de Netflix», cuenta Víctor Amat.
En cualquier caso, quizás sea conveniente recordar —una vez más— que el objetivo de la terapia no es 'cambiar' a una persona, sino «que la persona tenga un nivel de bienestar mejor que el que tenía». En cualquier caso, si hay indicios de los efectos que está produciendo la mejoría de un paciente en su ámbito familiar, hay cosas que se pueden hacerlo para preparar a los suyos para esa nueva situación.
«Durante el proceso de la terapia es importante que, tanto el profesional como el paciente, puedan cuidar un poco de eso. Reflexionar acerca de cómo los cambios van a afectar a la otra parte y cómo podemos cuidar de eso. Es posible que a las parejas, las personas implicadas de rebote, haya que verlas y trabajar también con ellas. A veces, no está de más hacer una reunión con el resto de la familia. ¿Cómo veis esto?, ¿cómo percibís los cambios?, ¿cómo podéis ver que esto es bueno para todos?, etcétera. Hacer algún tipo de entrevista que acompañe al resto de la familia o a las personas implicadas», comenta Amat. En cualquier caso, no esperen tecnicismos, el amor y la generosidad de cara a la otra persona y a su nueva situación es lo esperable en un ambiente sano y funcional.