Un día entrenando con Dagoberto Moll, el exjugador del Deportivo más longevo: «Al médico no voy casi nunca»
VIDA SALUDABLE
Con 97 años cumplidos este verano, el que fue futbolista de la generación de la «Orquesta Canaro» acude a entrenar cada día durante una o dos horas
10 nov 2024 . Actualizado a las 10:56 h.Dagoberto Moll, histórico futbolista del Deportivo de La Coruña, hizo del gimnasio su nuevo campo de juego. Cada mañana acude, con una constancia digna de admirar, a su cita diaria en La Solana, unas instalaciones deportivas en la ciudad herculina. El tiempo no lo frena: «Vengo caminando una media hora y, si llueve, me traigo un paraguas». Mucho menos lo hacen sus años. Cumplió unos envidiables 97 el pasado 12 de julio y porta el cartel de ser la leyenda blanquiazul viva de mayor edad.
Tal vez por la deformación profesional que le da haber formado parte de la élite, no falta a un entreno. No venir —salvo excepciones— no es una opción. «Moverme me da vida, me da fuerza, tengo menos dolores en el cuerpo y me lo paso bien», comenta el integrante de la que fue la célebre «Orquesta Canaro», una generación de futbolistas bautizada por el periodista deportivo de La Voz Ponte Patiño en 1950.
A nadie le extraña que, más que una obligación, el trabajo de pesas sea, para el uruguayo, el hobby que más beneficios le reporta. Reconoce que no ha tenido apenas problemas de salud graves, «salvo algún resfriado y cosas así». La única mancha en su historial son dos cicatrices en la rodilla izquierda que el fútbol le dejó de herencia. Espera seguir así mucho tiempo. «Al médico no voy casi nunca, tengo amigos que lo son, pero no para que estén revisando constantemente», bromea.
La genética parece tener parte de razón en su fórmula de éxito; uno de sus abuelos llegó a soplar las 116 velas. Aunque el estilo de vida en el caso de Moll es la clave. El equipo de La Voz de la Salud queda con él a las once de la mañana en su gimnasio. En recepción lo conocen; «Dago», le llaman todos.
Nos lo encontramos, puntual, en un banco haciendo pesas. En este caso, elevaciones laterales de hombro. Sudadera roja, toalla a juego y un pantalón corto de color negro, como aquellos que vestía cuando saltaba al campo.
En la sala de pesas se mueve como pez en el agua, pese a que los de su alrededor sean más jóvenes que él. Reconoce que no puede seguirles el ritmo, tampoco lo intenta. «Hago lo mismo que ellos pero con menos peso. Si cogen veinte, yo cojo cinco» — prosigue— «para no presumir». Se ríe.
Dedica entre una y dos horas al entrenamiento. Le gusta acudir todos los días, «aunque sea un rato para tomar el sol». El gimnasio también es una forma de socializar; habla con unos y con otros. Mientras le preguntamos, un par de conocidos le hacen aspavientos: «Ahora no puedo, que me están entrevistando», les responde.
Desde que dejó el fútbol —primero como jugador, después como entrenador— intentó no perder el ritmo. «No entreno mucho, mucho, pero me mantengo bastante bien», comenta. No quiere terminar con una sobrecarga, por eso se centra en pesas de entre cuatro y seis kilogramos: «No paso de ahí. Intento mover todo el cuerpo, por partes. Pero siempre con mancuernas pequeñas, nada de hacerse el hombre fuerte», añade. No tiene ganas de una lucha de egos, aunque pocos de su edad puedan aceptar el reto.
Se tumba y se estira sobre un banco boca arriba. Con una mancuerna entre los pies, y otra entre las manos empieza a subir tronco y piernas. Así trabaja el abdomen. Para su espalda, se cuelga de una máquina con una barra y una plataforma que le impulsa levemente. Después, se sienta sobre otro banco y con una mancuerna en cada mano, sigue con apertura de pecho. «Entrenar me hace sentirme más joven, ser un poco más fuerte que los de mi edad y, en general, estar mejor», resume.
La dieta no le preocupa. Come de todo: «Lo que hay en casa y haga mi esposa». Su mujer, Flora, a quien conoció cuando aterrizó en A Coruña y con quien lleva más de 70 años casado. El ejercicio no le quita energías para seguir con el resto del día. Al salir, queda con algunos amigos «para tomar un café y charlar un poco». Estos no tienen una vida tan activa como la suya, aunque tampoco intenta convencerlos: «Me dicen que pare de trabajar ya». Si es día de partido, acude a Riazor. Le preguntamos si el Deportivo le hace sufrir; él responde al estilo gallego: «Bueno…», para después continuar: «Cuando fallan algún gol fácil, me da mucha rabia».
Envejecimiento saludable
Moll es ejemplo de todo aquel profesional de la salud que divulga acerca de un envejecimiento saludable. La falta de actividad física es uno de los principales factores de riesgo de mortalidad por enfermedades no transmisibles. Durante la edad avanzada, el movimiento reduce este problema; además, también disminuye las probabilidades de padecer una enfermedad cardiovascular o cáncer, la aparición de hipertensión, de diabetes tipo 2 o el riesgo de caídas. De igual manera, mejora la salud mental, cognitiva, la calidad del sueño y las medidas de grasa corporal.
La Organización Mundial de la Salud, en sus recomendaciones de actividad física destinada a la población, no establece demasiadas diferencias entre un adulto de edad media y otra de edad avanzada: realizar entre 150 y 300 minutos de actividad física moderada (como puede ser andar) o de 75 a 150 minutos de actividad intensa (como correr); así como dedicar dos días a la semana al ejercicio de fortalecimiento muscular. La única excepción en la gente mayor de 65 años es que, a todo lo anterior, deben sumar tres o más días de actividades dedicadas al equilibrio y a la coordinación para mejorar su capacidad y evitar caídas.
Ahora bien, la entidad mundial deja algo muy claro: cualquier movimiento cuenta. «La actividad física es fundamental para la salud y el bienestar, ya que puede ayudar a añadir años a la vida y vida a los años», señaló el Director General de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, durante la presentación de las nuevas recomendaciones.