La tecnología asalta los océanos
La tecnología asalta los océanos
Hay tres millones de naufragios que reposan en el fondo de mares y océanos. Solo se ha localizado el uno por ciento. Y se ha rescatado una parte insignificante de ese uno por ciento. Algunos lo consideran un patrimonio oculto que debe seguir sumergido mientras no existan garantías de que su recuperación no hará más daño que bien. Otros lo ven como un botín fabuloso.
Pues bien, ha llegado la hora. Por primera vez existe una tecnología tan avanzada como para encontrar y rescatar metódicamente todo lo que está en el fondo del mar. El problema es que los gobiernos no disponen de recursos para una empresa tan azarosa. Nadie garantiza que los doblones, lingotes y gemas estén donde se sospecha. Y gastarse un potosí para obtener una recompensa meramente cultural no es fácil de justificar.
Pero Wall Street y la City de Londres le han echado el ojo al negocio. Y patrocinan empresas como Ocean Infinity, una compañía privada con sede en Austin (Texas, Estados Unidos) y Southampton (Reino Unido) que ha encargado 23 barcos no tripulados a los mejores astilleros de Italia y Noruega. A esta flotilla la ha bautizado La Armada (sic). «El impacto y la escala de esta flota robótica desencadenará la mayor transformación que la industria marítima ha visto desde que la vela dio paso al vapor», presume Oliver Plunkett, CEO de Ocean Infinity, que, además, ha recibido subvenciones de Reino Unido y Noruega para desarrollar una propulsión respetuosa con el medioambiente.
Se trata de embarcaciones nodriza de hasta 78 metros de eslora, y con un diseño a medio camino entre un rompehielos y una nave intergaláctica. En el futuro tendrán capacidad para navegar durante semanas sin un solo ser humano a bordo, controladas desde puerto por chavales que parece que están jugando a un videojuego.
Ocean Infinity también se ha hecho con un arsenal de drones submarinos que pueden alcanzar los 6000 metros de profundidad, provistos de sónares de barrido lateral, sondas, perfiladores del subsuelo y sensores capaces de levantar mapas en 3D del lecho marino. Su misión: «extraer datos» del fondo del mar. Pasa con los datos como con las redes de pesca de los arrastreros, en la extracción puede caer de todo, incluidas barras de plata, joyas, antigüedades... o bolsas de petróleo. O una nueva especie de calamar.
Ocean Infinity no es, ni mucho menos, la única empresa en el negocio. La competencia es dura. Ahí están Nauticus Robotics o Terradepth, otra empresa texana, que se ha especializado en la elaboración de detalladísimas cartografías submarinas, una tarea ardua que costaba cien mil dólares diarios y que las nuevas técnicas han abaratado. Terradepth colabora con una fundación japonesa en la elaboración de una especie de Google Earth de los fondos marinos.
Estas iniciativas están revolucionando el hermético mundo de los cazatesoros. Y redefiniendo incluso una ocupación que en otros tiempos atraía a saqueadores y presuntos arqueólogos tentados por el 'lado oscuro'... y que ahora empieza a ser una profesión respetable donde abundan jóvenes ingenieros especializados en robótica, operadores de embarcaciones no tripuladas, pilotos de ROV (vehículos submarinos por control remoto), expertos en inteligencia artificial y big data... Son equipos multidisciplinares que ya no están capitaneados por aventureros a los que solo les falta el parche en el ojo, sino por algunos de los mejores ejecutivos de cuentas de los fondos de cobertura.
El más exitoso es, también, el más misterioso. Se llama Anthony Clake. Es un empresario británico de 43 años, educado en Oxford, que desarrolló un sistema de inversión basado en el análisis de las recomendaciones de cientos de analistas con el que hizo (y ayudó a ganar a sus clientes) una fortuna. Clake se convirtió en el ejecutivo estrella de Marshall Wace, un gigante de la City que gestiona 62.000 millones de dólares. No hay ninguna foto pública de Clake, aunque tiene un alias: El Iniciador. Y solo Bloomberg ha conseguido entrevistarlo. «Las leyes internacionales sobre rescates submarinos son muy estrictas y solo invierto en entidades que se adhieren a ella», asegura.
Clake impulsa expediciones en medio mundo, pero nunca se hace a la mar en persona. Le interesan menos los tesoros que los datos que pueda recabar durante la búsqueda, para cruzarlos con sus múltiples intereses económicos y societarios. Para él se trata de una inversión más, arriesgada, sí, pero atractiva en un contexto donde cada vez es más difícil sacar beneficios de las Bolsas.
La información sobre naufragios es más accesible que nunca desde que se digitalizaron los registros de Lloyd's of London, el mayor mercado de seguros marítimos del mundo. En su base de datos hay manifiestos de carga, cartas de navegación y certificaciones que abarcan más de tres siglos. Ahí están los destinos, los itinerarios, las coordenadas del último SOS lanzado por un barco en apuros... Y es donde empieza la búsqueda.
Esta nueva hornada de especialistas en rescates, liderada en la sombra por Clake, está redefiniendo el concepto mismo de tesoro, que ya no alude exclusivamente a la carga en la bodega de los barcos, sino a todo lo que hay de valioso en el fondo del mar: yacimientos y depósitos de gas, minerales estratégicos, hallazgos científicos (las expediciones de esta índole reciben ayudas y beneficios fiscales), nichos ecológicos... Todo suma y a todo se dedican. La búsqueda de tesoros encaja bajo el elástico epígrafe de 'investigaciones históricas'. Una cartera de intereses, en fin, de lo más variada. Y donde rige la ley de las profundidades: el que llega primero se lo lleva. Luego ya decidirán los tribunales si hay que repartirlo.
Existe un antecedente. La empresa que estuvo a punto de hacer saltar la banca, en su momento, fue Odissey. Pero España le ganó el histórico litigio por el tesoro (590.000 monedas de oro y plata) de la fragata Mercedes en 2012, cuando el Tribunal Supremo de Estados Unidos zanjó un pleito a cara de perro y, de paso, bajó el telón a décadas de impunidad. O eso se pensaba... Pero los cazatesoros aprendieron dos lecciones.
La primera es que es mejor dedicarse a pecios que es improbable que alguien reclame. Por ejemplo, barcos vinculados a la Alemania nazi. Es el caso del SS Minden, un carguero hundido en el Atlántico norte, dicen que con oro de la banca alemana. El Gobierno islandés solo exigió una certificación de que no se contaminaría el entorno.
Y la segunda: que les conviene más colaborar con los gobiernos que enfrentarse a ellos. Ocean Infinity participó en la búsqueda del vuelo perdido de Malaysia Airlines con la condición de no cobrar si no encontraba los restos. Y rescató el submarino argentino ARA San Juan por el que el Ejecutivo argentino pagó 7,5 millones. Y se asoció con una empresa suiza para localizar, por encargo de Colombia, los restos del galeón español San José. El presidente colombiano, Gustavo Petro, ha anunciado que en marzo se realizará la primera extracción del tesoro, cuyo valor puede alcanzar los 17.000 millones de dólares. El Gobierno español se opone, alegando que se va a profanar la tumba marina de los 570 tripulantes y soldados que allí perecieron.
Que las empresas privadas colaboren con los gobiernos no garantiza que no tengan una doble agenda. ¿Alguna lección para los gobiernos? Está en el refranero: «fiar es cobre y no fiarse es oro».