Dispuestos a todo por un fósil
Dispuestos a todo por un fósil
Domingo, 29 de Septiembre 2019
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Todo comenzó con una cabeza fuera de sitio. Edward Cope cometió la torpeza de colocarla al final de la cola en vez de sobre el cuello al reconstruir el esqueleto de un Elasmosaurus.
El Elasmosaurus -un reptil marino que vivió en Estados Unidos hace 80,5 millones de años- tenía un cuello larguísimo, de ahí la confusión. Pero el error era muy grave. Othniel Marsh, paleontólogo como Cope, se retorció de risa y de gusto. Le encantó el fallo de su colega, al que consideraba un engreído pretencioso. Mientras Cope buscaba y compraba enloquecido de vergüenza todos los ejemplares del artículo de su dislate, publicado en 1873 en la revista de The American Philosophical Society, Marsh se dedicaba a difundirlo alegremente.
Fue la primera zancadilla de un enfrentamiento que convirtió en rivales irreconciliables a dos jóvenes paleontólogos de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX, durante la edad de oro de esta disciplina impulsada entonces por constantes descubrimientos de huesos, fósiles y nuevas especies.
Cope y Marsh eran ambiciosos y pendencieros. Querían ser los primeros en desenterrar el enorme tesoro en fósiles que aguardaba bajo el suelo del salvaje Oeste americano. Habían sido amigos, pero la rivalidad se fue enconando con los años hasta llegar a niveles insólitos. Llegaron a contratar a cuadrillas de hombres fieros, con revólver al cinto y cartuchos de dinamita, dispuestos a destruir fósiles con tal de que no los encontrara el equipo rival.
Se trata de la 'guerra de los huesos', un episodio de la historia de la paleontología tan llamativo que HBO planea convertirlo en serie televisiva. Esta batalla científica se estudia en las facultades de Paleontología del mundo porque tuvo importantes consecuencias, para bien y para mal. Ahora, el libro Auge de los dinosaurios. La nueva historia de un mundo perdido, de Steve Brusatte, recuerda esta pugna que duró dos décadas (entre los años setenta y noventa del siglo XIX) y que todos los expertos califican de ‘locura’.
Los protagonistas de esta batalla son Edward Drinker Cope (paleontólogo de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia) y Othniel Charles Marsh (paleontólogo del Museo Peabody de Historia Natural de la Universidad de Yale).
Se habían conocido en Berlín en 1863. Y habían simpatizado. Se cartearon e incluso tuvieron la deferencia de bautizar nuevos descubrimientos con el nombre del otro: Colosteus marshii, denominó Cope en 1867 a uno de sus hallazgos; Mosasaurus copeanus, le correspondió Marsh en 1869.
Esta conexión inicial se fue torciendo. Poco a poco sus fuertes personalidades y sus disparidades -Cope era confundador del neolamarckismo y Marsh, un darwinista convencido- empezaron a alimentar suspicacias mutuas.
Sus orígenes eran muy distintos. Cope se crio en una familia de comerciantes bien posicionada y con dinero de Filadelfia, mientras que Marsh era hijo de un humilde granjero de Lockport, en el estado de Nueva York. Económicamente se igualaron después porque a Marsh lo apoyó su tío, el banquero George Peabody, que primero fue su mecenas y luego le legó su fortuna.
Se encontraron en un momento crucial, cuando la paleontología despegaba con entusiasmo. Charles Darwin había publicado El origen de las especies en 1859; el Museo de Historia Natural de Nueva York y la revista Nature arrancaron en 1869. De hecho, Othniel Marsh fue el primer profesor de paleontología de una universidad en Estados Unidos.
En aquella época estaba casi todo por descubrir. Estados Unidos era una inmensa mina de fósiles. Cope y Marsh acudieron raudos adonde William Parker Foulke había descubierto el holotipo del Hadrosaurus foulkii, uno de los primeros descubrimientos de dinosaurios en Estados Unidos. Marsh sobornó a los trabajadores para que le pasaran a él lo encontrado y no le comentaran nada a Cope. «Las reglas del juego eran saquear, robar furtivamente y sobornar» cuenta Brusatte. Pagaban a los operadores de los pozos para que les entregaran a uno y no al otro los fósiles que encontraran. Si se enteraban de un nuevo punto para cavar, se lo ocultaban al otro y enviaban allá a equipos pagados de su bolsillo para ser los primeros. Colaron topos en los equipos del rival para enterarse de lo que hacía su enemigo y boicotearlo. Impulsados por un ego infinito, patrocinados por sus fortunas personales (que dilapidaron), inmersos en una carrera que nunca saciaba su sed de revancha, Cope y Marsh enviaban ejércitos de cazadores de huesos a Nuevo México, Colorado, Nebraska, Wyoming… Gastaron dinerales. Encontraron toneladas de restos, tantos que no había tiempo para catalogarlos o estudiarlos. Querían más. Más que el otro, por supuesto.
A veces ellos se enfundaban las botas de caña alta, se calaban el sombrero y se metían en las cuevas. En 1873, Marsh hizo un viaje patrocinado por Yale protegido por un regimiento de soldados para lidiar con los sioux. Sí, en esta aventura hay incluso indios. Marsh prometió al jefe Nube Roja que le pagaría por los fósiles que encontrara y presionaría en Washington en su favor. Así que los sioux llenaron de fósiles muchos vagones de tren.
En el lado positivo, la 'guerra de los huesos' condujo al descubrimiento de algunos de los dinosaurios más célebres: Allosaurus, Apatosaurus, Brontosaurus, Ceratosaurus, Diplodocus, Stegosaurus, por nombrar solo algunos», dice Steve Brusatte. También hubo una cara negativa. «La mentalidad de guerra constante causó muchas imprecisiones, fósiles excavados de forma descuidada y estudiados a toda prisa. Pedazos de hueso bautizados equivocadamente como nuevas especies o fragmentos de esqueletos mal identificados», añade Brusatte.
«Pero esa enemistad contribuyó a que la paleontología diera un salto colosal. Sin ella quizá no conoceríamos especies como el Diplodocus», afirma Manuel Jesús Salesa, del departamento de paleobiología del Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC. Tampoco conoceríamos al Anisonchus copehater, uno de los especímenes encontrados por Cope. Lo apellidó con sorna ‘copehater’, que significa ‘odiador de Cope’. Oxyacodon marshater, le correspondió Marsh al nombrar otro mamífero. Eran incapaces de refrenarse. Pugnaron hasta el final. ¿Quién ganó?
Ganó Marsh. En varios frentes. Obtuvo apoyo público al trabajar para el US Geological Survey. Por supuesto Cope lo acusó de plagio y malversación de fondos en una tanda de artículos publicados en 1885 en The New York Herald.
También Marsh logró ser presidente de la Academia Nacional de Ciencias, mientras que a Cope lo habían rechazado en la Smithsonian Institution, la mayor colección de historia natural del mundo (fundada en 1846) y en el Museo Americano de Historia Natural. Al final, Cope vivía de su sueldo como profesor de la Universidad de Pensilvania y de sus conferencias y artículos científicos: publicó muchísimos, unos 14.000, y fue autor de tres tratados importantes. Ahí adelantó a su rival, que fue menos prolífico en la escritura y menos intelectual.
Pero Marsh ganó la 'guerra de los huesos' también en descubrimientos porque dio con 80 nuevas especies de dinosaurio, frente a las 56 halladas por Cope.
Cope murió en 1897, dos años antes que Marsh. Se fue con un desafío final: donó sus restos para que compararan su cráneo con el de Marsh y se dilucidara quién había sido más inteligente teniendo en cuenta el tamaño del cerebro. Marsh se negó a entrar en esta pugna postrera y pidió ser enterrado. Fue un duelo hasta la muerte.