Virginia Gómez, de «Dietista Enfurecida»: «Las legumbres son el alimento que más fibra nos aporta por ración de consumo»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

Virginia Gómez, más conocida en redes como «Dietista Enfurecida».
Virginia Gómez, más conocida en redes como «Dietista Enfurecida». Dietista Enfurecida

La experta en nutrición digestiva lamenta la pérdida de calidad de vida de los pacientes afectados por trastornos funcionales digestivos

15 abr 2023 . Actualizado a las 10:27 h.

Virginia Gómez, o Dietista Enfurecida como se le conoce en redes sociales, es dietista-nutricionista. Desde hace años, se dedica al tratamiento nutricional de trastornos de aparato digestivo, algo que le apasiona desde el momento en el que lo descubrió. Se define como «enfurecida» porque desde siempre tuvo mucho carácter y fue reaccionaria. Al poco de salir al mercado laboral, se dio cuenta de que el intrusismo en el sector era un tira y afloja constante. Para canalizar toda su energía y luchar contra la desinformación, se abrió su cuenta de Instagram: «Viendo cuentas reaccionarias que me gustaban, como Farmacia Enfurecida, dije: “¡Para enfurecida yo!”», y así nació su alter ego. 

Forma parte de la Asociación Española de Gastroenterología (AEG) y del Grupo Español de Trabajo para la Enfermedad De Crohn y Colitis Ulcerosa (GETECCU), con quienes colabora con frecuencia en divulgación para pacientes. Precisamente, en el 2020 publicó su libro Dietista Enfurecida, con el que trata de empoderar al usuario para no dejarse llevar por la industria del mal y buen comer. 

Los trastornos funcionales digestivos son el cajón de sastre de todo aquello que puede ser. Se definen como un conjunto de síntomas que no se explican por alteraciones estructurales o bioquímicas. Irrumpen de forma importante en la calidad de vida hasta el punto de que «un gran número de los casos de absentismo laboral se deben a estos procesos, que conllevan un gran gasto socio-sanitario en su estudio y diagnóstico en la gran mayoría», indica la Sociedad Española de Medicina General (Semergen).

—¿Existe una forma correcta de nutrir el sistema digestivo? Muchas veces hablamos de alimentos que sientan mejor, otros que sientan peor, pero tal vez de desconoce qué es lo adecuado. 

—Para la población general, una correcta forma de nutrir al sistema digestivo es casi lo mismo, con matices, que una correcta forma de alimentarse. No existe algo cerrado o cuadriculado porque no en todos los sitios se come o se dispone de lo mismo. Si nos centramos en nuestra zona, en la que predomina la dieta mediterránea, tenemos mucho hecho. Este estilo de vida es compatible con una correcta forma de nutrir el sistema digestivo porque la base es vegetal, de frutas y verduras. En concreto, se habla de cinco raciones como mínimo. También tenemos los frutos secos y la mayoría de semillas que nos aportan grasas saludables. Luego están las legumbres, que además de ser una fuente de proteína vegetal también son hidrato de carbono complejo y una fuente de fibra muy interesante. Es más, son el alimento que más fibra nos aporta por ración de consumo. En el grupo de hidratos complejos también están los cereales integrales. A partir de aquí, pasaremos a la proteína animal, de la cual tratamos que sean pescados azules para conseguir parte de ese Omega 3, a la vez que intentamos limitar el consumo de carnes rojas y, especialmente, el de carnes ultra procesadas porque se han relacionado con el desarrollo de diversos cánceres. Todo regado con aceite de oliva virgen extra

—¿Un exceso de fibra puede causar molestias digestivas?

—Claro. En realidad, no hay un límite en el consumo de fibra, es raro que alguien se pase con ello, al igual que con las verduras. En cambio, lo que sí sucede es que, muchas veces, cuando no estamos acostumbrados a incluir demasiada, se producen problemas digestivos. Esto puede ocurrir porque, por ejemplo, no empleamos demasiadas legumbres o cereales integrales en nuestra dieta y un día tomamos un plato de fabes. Claro, ahí como es lógico, pueden aparecer mayores molestias. Existe un desacostumbramiento del sistema digestivo a esas cantidades.

—Cada vez es más común ver cómo se relaciona un síntoma digestivo, como la distensión abdominal, con inflamación. Para ello, se habla de la dieta antiinflamatoria. ¿Qué tiene de cierto este abordaje?

—Pienso que en este tema hay mucho más márketing que evidencia científica. Es cierto que comer de forma saludable va a contribuir a que no tengamos problemas de salud como la inflamación de bajo grado, pero tanto algunas de mis compañeras, como yo, estamos algo estupefactas con esta dieta porque se basa en el comer bien de toda la vida. Quiero decir, en una persona que ya tiene una buena alimentación, podemos perfilar ciertas cuestiones con Omega 3, porque añadimos más pescado azul, o con antioxidantes consumiendo más frutas de color rojo y morado. Pero pienso que más que ser restrictiva con ciertos grupos de alimentos, si un individuo come muy bien pero quiere trabajar en ese estado de inflamación, me centraría en que hiciese deporte, con ejercicio de fuerza o resistencia, o en decirle que tratase de controlar el estrés con quién pueda ayudarle a ello. 

—¿Qué son los trastornos funcionales digestivos? No hay enfermedad, solo síntomas. 

—Los trastornos funcionales digestivos también se conocen ahora como trastornos del eje intestino cerebro, porque se estudia dentro de la neurogastroenterología. No son exactamente enfermedades. De hecho, para el diagnóstico debe haber ausencia de patología que pueda justificar la sintomatología de la persona, no hay organicidad ni un parámetro que diga que ese individuo está enfermo. En este punto, el clásico es el síndrome del intestino irritable y la dispepsia funcional. Todos ellos son muy complicados de diagnosticar porque conllevan descartar muchas enfermedades. Y algo que tienen en común todos ellos, o casi todos, es la hipersensibilidad visceral. 

—¿Qué es?

—Es una respuesta exagerada, por parte de nuestro sistema digestivo, a estímulos normales y corrientes como puede ser hidratarse. Un ejemplo estrella suele ser que la persona se despierta, bebe agua y de repente tiene una barriga de embarazada; o que va adquiriendo mucha distensión abdominal a medida que avanza el día. También puede ser el dolor, el retortijón con dolor y tener que salir corriendo al baño. Son cosas que pueden ocurrir de forma puntual y no pasa nada, pero si perduran en el tiempo y tienen cierta frecuencia, hay que echarle un vistazo. 

—¿Qué sintomatología se puede encontrar en estos trastornos? Mucha gente piensa que tener gases o estar hinchado todo el día es normal, cuando realmente no es así. 

—Exacto. Están clasificados según la zona del tracto digestivo a la que afectan. Hablamos de trastornos funcionales esofágicos, gastroduodenales, intestinales o anorrectales. Esto son etiquetas que se ponen en función de los síntomas de la persona, la frecuencia que deben cumplir y  la duración determinada. Por ejemplo, entre los más famosos, está la distensión abdominal funcional, que requiere tener distensión todo el día, o el síndrome de intestino irritable en el que tiene que haber dolor abdominal, por lo menos, una vez a la semana. Así, en función de los síntomas vamos categorizando en uno y otro. Hacemos un diagnóstico diferencial, que es realizar pruebas de las enfermedades que se sospechan y si dan negativas, tenemos la respuesta. 

—Más allá de un trastorno, ¿qué síntomas son indicativos de una mala digestión?

—Se determina en que los síntomas sean puntuales. Todos en algún momento podemos tener diarrea, estreñimiento, dolor en la boca del estómago o sensación de saciedad precoz. El punto que lo diferencia, a la hora de pensar si hay un trastorno digestivo funcional, es que la persona tiene que llevar, por lo menos, seis meses sufriendo y los síntomas deben haber estado presentes activamente durante los últimos tres, ya que hay veces que van y vienen. También hay cosas más específicas, como el dolor abdominal del síndrome del intestino irritable que tiene que suceder, por lo menos, una vez a la semana. 

—Nos vamos a la parte más escatológica de su trabajo. ¿Hablar de problemas del sistema digestivo significa hablar de heces en consulta?

—Sí, sí. Yo pregunto al respecto, tengo fotos, porque a veces a la gente le cuesta hablar de ello. Pregunto por la frecuencia, consistencia, color, si vienen acompañadas de residuos groseros como trozos de comida (que esto también puede ser normal), si parecen aceitosas, si llevan moco o si ha habido sangre visible. Eso nos puede dar pistas de lo que está pasando. 

—¿Cuándo deben llamar nuestra atención? 

—Existen ciertos signos de alarma, de que algo no va bien. Una es aquellas diarreas que no paran, que además son independientes de si comes o no comes, una diarrea con sangre; o a nivel de analíticas, tener anemia ferropénica no es normal. Da igual que seamos mujeres y tengamos la regla, pero tener anemia ferropénica por la menstruación no está bien. También la pérdida de peso inexplicable, es decir, que tú comas normal y estés perdiendo peso. Eso sumado a otras alteraciones que pueden salir en la analítica indican que no es normal. 

—¿Los trastornos digestivos pueden derivar en otros problemas de salud? 

—Sí, para mí la peor parte de los trastornos funcionales digestivos es que afectan a la calidad de vida. Es más, así debe ser por requisito. Esto, a su vez, puede conducir a un problema psicológico. Pienso en gente que tiene agorafobia, es decir, que no sale de casa porque no sabe si encontrará un baño; pueden tener problemas relacionados con la ansiedad o la depresión. No solo esto, sino que al no haber enfermedad es una situación muy incomprendida. El entorno no colabora, les dice que lo hacen por llamar la atención o que por comer una cosa determinada un día no pasa nada.

—Se calcula que entre el 10 y el 15 % de la población tiene SIBO. ¿En qué se diferencia del síndrome de intestino irritable?

—El síndrome del intestino irritable se basa en dolor abdominal y alteración en la consistencia y frecuencia de las heces. En el SIBO, que significa sobrecrecimiento bacteriano, hablamos de la microbiota del colon, entre otras cosas. Esta comunidad bacteriana fermenta los residuos, es decir, aquellos azúcares que no se hayan absorbido, por ejemplo. En este proceso, se producen gases y sustancias muy beneficiosas. El problema llega cuando la microbiota del colon empieza a invadir el intestino delgado, porque en esta parte no hay fermentación sino absorción de nutrientes, y comienzan los problemas intestinales. El síntoma clásico es que haya muchísima distensión abdominal. El SIBO puede darse a la vez que el síndrome del intestino irritable, pero no tiene por qué ser así. 

—¿Cuál es la dieta que suele seguir una persona con SIBO? Se habla de la dieta baja en Fodmaps. 

—La dieta baja en Fodmaps, es una dieta baja en azúcares fermentables. Es la que más evidencia científica y mayor grado de recomendación tiene para el síndrome irritable. Para el SIBO también se puede emplear, así que como funciona en los dos trastornos es un dos por uno. 

—¿Tiene sentido eliminar el gluten o la lactosa ante malas digestiones?

—Para mí esta decisión tiene dos problemas principales. El primero, que por desgracia nos encontramos mucho en consulta, es que si la persona elimina el gluten sin saber si tiene celiaquía va a seguir consumiendo productos contaminados con trazas, con lo que esto sigue siendo muy perjudicial. Para mí, es necesario que si tomas la decisión de dejarlo por determinados síntomas, te hagas un cribado consumiendo trigo normal y corriente. Otro de obstáculos es que puede resultar muy frustrante. A consulta llega gente que ha probado de todo, que si el gluten, que si los lácteos. Al final, están haciendo muchas intervenciones dietéticas de forma aleatoria y no mejoran, o mejoran solo un poco. Eso sí, podemos hacer dietas perfectamente sanas que no tengan gluten o lácteos, solo que a veces no hay necesidad. Yo siempre pregunto a mis pacientes si sus padres toleran la lactosa, porque si es así, lo más normal del mundo es que el hijo también la tolere. La tolerancia a la lactosa en la etapa adulta es una mutación genética que heredamos de nuestros padres. Por eso, si tus dos padres llevan desde los diez años sin tomarla porque les sienta como un tiro, es mejor que no la tomes, ya que seguramente te siente mal al heredar esa mutación.

—¿Cree que el intestino es nuestro segundo cerebro? Usted explica que la serotonina intestinal tiene funciones que nada tienen que ver con hacernos felices como se suele decir. 

—Pienso que tener buenas digestiones contribuye a que seas feliz. Eso seguro (se ríe). Por un lado, la comparación de que el intestino es nuestro segundo cerebro me chirría un poco. No podemos comparar la red neuronal que tiene nuestro cerebro con el intestino porque no tienen nada que ver. No me gusta mucho esta comparación. Entiendo por dónde viene hilado, porque es cierto que el cerebro se comunica con el intestino, pero muchas veces se ha utilizado esta expresión del segundo cerebro para decir que en el intestino se produce el 90 % de la serotonina. Esto es cierto, pero no nos hace más felices. Realmente, con lo que sabemos hasta ahora, la serotonina que producimos en el intestino no puede atravesar la barrera hematoencefálica. En realidad, el intestino produce esta serotonina pero tiene otras funciones relacionadas con el peristaltismo intestinal, con el procesamiento o con el funcionamiento de la digestión. Es decir, la serotonina cumple su papel pero nada tiene que ver con la felicidad. 

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.