Beatriz Cazurro, psicóloga infantil: «No hay que esperar que los niños hagan caso a la primera»
LA TRIBU
La experta explica cómo la historia personal de los padres aflora en las decisiones que tomamos al criar a nuestros hijos
04 oct 2022 . Actualizado a las 13:55 h.Pocas cosas transforman tan radicalmente la vida como la llegada de un hijo. Ser padres nos permite ser testigos de la infancia desde un lugar de privilegio que durante nuestra propia niñez no tenemos: un bebé no es consciente del momento en el que dice sus primeras palabras o da sus primeros pasos; sus ocurrencias más imaginativas son, para él, pensamientos razonables. Pero criar a una persona desde su nacimiento también nos confronta con traumas no resueltos que permanecen latentes a un nivel inconsciente. Los miedos, las angustias y las incertidumbres que transita una madre o un padre moldean sus decisiones y tienen su origen en mitos y creencias que se sostienen a nivel cultural y que están en contradicción con las necesidades de los más pequeños.
De esto habla Los niños que fuimos, los padres que somos (Planeta), el nuevo libro de la psicóloga y psicoterapeuta Beatriz Cazurro, experta en psicoterapia infantil y creadora de campañas como #Ensuszapatos y #Childrentoo. El libro, que busca recuperar la conexión de los adultos con su propia infancia para que puedan construir una mejor relación con sus hijos pequeños, aborda el tema desde una perspectiva que aún hoy es rechazada: todo lo que no sea un buen trato hacia los niños como personas es, en realidad, maltrato. La responsabilidad de los padres en ese sentido no se puede soslayar. Por eso, Cazurro explica, puede ser interesante interrogar la propia historia antes de embarcarse en la tarea de ser padres.
—¿Qué tiene que tener en cuenta uno antes de tener hijos?
—En la pregunta que haces hablas de tener que, y yo creo que empezar con exigencias es un mal sitio, por ejemplo. Creo que la sugerencia es más bien poder plantearnos con un poco de consciencia qué significa ser padres para nosotros. ¿Queremos ser padres, por qué? ¿Porque es el momento y nos lo dicta la sociedad? ¿Porque sentimos presión? ¿Porque creemos que los niños nos van a dar mucha alegría? ¿Porque nos sentimos solos? Muchas personas no dedican espacio a planteárselo. El ser madre y ser padre está tan romantizado que parece que voy a ser madre y va a ser todo maravilloso. Y ser padre y ser madre es muy difícil, entonces, quizás, mi sugerencia es poder tomar consciencia verdaderamente de la decisión que estamos tomando y ponernos en el lugar de asumir un compromiso, una labor difícil, una responsabilidad grande. No es solo algo divertido o algo placentero, por supuesto, a veces lo es, pero es una responsabilidad grande. No podemos individualizar si queremos empezar a generar un cambio. Aunque hay una narrativa muy general de que los niños son muy importantes y que todo por los niños, en el día a día y en los actos, no es real.
—¿Es necesario interrogar la propia infancia e indagar cómo fue y qué nos hubiera gustado cambiar?
—He encontrado en consulta a muchas madres que cuando empiezan a darse cuenta de todo lo que les ha pasado, incluso de actuaciones que no les gustan respecto de cómo están haciéndolo con sus propios hijos, se plantean por qué no lo han hecho antes. Pero creo también que la terapia, el ir ahí a plantearse la infancia, es algo para lo que necesitamos una cierta energía. No puede ser ir porque tenemos que hacerlo y si no lo hacemos está mal. Si tenemos energía para revisar esto, para ver desde dónde partimos, el daño que tenemos y cómo nos cuidamos antes de ser padres y madres, sería estupendo, desde luego.
—¿Cómo podemos hacernos cargo de la responsabilidad que supone ser padres sin perder la posibilidad de expresar abiertamente las emociones que una experiencia tan transformadora puede hacer aflorar?
—Yo creo que todo el proceso de aceptar la realidad en la que estamos es un duelo emocional. Poder renunciar a las expectativas que teníamos y a los deseos y aceptar las limitaciones, lo que hacemos que no nos gusta, la situación en cuanto a logística que tenemos que no nos favorece. Muchas veces pasa por ese duelo emocional, por llorar y decir: "Esto no me gusta, no esperaba esto", y poder hacer una despedida de lo que nosotros creemos que es, y para eso no hay consejos. Es un proceso interno.
—¿Cómo puede saber un padre qué es realmente lo mejor para sus hijos y evitar proyectar lo que él o ella cree que es lo mejor?
—Si estamos conectados con los niños, si nuestro sistema nervioso está tranquilo, si hemos vivido una vida en la que se ha puesto nombre a nuestros sentimientos, se nos ha dado permiso a sentir cosas, nos han sostenido emocionalmente, esa es una habilidad que ya está integrada. No digo que no haya días en los que se pierdan los nervios, o días en los que digas: "No puedo más, me quiero escapar". Pero son habilidades o capacidades que están integradas en nuestra forma de funcionar si nos han sostenido y nos han escuchado. Si estamos con un bebé y no tenemos nada de eso, un mero llanto nos puede hacer entrar en pánico y reaccionar de una forma muy violenta, diciendo: "Por favor, para, porque no puedo sostenerlo". Por eso digo que toda esta configuración para regularnos emocionalmente nosotros y poder sostener y entender a los bebés y a los niños pasa porque alguien nos haya hecho eso a nosotros. Tener una traducción de esos comportamientos pasa por haber podido traducir los nuestros. Si no, no tenemos la traducción, tenemos la interpretación que les han dado: llora porque es un llorón, llora porque es un pesado. Y no es verdad. Detrás de los comportamientos hay un lenguaje que tenemos que empezar a aprender a traducir.
—En el día a día puede ser difícil...
—Sí y además, como no es una idea muy generalizada, en una situación pública es muy fácil que un padre o una madre se ponga nervioso por las miradas del resto. Y a lo mejor es un niño de dos años que está cansado y tiene una rabieta. Tendría que estar más normalizado que esto es un comportamiento normal de los niños y que las madres y padres necesitan apoyo y sostén y no juicio.
—¿Cómo podemos poner límites de manera sana?
—Para empezar, anticipando. Depende del límite del que hablemos, pero hay que explicar lo que va a pasar. Por ejemplo, con la tele, hay que llegar a un acuerdo. Se ve este tiempo la tele. Podemos acordar que la vais a apagar vosotros; si no la apagáis vosotros, la voy a apagar yo. Se pueden frustrar, se pueden desbordar, les puede parecer injusto. Por supuesto. Pero la cosa no es tanto que ellos lo respeten, sino que nosotros lo podamos mantener. Cuando se saltan los límites, debe haber consecuencias. No se trata de un castigo sino de consecuencias. Cuando los límites están marcados para protegerles, con algún sentido, hay una explicación de una consecuencia que puedes ver. Has pegado a tu amigo y ahora tu amigo está llorando. Es una oportunidad para explicar y buscar soluciones. Pero tendemos a creer que los límites tienen que ser muy firmes y los tienen que cumplir ya. Y parte de ser niño es transgredir los límites para ver qué es lo que pasa, cómo me siento, cómo reaccionan los demás, y así poder ir entendiendo su importancia.
—¿Cómo se trabaja en eso a nivel social?
—Yo creo que hace falta mucha psicoeducación. Por eso nombro los centros de salud, las universidades de medicina, de educación. Todas las personas que van a tratar con padres y con niños tienen que conocer esta parte de desarrollo del cerebro, para que cuando los padres vayan angustiados porque el niño no obedece con un año, el pediatra pueda decir: "Claro que no, porque no puede". Cuando se explica a padres y madres esto, cuando lo pueden escuchar, se relajan muchísimo. Se dan cuenta de que tienen que darle mucho tiempo. No esperar que nos hagan caso a la primera y obedezcan ya. Porque entonces es tal la frustración que ahí es cuando surgen muchas veces comportamientos violentos: lo haces porque yo te lo digo, si no lo haces te castigo muy fuerte. También por la propia vergüenza que sentimos los padres de no estar siendo eficaces como supuestamente deberíamos.
Advertencia versus amenaza
Una idea clave que propone Cazurro es que las amenazas no son una manera eficaz de poner un límite: su objetivo es conseguir control, mientras que el de la adertencia es simplemente, informar de lo que puede ocurrir. Las advertencias dan seguridad; las amenazas generan miedo.
—Hay una discrepancia entre las necesidades de los niños y lo que la sociedad espera de los padres: que tengan niños obedientes y controlados...
—Eso es. Y lo que no entendemos es que un niño muy obediente y controlado por dentro se puede estar sintiendo muy mal. Para mí, es clave la idea de que debajo de los comportamientos hay todo un mundo de sensaciones, de emociones, de creencias muy profundas. A veces más conscientes y a veces menos. Pero, si soy muy obediente porque si hago lo que me apetece o me salto un límite una vez soy malísima y me van a pegar, pues no estoy siendo obediente porque haya entendido que esta norma o este límite es importante y tiene un sentido para mí. Al contrario, estoy obedeciendo por miedo. Si entendemos que los comportamientos no son buenos o malos, sino que están en un contexto, tanto familiar como del momento, como social, esto nos va a ayudar a romper con esa polaridad de niño bueno o niño malo. A los padres nos ayuda a sentirnos capaces decir "El niño es muy bueno", pero es que todos los niños son buenos.
—¿Cuáles son los mitos en los que creemos sobre la crianza?
—Algunos importantes que estaría bien que vayamos cuestionando son que la infancia es la etapa más feliz de la vida, o que los niños no tienen problemas. Un bebé, cuando nace, es dependiente en todos los niveles: físico y emocional, y lo va a seguir siendo a medida que crece. Están dependiendo de nosotros para regular su sistema nervioso, para alimentarse, para desarrollarse y crecer. Y cuando la persona de la que dependes no es consciente de cómo estás ni te trata con respeto o simplemente cree que no tienes ningún problema aunque sí que lo tengas, te sientes muy solo.
—¿Cuáles son los errores más comunes de los padres?
—Depende de los padres y las madres. Hay algunos que van a un polo de mucho autoritarismo y violencia, los gritos, los cachetes, los castigos, la culpabilización. Y hay otros padres que, por intentar no estar en ese polo, se van a un sitio de mucha permisividad que al final es una negligencia, porque los niños necesitan límite y estructura. Hay ciertas actuaciones que empezamos a cuestionar con mucha más claridad, como los golpes y los cachetes, aunque sigue habiendo mucha resistencia en las familias que lo utilizan como recurso. Pero a todo lo invisible no se le da tanta importancia: todo lo que sea manipulación, mentiras, abuso emocional, son igual de dañinas y están normalizadas porque creemos que no tienen un impacto tan grande como la violencia física.
Premios y castigos: dos caras de la misma moneda
Para Cazurro, el castigo no funciona porque no tiene una lógica que aporte al desarrollo y el crecimiento, sino que simplemente impone control, autoridad y temor. Pero cuidado, porque los premios tampoco son la respuesta ideal: cuando los ofrecemos a modo de manipulación o chantaje, la no obtención del premio termina operando como un castigo.
—¿Cuándo deberíamos llevar a los niños a terapia?
—Si una familia se ve desbordada, es mejor que vayan los padres. No tanto porque el niño no pueda necesitar acompañamiento. A veces es importante poder traducir lo que le está pasando para ayudar a los padres y a las madres a que entiendan. Pero un niño está bien cuando los padres están bien. Somos los que les regulamos y les traducimos. Muchísimas veces no hace falta que los niños vayan a terapia. Los padres los traen como diciendo: "Por favor, cámbiame esto, que yo no puedo lidiar con ello". Pero los niños se están adaptando a su contexto lo mejor que pueden. Si cambiamos el contexto, el comportamiento va a cambiar.
—¿Cuál es el mensaje más importante que darías a los padres?
—La maternidad y la paternidad es una tarea muy gratificante a veces, pero también muy dura. Es una responsabilidad muy grande. Por eso, les diría que busquen apoyo. Relaciones que les aporten, lugares donde tener también sus necesidades cubiertas. Que se cuiden los padres es importante. Y a partir de ahí, que puedan vivir una paternidad y una maternidad un poco más satisfactoria.