Los compostelanos abren por fin los ojos al parque gracias a un esmerado trabajo de paisajismo pero, sobre todo, a la nueva oferta hostelera
06 jun 2021 . Actualizado a las 01:17 h.Pulpo, cañas y un poco de jarana. Era todo lo que le hacía falta al Monte do Gozo para convertirse en un parque atractivo y frecuentado por los compostelanos, que le han dado la espalda de forma sistemática con parpadeos intermitentes al son de los años santos. La decepción crónica a lo largo de casi tres décadas quizás venga arrastrada por las altas expectativas de su inauguración laica, un 9 de mayo de 1993. Fue el histórico día en el que Santiago acogió su primer macroconcierto, nada menos que de Bruce Springsteen, al que otro ídolo de masas, Juan Pablo II, le había segado los tojos cuatro años antes al reunir a cientos de miles de jóvenes cristianos.
La gestión posterior del recinto no es que fuese errática, porque también tuvo aciertos, pero se volcó en exceso en la creciente riada de peregrinos, sin reparar en que una «ciudad de vacaciones» nunca iba a estar a la altura del casco histórico. En esa misma coordenada era imposible que funcionase como residencia universitaria, que fue un apaño malo. Y después faltaron ideas y empuje para dar algo de sentido al complejo.
Lo de la cerveza y la pulpeira es, evidentemente, una reflexión reduccionista, porque detrás de este esperanzador renacer hay trabajo, riesgo y dinero, público y privado, así que a todos nos estamos jugando algo.
El trabajo paisajístico en las 57 hectáreas de terreno ha sido notable. La naturaleza ha hecho su trabajo y los árboles han crecido hasta conformar un espacio verde consolidado, muy paseable y permeable, después de retirar miles de metros de vallas que no se sabe qué separaban. Todo eso, que costó 7,7 millones de euros, lo pagó la Xunta, o sea, todos los gallegos. Pero la guinda al esfuerzo público se la ha puesto el grupo hotelero compostelano Carrís, que desde hace un tiempo gestiona la hostelería y el hospedaje y que con mucha sensibilidad doméstica ya ha conseguido llenar sus mesas cada fin de semana, con el objetivo de ir ampliando su horario. Un interior cuidado, terrazas, una estructura exterior denominada Rural Lunch, aparcamiento sin límites, un parque infantil y una carta sencilla han obrado el milagro del Monte do Gozo, a la espera de que peregrinos y santiagueses alcancen un punto de convivencia que en los recientes años de gloria turística se había erosionado un poco en el centro de la ciudad. Hay metros cuadrados para aburrir, mesas corridas, pulpo, churrasco y cerveza de bodega. Pero, sobre todo, hay iniciativa —hoy y mañana, conciertos y actividades infantiles— y un rumbo definido. Buen camino.