Mónica Pérez, bióloga: «Los prebióticos, como el ajo o la cebolla, son recomendables para la microbiota»

VIDA SALUDABLE

Mónica Pérez es bióloga y experta en microbiota intestinal.
Mónica Pérez es bióloga y experta en microbiota intestinal. La Voz de la Salud

La experta explica el impacto de las emociones en la barrera intestinal, ya que el estrés puede debilitarla y empeorar su función

03 jun 2024 . Actualizado a las 19:04 h.

Según Mónica Pérez, bióloga y experta en microbiota, si uno piensa que su cuerpo solo es órganos, tejidos y células, se estaría olvidando de más de la mitad de sus componentes. En gran medida, las bacterias también forman parte de su ser. «Somos microbiota. Estos microorganismos generan una red compleja de interacciones, incluyendo a los sistemas metabólico, inmunológico, neuroendocrino e incluso hasta nuestras propias emociones», comenta Pérez, que ahora publica Lo importante está en tu microbiota (Oberon, 2024), una guía con la que pretende enseñar a cuidar a todo este universo que vive en su interior. 

Algunos estudios calculan que el peso total de esta gran comunidad de microorganismos podría llegar a los dos kilogramos. A nadie se le extraña si conoce su magnitud. «Suele decirse que por cada célula humana, conviven al menos diez microorganismos», señala Pérez. Si bien esta es una estimación, algunas investigaciones han tratado de hacer un cálculo más preciso. «Se calcula que en nuestros intestinos habitan alrededor de 100 billones de bacterias, y si a estas se suman los virus, hongos y otros pequeños bichitos, se podría alcanzar la cifra de 100 trillones en todo el cuerpo», comenta. Toda una galaxia. 

Pérez llegó a este mundo por necesidad. Su madre comenzó a tener molestias digestivas e intolerancias que nunca había sufrido y a las que los médicos no podían dar explicación. «Un día, me compré un libro sobre la microbiota para ampliar la temática de la carrera y encontré la respuesta. Unía el tema emocional —mi madre había pasado por una época muy estresante— con todo este malestar», recuerda. Hallaron que todos los problemas tenían dos nombres: permeabilidad intestinal y sobrecrecimiento bacteriano. Al ver la importancia de esta microbiota, decidió empezar a divulgar sobre su papel en redes. 

El sobrecrecimiento bacteriano, también conocido como SIBO, ha sido un diagnóstico que se ha popularizado a raíz de TikTok. Expertos consultados llegaron a indicar que hay «una auténtica espiral de excesos, tanto diagnósticos como terapéuticos»

«Sí, ahora escuchamos más cosas sobre él porque está dando respuesta a muchos síntomas que antes se englobaban en el síndrome del intestino irritable, lo que acabó siendo un saco sin fondo. Creo que en el futuro se podrá especificar mucho más en cuanto a qué tipo de SIBO sufre cada paciente», recapacita la bióloga. 

—¿Qué es? 

SIBO corresponde a las siglas en inglés de Small Intestine Bacterial Overgrowth, que significa sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado. Engloba a todos los desequilibrios de la microbiota que suceden en este tramo. Es decir, es una disbiosis. Las bacterias están distribuidas en nuestro intestino de manera que, primero, en el intestino delgado, nosotros nos aprovechemos de la absorción de nutrientes y luego, al grueso, lleguen todos los nutrientes que no aprovechamos y sirven de alimento para las bacterias. Por eso, en la zona del colon, hay mayor cantidad de bacterias. Ahora bien, si por diversas causas, estos microorganismos pasan al intestino delgado, es decir, suben por el tracto, van a competir contra nosotros por los alimentos y van a fermentar antes de tiempo. 

—¿En qué se traduce?

—Muchas veces, en que nos sintamos hinchados y con gases. Como la fermentación se produce antes, los gases van a tener que hacer el recorrido entero desde el intención delgado, cuando normalmente se forman en grueso y ya se pueden expulsar. Hoy en día, sabemos que, en función de este sobrecrecimiento, hay cuatro tipos diferentes de SIBO. 

—¿Cuáles son?

—Uno que se caracteriza por las bacterias productoras de hidrógeno, otro por arqueas, que producen metano; otro por sobrecrecimiento de hongos, que sería el SIBO fúngico, y otro de sulfuro de hidrógeno. Los efectos generales son la hinchazón que sentimos después de comer, digestiones muy pesadas o malestar. Y ya, de manera más concreta, el SIBO de metano, por ejemplo, como este es un gas que ralentiza mucho la digestión, se caracteriza por estreñimiento. En cambio, el de sulfuro de hidrógeno se describe con gases muy mal olientes, con olor a huevo podrido. El SIBO de cándida, el fúngico, tiene una característica muy concreta: la persona siente unos antojos muy fuertes de azúcar y puede hacer que se dé atracones; después, se siente mareada, como si estuviese borracha o con mucha fatiga. La razón es que esta cándida se alimenta del azúcar y mediante su fermentación produce cantidades muy pequeñas de alcohol; de ahí, esa niebla mental y fatiga tan particular.

—¿Qué hay de la permeabilidad intestinal?

—Esto se relaciona con el estado de la pared intestinal. De su composición, lo más importante son las células —los enterocitos— que hacen de ladrillos, y una capa de moco, que hace de cemento. Esta barrera se encarga, en primer lugar, de controlar que los nutrientes o el agua lleguen a la sangre, y delimitar que el resto de sustancias no pasen al torrente. El problema surge cuando esta pared se debilita, o bien porque nos falta el cemento o bien porque se rompen los ladrillos, y sustancias que no queremos se cuelan a la sangre. Como consecuencia, el cuerpo da la señal de alarma y el sistema inmune empieza a trabajar. Es ahí cuando, por ejemplo, se producen las intolerancias. 

—¿Qué puede dañarla?

—El estrés, por ejemplo, actúa como una bomba sobre esta pared intestinal. Crea agujeros, y cuando se debilita, puede producir una intolerancia. 

—¿Qué hacen millones de bacterias en nuestro interior?

—Se suele decir que tienen cuatro funciones. La más importante es la digestiva, no solo porque nos ayuda con la digestión, sino porque produce vitaminas como la K o algunas de tipo B. Las bacterias del colon, por ejemplo, aprovechan la fibra que nosotros no hemos podido digerir y producen ácidos grasos de cadena corta, que son fuente de energía para nuestras células. También tienen una función protectora, porque la mayoría de las bacterias viven en la mucosa intestinal, y se encargan de renovar y reciclar sus componentes para crear más mucosa, así como de mantenerla sana. Además, atacan a los bacterias patógenas y al ocupar un nicho, un espacio, en nuestro intestino, tampoco permiten que las dañinas se asienten. La siguiente función es la inmunológica, de hecho, siempre se dice que nuestro sistema inmune está en el intestino y colabora estrechamente con la microbiota. Y la última función es la cognitiva, que yo llamo comunicativa, porque se refiere a la comunicación que tiene el intestino con nuestras emociones y cerebro. Se comunica a través de la producción de neurotransmisores o precursores de neurotransmisores, como la serotonina, que hasta un 90 % de ella se crea en el intestino, y se le considera la hormona de la felicidad. También se comunica con el sistema nervioso a través del nervio vago, que hace de autopista. Todo lo que pasa en el cerebro afecta al intestino y al revés. 

—¿Puede darme un ejemplo de esta comunicación?

—Por ejemplo, si tenemos un evento muy estresante, vamos a producir cortisol, y este afectará a la microbiota porque estamos bombardeando el lugar en el que viven nuestras bacterias. 

—En su libro explica que la inflamación crónica de bajo grado puede ser la base del problema.

—Sí, afecta a todo el cuerpo porque es como si tuviésemos un incendio dentro del organismo. Se puede abordar desde diferentes perspectivas. Primero, viendo qué la está causando. Si, por ejemplo, es el estrés, tendremos que ponerle solución con un profesional o con la medida que cada uno considere. También habrá que solucionar fisiológicamente el daño a esa barrera intestinal; en este sentido, hay suplementos como la glutamina o el Omega 7 que ayudan, aunque esto es personal y depende de cada caso. Y luego, habría que ver a qué otras cosas ha afectado la inflamación e intentar solucionarlo, como por ejemplo a las articulaciones. 

—En particular, habla del «inflammaging» como ese proceso biológico en el que el estado inflamatorio aumenta con la edad. Explica que no se puede evitar, pero sí retrasar. ¿De qué manera?

—Hay cuatro pilares que, si los respetamos, vamos a retrasar el envejecimiento. No solo es cuestión de cumplir años, sino de lo que hacemos durante esos años. El primero es la alimentación. Hay que priorizar la comida real y evitar, en la medida de lo posible, el consumo frecuente de ultraprocesados. Otro factor fundamental es la práctica de actividad física y el ejercicio. Cuando dejamos de movernos, envejecemos. El descanso es el tercer pilar, porque durante el sueño nocturno tienen lugar procesos de reparación y limpieza. Para ello, es importante que tengamos la misma rutina todos los días, que nos vayamos a dormir y nos despertemos a la misma hora siempre o que apartemos las pantallas una o dos horas antes de meternos en cama.  Y el cuarto es la gestión emocional y del estrés, ya que las emociones repercuten en nuestra fisiología. 

—En materia de nutrición, ¿existen alimentos más beneficiosos que otros?

—La comida real, en general, ayuda a la microbiota. Después, los prebióticos, que son el alimento de nuestras bacterias, como la fibra, las verduras, el ajo o la cebolla, son muy importantes y recomendables en población sana. La carne también. Pero aquí hay que tener cuidado en la gente con sobrecrecimiento bacteriano, porque para ellos no son recomendables durante el tratamiento. En cualquier caso, lo que debemos buscar es variedad, porque favorece el crecimiento de distintas bacterias en su justa medida. 

—En varias ocasiones se ha relacionado el ayuno con el estado de la microbiota, ¿qué se sabe hasta ahora? 

—Esto guarda relación con el descanso. Nuestra microbiota, durante el sueño nocturno, realiza una función de limpieza del intestino. Es como si fuese un camión de basura. Por eso es muy importante dejar esos tiempos de limpieza, especialmente por la noche. Pero también durante el día tenemos que permitir que el intestino descanse entre comidas. Lo bueno, en este caso, sería hacer tres ingestas en la medida de lo posible. Picotear entre horas no es bueno porque, al final, no le permitimos ejecutar esa limpieza, lo que puede favorecer el crecimiento de las bacterias.

—¿Hay forma de saber si el ejercicio está ayudando a nuestra flora intestinal?

—Sí. Lo más fácil de entender es que cuando nos movemos, la digestión también se ve favorecida. La gente que es más sedentaria tiene más problemas de estreñimiento porque su motilidad intestinal se reduce. Por eso, al movernos, esta motilidad empieza a funcionar, lo que nos permite tener una rutina más saludable de ir al baño. Pero hay más, porque el ejercicio se une con otros pilares de la salud: nos hará tener un mayor apetito de comida sana, nos ayudará a descansar mejor y también produce endorfinas, que contribuyen a que nos sintamos mejor y a calmar el estrés diario.

Lucía Cancela
Lucía Cancela
Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.