Esta gorila occidental de llanura –una especie en peligro de extinción– juguetea con una nube de mariposas en República Centroafricana. La foto, obra del inglés Anup Shah, ha ganado el Gran Premio del certamen The Nature Conservancy entre más de 100.000 participantes de 158 países. Descubre otras maravillas galardonadas.
Gorila occidental de llanura
Mariposas en el corazón
Se llama Malui, tiene 25 años y es una de las pocas gorilas que quedan en República Centroafricana. Hace cinco años dio a luz a los dos primeros gemelos nacidos en Bai Hokou, la Reserva Forestal Especial de Dzanga-Sangha, en República Centroafricana, un área protegida para evitar que estos gorilas occidentales de llanura sean diezmados por la caza furtiva y la pérdida de su hábitat.
Salvo que se sientan amenazados, estos primates suelen ser tímidos e incluso 'amables'. Solo ante una situación de peligro, los machos se mantienen erguidos golpeándose el pecho con los puños y gruñendo fuertemente en un intento de intimidar. Casi como King Kong, vamos. Sólo se vuelven muy peligrosos cuando se molestan o deciden atacar: cargan entonces contra los intrusos a los que, no obstante, rara vez golpean.
Contrasta el temible poderío físico de estos simios con la pacífica vida que intentan llevar, la de un herbívoro que se mueve, generalmente, en grupo dentro de un territorio limitado, de unos 8 a 45 kilómetros cuadrados, sin mostrar nunca un comportamiento territorial y que puede exteriorizar algo cercano a la calma o el disfrute del momento que en la imagen superior deja ver la hembra rodeada de mariposas.
«Para mí —dice el fotógrafo— el estado mental de un animal salvaje no está adulterado por la influencia humana que adquiere un animal cautivo»
La instantánea fue tomada por el fotógrafo inglés Anup Shah y le ha valido para ganar, entre más de 100.000 participantes de 158 países, el Gran Premio del certamen The Nature Conservancy, una organización de conservación global presente en 72 países.
Shah lleva décadas fotografiando todo tipo de fauna en entornos naturales y, al retratar animales salvajes, cree tener una ventaja sobre otros campos de la fotografía: hay autenticidad en ellos, dice. «Para mí, el estado mental de un animal salvaje no está cubierto por una máscara que un sujeto humano está siempre tentado a usar, ni adulterado por la influencia humana que adquiere un animal cautivo. Para dar voz al estado mental de los animales salvajes —concluye— intento ser aceptado por ellos, ganar algo de intimidad y tratar de sentir lo que puede estar en su mente».
Micos nocturnos
Los reyes de la noche
La imagen —ganadora del Gran Premio de América Latina— tiene algo de la ambigüedad infinita de La Gioconda. Así como en la obra de Da Vinci no es posible saber si la retratada está triste o sonríe irónica —o ambas cosas a la vez—, en esta toma de Gustavo Garcés Villa resulta difícil determinar si estos tres monos de noche son entrañables y encantadores o temibles psicópatas capaces de mutar en aterradores gremlins. El fotógrafo los retrató en un bosque de Villavicencio, Colombia, a punto de irse a dormir en el interior de un tronco, tras otra larga noche de aullidos e intensa marcha...
Estos simios son los únicos primates de hábitos completamente nocturnos. Su nombre científico, aotus, significa 'sin orejas', pero no solo las tiene —ocultas por su pelaje corto—, sino que disfruta, además, de una excelente audición, determinante para comunicarse con otros ejemplares: los monos de noche emiten una gran variedad de sonidos diferenciados. Los científicos han identificado hasta cien. El macho aúlla de una a dos horas cada noche. Y en noches de luna llena, aún más: llaman, más que en ninguna otra madrugada, a las hembras para aparearse.
Son los únicos primates de hábitos completamente nocturnos. En noches de luna llena, aúllan sin descanso
A pesar de sus hábitos nocturnos, gozan de una muy buena visión policromática y una comunicación olfativa muy desarrollada. Pesan entre 450 y 1250 gramos y miden hasta 37 centímetros, rematados en una larga cola no prensil, con punta en forma de brocha, de hasta 40 centímetros. Cuentan con un amplio rango de tolerancia térmica, lo que les permite vivir incluso a 3000 metros sobre el nivel del mar, como en Colombia, y soportar las muy bajas temperaturas de las frías madrugadas.
Durante el día se refugian en la vegetación densa a nivel del suelo y en los huecos de los árboles para dormir y descansar. Allí, en los huecos de los troncos, hacen hogar y lo comparten solo con la pareja y alguna de las crías más pequeñas.
Luciérnagas
La orgía del aire
Justo antes del monzón, millones de luciérnagas se congregan en ciertas regiones de India, focalizándose muchas de ellas en algunos árboles especiales, de gran escala, como el de la imagen de arriba, del indio Prathamesh Ghadekar.
Lo que se ve en su toma es casi un 'orgía' de luciérnagas, un gigantesco cortejo de machos y hembras llamándose intermitentemente. En su cortejo nocturno, estos lampíridos emiten destellos de luz por secuencias. Las hembras pueden responder o no con otros destellos igual de específicos y propiciar de ese modo el apareamiento.
El 'diálogo' en las calurosas noches de junio suelen iniciarlo las hembras, iluminándose en intervalos de seis a ocho segundos para atraer a los machos que vuelen cerca
El 'diálogo' en las calurosas noches de junio suelen iniciarlo las hembras, 'encendiéndose' en intervalos de seis a ocho segundos para atraer a los machos que vuelen cerca. Si se sienten amenazadas por otras especies, 'desactivan' su luz y permanecen a oscuras. Emiten sus destellos mediante un órgano específico que poseen en el abdomen.
Pasados unos días del acoplamiento, las hembras esconden sus huevos fertilizados bajo la tierra. Tras tres o cuatro semanas, salen de ellos las larvas. Algunas hacen madrigueras subterráneas, y otras en la corteza de los árboles.
Esta imagen del multitudinario cortejo bioluminiscente —ha dijo Meg Goldthwaite, directora global de comunicaciones del certamen– «es un recordatorio magnífico e inolvidable de la vitalidad y el poder sobrecogedor de la naturaleza».
Caimán del pantanal
La tragedia sin fin de las sequías
El cadáver de un cocodrilo en el suelo seco del Pantanal, un santuario de la biodiversidad situado al sur de la Amazonía, en Mato Grosso, Brasil, es paradójicamente el vivo retrato del desastre que en 2020 sufrió uno de los mayores humedales del planeta.
Una temporada extremadamente seca, dejó extensas regiones expuestas al fuego. Los satélites llegaron a detectar en julio, activos a un mismo tiempo, 1684 incendios, el peor registro desde que empezaron las mediciones hace más de 20 años.
Las clásicas 'queimadas' de los hacendados de la región —fuegos con los que buscan despejar la tierra para cultivo o para la formación de pasto para el ganado— explican muchos de esos focos. Otros se deben, sin más, a la combinación explosiva de una gran sequía con unas altísimas temperaturas sobre un terreno en el que cualquier elemento extraño se vuelve potencialmente inflamable.
Entra la sequía y los incendios se han perdido decenas de miles de hectáreas, con una pérdida de fauna y flora y un daño al medioambiente irreparables.
La imagen del cocodrilo muerto fue tomada con un dron por Daniel De Granville Manço en pleno apogeo de las sequías y le valió el Primer Premio en la categoría Paisaje.
Guepardos
A vida o muerte
Todo lo contrario de las sequías de la imagen anterior. Las incesantes lluvias en la Reserva Nacional de Masai Mara, en Kenia, en enero de 2020, acababan de provocar la inundación del río Talek.
Se encontraba allí en aquel momento la autora de esta impactante imagen, Buddhilini De Soyza. Vinculada a la fotografía de animales desde pequeña, cuando su padre la llevaba a los parques nacionales de Sri Lanka, De Soyza volvía en 2020 a Kenia por octava vez.
«Mi principal razón para regresar a Kenia eran los cinco guepardos machos encontrados en la ciudad de Bora, conocidos como los Tano Bora. Los había fotografiado ya antes, pero quería volver a hacerlo». Con lo que no contaba, reconoce, era con tan adversas condiciones climáticas: «Comenzó una lluvia incesante que desbordó las orillas del río Mara e inundó todos los pueblos. Fue un desastre total».
«Los veíamos subir y bajar, patrullando el río. No pensamos que se animarían a cruzar; muchos guepardos han muerto al intentarlo»
Poco después, De Soyza se enteró de que los cinco guepardos que quería fotografiar estaban atrapados al otro lado del río y casi había perdido la esperanza de volver a verlos. El segundo día, su guía recibió, sin embargo, la noticia de que los guepardos se acercaban al río.
«Lo habían hecho también los días anteriores, intentando cruzar para salir por el otro lado ante el avance de las aguas —cuenta la fotógrafa—. Cuando dimos al fin con ellos a media mañana, pasamos el día entero viéndolos subir y bajar, patrullando el río. No pensamos que se animarían a cruzar —el guepardo líder se metió en las aguas un par de veces, sin decidirse a avanzar más–, pero es la maravilla de la vida silvestre: nunca sabes qué harán los animales. Así que, tras siete horas observándolos, al final de la tarde, el líder del grupo volvió a saltar al agua y otro lo siguió rápidamente, y otros dos detrás, menos uno, que vaciló y por eso no aparece en la toma. Nunca pensamos que lo lograrían: muchos otros guepardos habían muerto al cruzar aguas mucho menos desalentadoras que estas».
Los guepardos se desplazaron unos cien metros río abajo hasta que chocaron contra una parte particularmente turbulenta del río. A ese momento corresponde la toma premiada de De Soyza, en la que se ve el esfuerzo a vida o muerte de los guepardos por cruzar.
«Estábamos aterrorizados –dice— al ver cómo eran arrastrados corriente abajo, pero estuvimos encantados al ver cómo luchaban hasta finalmente conseguir llegar al otro lado».
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