Los sueños, lágrimas y sudor de Adrián para abrir de nuevo La Jarra en Santiago
SANTIAGO
Este joven de 26 años lleva desde los 16 en la hostelería y está viviendo toda una odisea para inaugurar su primer negocio, convertido ya en un símbolo de solidaridad
24 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Adrián Pérez Sampedro se pasa el día, desde las 7.30 hasta las 21.00 horas, metido en La Jarra. Sus grifos llevan sin servir una sola cerveza desde que cogió el traspaso, este verano. El sueño de tener su propio establecimiento en Santiago se truncó para este joven de 26 años, que lleva desde los 16 trabajando en la hostelería y cuenta entre lágrimas la odisea que pasó tratando de reabrir este local. Curtido tras las barras barbanzanas, llegó a Compostela hace un par de años por motivos laborales.
«Antes trabajaba muchas horas, con un solo día libre a la semana y un sueldo que no llegaba a los 1.000 euros», explica. En la capital gallega pasó por la cocina de una cadena de fast food y «tuve la suerte luego de empezar en El Rincón Siciliano, de encargado de sala». A principios de este año le echó el ojo a la cervecería de la rúa Santiago de Chile, pensando en que algún día podría ser suyo este pintoresco espacio con aires de pub irlandés, en cuya fachada se empotró un coche allá por el 2023.
Reunió todos sus ahorros y se lanzó a una aventura que lo ilusionaba, intentando sacarla adelante con mucho esfuerzo y sudor, relata emocionado: «Me puse a pintar y arreglar el bar en mis ratos libres. Como estaba en la pizzería al mediodía y noche, venía aquí a trabajar por las mañanas y las tardes. Hice mal... empecé la casa por el tejado. En vez de ir al Ayuntamiento en primer lugar, esperé a tener todo listo para pedir el permiso de actividad. No sabía que iba a haber tanto trámite para abrir y me encontré con que la licencia estaba parada a raíz del choque que hubo», rememora Adrián, al que llaman cariñosamente sus conocidos Adriansiño. Hace dos meses dejó su empleo para volcarse en este proyecto. Contaba con poder reinaugurar La Jarra en septiembre, pero los problemas se han ido concatenando hasta ahora, hasta el punto en que le dio un principio de infarto por el estrés, dice: «Esto lleva ya cuatro meses parado y todo el trabajo que hice no sirvió para nada. Al principio me mandaban insonorizar de nuevo todo el local, que eran casi 60.000 euros, entre otras cosas. Luego, un trabajador municipal, que me ayudó bastante, dijo que bastaba con insonorizar la fachada afectada por el accidente. Cuando ya aceptaron todo los técnicos, tuve que esperar a que pudieran hacer la obra».
En este impás de tiempo, aprovechó ese espacio paralizado para montar un punto de recogida de ayuda humanitaria para los afectados por la dana y consiguió reunir todo un cargamento solidario, que él mismo llevó a Catarroja junto con otras personas en un tráiler y seis furgonetas. «Estando allí me llamaron para empezar la obra. Las opciones eran volverme o quedarme ayudando a esa gente, y me quedé», recuerda un joven que en su día fue voluntario de Protección Civil de Ribeira. Ahora, ya de vuelta, cuenta los días para la inauguración, que espera que sea este año. Tiene muchos planes para ese bar, que ya se ha convertido en un símbolo de solidaridad. A él tampoco le faltaron manos amigas en todo este viaje y está especialmente agradecido a sus compañeros de piso, Brais (de A Bandeira) y Alicia (de Boiro), quienes «estuvieron ayudándome en todo, me dieron apoyo emocional cuando más lo necesitaba y hasta dinero», confiesa con voz entrecortada.
Adriansiño es un joven polifacético. Además de haber hecho varios cursos de hostelería, cocina y coctelería, tiene la Libreta Marítima (un documento imprescindible para trabajar a bordo de un barco), la licencia de buceo, se formó en primeros auxilios, incendios urbanos y forestales, es carretillero... Y, además, es de esas personas a las que le gusta ayudar a los demás, como quedó ya patente. Estuvo dos años como voluntario de Protección Civil de Ribeira y recuerda que participó en el rescate de los cuerpos de un barco hundido en Corrubedo. «Mi padre falleció justo ese día. Fue un suicidio. Eso fue lo que hizo que acabase viniendo a Santiago, porque allí estaba mal, pero siempre me quedó la espinita de ayudar. En Protección Civil lo pasaba muy bien y volver a casa sabiendo que has hecho algo bueno por otros es muy gratificante. Por eso, cuando pasó lo de Valencia, quería ir allá. No conocía a nadie, pero lo vi por la tele y empecé a hablar con los compañeros para hacer algo... total, yo el bar lo tenía parado», relata.
«Nos encontramos con el problema de que no dejaban pasar. Fui a Protección Civil de Santiago y me propusieron organizar un punto de recogida. Sinceramente, no me esperaba que toda la ciudad se volcase de esta forma. Hice una publicación en Instagram para pedir ayuda y la compartió muchísima gente, entre ellos, varias cuantas universitarias muy conocidas. Vinieron muchos estudiantes. Fue una locura. Había una fila de gente a las puertas del bar trayendo cosas: agua, alimentos, productos de limpieza e higiene personal, comida para animales y bebés... Conseguí cuatro furgonetas, que fueron antes que nosotros y se les complicó un poquito llegar hasta las zonas afectadas. Gracias a los contactos que tenía de Protección Civil en Ribeira, pudieron entrar y dejaron el material a la gente más necesitada. Pero tenía aún mucho más. Llenamos otras dos furgonetas de un chico que las puso sin cobrar alquiler ni nada, conseguimos también un tráiler, cargado con el resto», explica.
«Salimos el viernes 8 y la gente colaboró para la gasolina, peajes, financiar los gastos de traslado, incluso colaboraron los chavales para cargar los vehículos... fue impresionante. Al llegar allí no podíamos entrar. Había un tráfico enorme. Fuimos a una gasolinera cercana andando, donde había un punto operativo con miembros de la Guardia Civil, militares, Policía Local, Protección Civil... y, hablando con ellos, nos dieron los permisos para ir a Catarroja. Sinceramente, cuando llegué allí, no esperaba para nada esa imagen. Está muy mal. Como no queríamos que las cosas que llevamos se quedaran en un local o en manos de una asociación sin saber si llegaban a la ciudadanía, lo que hicimos fue repartir todo en cada esquina de las aceras, para que pudiese cualquiera coger lo que necesitaba. El domingo tenían que volver las furgonetas, porque esta persona las necesitaba para trabajar el lunes, pero otros nos quedamos allí ayudando: limpiando un edificio, el garaje, sacando agua y lodo de las calles... Y el tráiler llegó el lunes. Antes de que lo hiciese es cuando me dijeron que sí a la obra, pero quería acabar lo que había empezado allí, así que nos quedamos allí hasta el martes y llegamos aquí el miércoles de la semana pasada por la noche, el día 13, de vuelta. Recuerdo que la gente de allí venía llorando a darnos las gracias y nos invitaba a ducharnos y dormir en sus casas. Ahora aún queda ropa que la gente donó almacenada, que haremos llegar en cuanto se pueda y, si hicieran falta más recogidas, en los próximos meses, se harán», dice un veinteañero tan trabajador como comprometido socialmente.