El calentamiento global como detonador
El calentamiento global como detonador
Miércoles, 10 de Enero 2024
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En un lugar remoto, a 800 millas del Polo Norte, se encuentra un símbolo de la lucha constante del hombre por conquistar su entorno, por incrementar su habilidad para vivir y luchar, si es necesario, bajo condiciones polares. Esta es la historia de Camp Century. La ciudad bajo el hielo».
Con estas palabras arrancaba un documental producido por el propio Ejército norteamericano en los años sesenta. Estamos en plena Guerra Fría y la máquina propagandística transmitía las bondades del liderazgo científico y tecnológico. Desde aquí, el hombre conquistaría el Polo Norte creando unas instalaciones sumergidas a ocho metros de profundidad, capaces de alojar a más de 200 científicos y militares. Aquí se instalaría el primer reactor nuclear portátil del mundo.
No solo eso. El experimento, con una comunidad aislada en condiciones extremadamente adversas, también iba a servir de ensayo para una hipotética base estable en la Luna... Pero ningún reportaje de la época sobre este proyecto lo contaba todo. En sus numerosas apariciones en los medios quedaba ‘olvidado’ un impresionante proyecto bélico. Project Iceworm, se llamaba: proyecto Gusano de Hielo.
Se trataba de construir una base militar bajo el hielo. Un complejo entramado ferroviario de 130.000 kilómetros cuadrados, armado con 600 misiles balísticos ocultos bajo el manto polar y capaces de alcanzar Moscú desde más de 2000 puntos de lanzamiento distintos.
Finalmente el proyecto Iceworm fue descartado por una serie de inconvenientes técnicos y políticos (sigue sin quedar claro si Dinamarca, que entonces gobernaba Groenlandia, fue informada). Pero atrás quedó un ‘caramelo’ envenenado que el cambio climático amenaza con sacar a la luz.
Conscientes de la inestabilidad de la enorme masa de hielo que cubre Groenlandia, los ingenieros norteamericanos habían calculado una esperanza de vida para Camp Century de solo 10 años: debía funcionar entre 1960 y 1970. Pero la naturaleza se mostró menos dócil de lo esperado.
En 1962, solo dos años después de la inauguración de las instalaciones, el techo que cubría el reactor nuclear se desplazó debido al peso de la nieve compactada. Dos años más tarde, el techo y los muros estuvieron a punto de colapsar. Un accidente nuclear no es cosa de niños y finalmente se optó por desmantelar la base antes de tiempo.
En 1967 se produjo el desalojo definitivo. Pero lo único que se llevaron consigo fueron sus pertenencias y el reactor nuclear. Todo lo demás quedó abandonado con la esperanza de que quedase para siempre enterrado bajo el hielo. Una perspectiva realista, salvo por la aparición de un ‘pequeño’ inconveniente: el calentamiento global. El concepto ni siquiera existía entonces, pero unas décadas más tarde es ya una realidad que amenaza con sacar a la luz toneladas de desechos abandonados en el fallido Camp Century.
Antes del desalojo final, los científicos norteamericanos perforaron la capa de hielo hasta un kilómetro y medio de profundidad y extrajeron un bloque congelado de arena, barro, piedras y guijarros que quisieron llevarse para estudiar. Ya en los 70, este bloque de hielo fue enviado a los congeladores del Ejército en la Universidad de Buffalo. Y allí se conversó, sin más, hasta la década de los noventa, cuando el bloque fue trasladado a Dinamarca, a la Universidad de Copenhague, donde ha sido material de estudio y prueba de curiosos hallazgos en relación a cambios climáticos precedentes al de nuestra época. A saber: el bloque congelado de Camp Century aglutina fósiles de hojas, fragmentos de insectos, musgos, ramas que, una vez analizados, han permitido confirmar que donde hoy hay hielo existió antes una tundra, pero no como históricamente se estimaba, desde hace 2,5 millones de años, sino desde hace 'apenas' 416.000 años.
Esta nueva datación ha permitido a los autores de la investigación —publicada en Science— comparar las temperaturas globales de aquella época (un dato con el que ya contaban) con las temperaturas actuales en esa misma zona de Groenlandia: han comprobado así que la temperatura media de hace 416.000 años era similar o ligeramente superior a la de hoy aunque variaba mucho en las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono, responsables del calentamiento global. Entonces eran de 280 partes por millón frente a las preocupantes 422 partes por millón de la actualidad. ¡Hoy casi duplican las condiciones que, hace medio millón de años, sin la intervención del ser humano, generaron de manera natural un deshielo a gran escala hasta posibilitar el desarrollo de una tundra!
Si bien es difícil medir con precisión el futuro proceso de degradación de la capa de hielo de Groenlandia, la comparación arroja un alarmante llamado de atención, especialmente considerando que el CO2 generado por nuestra actividad industrial permanecerá en la atmósfera durante miles de años. Reducir las temperaturas, disminuir drásticamente las emisiones o inventar formas de eliminarlas a gran escala se torna verdaderamente urgente.
Al margen de los problemas asociados al deshielo en sí, «hay en Camp Century unas 9200 toneladas de basura material, como edificios o infraestructura ferroviaria. Los desechos químicos se componen de 200.000 litros de combustible diésel y una cantidad considerable de bifenilos policlorados», un compuesto químico altamente tóxico prohibido desde 1977. Lo explicaba William Colgan, investigador de la Universidad de York (Canadá) y autor, hace ya unos años, de un sonado artículo en el que llamaba la atención sobre el riesgo de que todo aquel material que los ingenieros daban por enterrado para siempre pronto pudiera quedar al descubierto. La lista de desechos continúa: 24.000.000 de litros de aguas residuales y residuos nucleares provenientes de la central desmantelada.
También este material podría quedar al descubierto. «No es cuestión de si ocurrirá o no. Eso está fuera de duda. La clave es cuándo». Y podría ocurrir, según sus cálculos, en 2090. Urge, pues, reaccionar ante un problema cuyas consecuencias no serán solo medioambientales. También políticas y diplomáticas. De momento los residuos se encuentran, por lo menos, a 35 metros de profundidad. Es demasiado pronto para intervenir. Y demasiado caro. Pero avisados estamos: si no hacemos nada, en unas décadas todos estos residuos acabarán en el océano. Un océano, además, que por el deshielo de las regiones árticas podría experimentar una subida en su nivel de mar de entre 1,5 y 6 metros, causando estragos en todas las regiones costeras.