Poliamor en la selva La monogamia, una rareza La infidelidad reina entre las bestias
Lunes, 09 de Enero 2023, 17:07h
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Buscar pareja se había convertido en una obsesión. Había disfrutado de meses en el mar comiendo y descansando, pero ahora una nueva inquietud lo empujaba tierra adentro en el lugar más inhóspito del planeta: la Antártida.
Un recorrido de 120 kilómetros por el desolado interior lo llevó a una planicie helada donde centenares de pingüinos destacaban como una mancha negra en un universo de un blanco deslumbrante. El griterío lo animó. La mayoría de los individuos allí congregados eran hembras. Tendría mayores posibilidades de triunfo. Caminando torpemente se acercó al grupo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, comenzó a emitir sonidos y a realizar movimientos rítmicos y exagerados.
Al unirse con su compañera, el pingüino sella un vínculo para toda la vida. Juntos crían a sus hijos. Pero no son tan fieles como se creía...
Era su forma de buscar pareja. La hembra que mejor imitara sus sonidos y sus gestos sería la elegida. De inmediato, media docena de ellas contestaron a su llamada. Poco a poco se fue acercando, pero ninguna le pareció la adecuada. Nuestro exigente pingüino fue recorriendo la colonia despertando el interés de infinidad de hembras a las que rechazó. Cuando por fin dio con su media naranja, habían pasado varias horas.
El esfuerzo había merecido la pena. Al unirse a su compañera, había sellado un vínculo para toda la vida. Con ella compartiría las tareas de criar y proteger a sus hijos año tras año en lo que, a primera vista, es un extraño ejemplo de la monogamia en el promiscuo mundo amoroso de los animales.
Los monógamos son escasos. Entre todas las clases del reino animal las aves y, sobre todo, los mamíferos son los que más practican la fidelidad y, aun así, apenas llegan al cinco por ciento. Se suele poner como ejemplo de monogamia a los dik-dik, de los que se dice que, si muere uno de los miembros de una pareja, el otro le sigue poco después destrozado por la pena. Pero también la practican los chacales, gibones, buitres, caballitos de mar, albatros, nutrias y pingüinos.
Los científicos daban por hecho que estos exclusivos ejemplos animales de amor y fidelidad sin fisuras habían basado su estrategia reproductiva en la más absoluta monogamia. Hasta que la ciencia pudo poner en práctica la lectura del indiscreto código genético de los hijos nacidos de parejas monógamas.
Recientes estudios han demostrado que cerca del 20 por ciento de los pollos de los amorosos pingüinos son de machos diferentes a los supuestos padres. Tal vez el mismo estudio aplicado a las otras especies monógamas acabe dando resultados inesperados y sorprendentes.
A la hora de ligar y encontrar pareja, el reino animal ha experimentado con todas las tácticas imaginables. Desde la monogamia de unos pocos hasta el canibalismo sexual de algunos artrópodos –donde la hembra acaba por comerse al macho–, toda suerte de comportamientos se dan cita cuando llega el momento de buscar la media naranja.
El papel principal suele recaer en los machos. Son ellos quienes tendrán que demostrar sus cualidades para que las hembras, generalmente más pasivas, elijan. Para hacerlo, hay quien apuesta por demostrar su fuerza en combates rituales donde el macho vencedor despierta el amor de las congregadas.
Aparecen grandes cuernos, exhuberantes melenas, largos colmillos o deslumbrantes plumajes de vivos colores. Ciervos, antílopes y cabras realizan estos torneos generalmente sin víctimas mortales. Los leones y geladas –unos monos de Etiopía– apuestan por las melenas, mientras los pavos reales y las avutardas prefieren exhibir sus mejores trajes.
Muchos otros optan por demostrar sus cualidades artísticas en danzas rituales que, aunque de aspecto cómico para nosotros, dejan impresionado al sexo opuesto de una forma muy eficaz. Los pingüinos, albatros, peces luchadores y aves del paraíso son algunos de los mejores bailarines del reino animal.
Pero aún hay quien se muestra más sofisticado. El pergolero australiano, un ave del tamaño de un mirlo, tiene que adornar su nido con cualquier objeto colorido que encuentre para poder atraer a las hembras.
Cuantos más y mejor dispuestos tenga los adornos, más posibilidades de que una hembra se enamore perdidamente de él. El pergolero ordena en pequeños montones pétalos de vivos colores, bayas brillantes, plumas llamativas, alas de insectos, conchas de caracoles y todo lo que pueda sumar color a su nido en forma de tienda de campaña. Cuando llega una hembra, mira el colorido y la disposición de los adornos. Es un auténtico examen de decoración. El mínimo desorden, una mala combinación de colores, y todos los esfuerzos se irán al traste.
Por su parte, los machos también tienen sus parcelas de decisión y sus gustos particulares. Los chimpancés, por ejemplo, prefieren a las hembras mayores, parejas experimentadas con un alto estatus social, mientras las comadrejas y otros mustélidos prefieren a las jovencitas.
En función de la especie de que se trate, los hay que buscarán a cuantas hembras se les pongan a tiro, los que sufrirán un enamoramiento pasajero uniéndose a su pareja únicamente durante el periodo de reproducción y cría, cambiando de pareja cada año, y los que se emparejarán de por vida.
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