El horror del plástico Las partículas invaden nuestro organismo Ya tenemos microplásticos hasta en la sangre
Sábado, 23 de Abril 2022, 01:25h
Tiempo de lectura: 12 min
Nos comemos una tarjeta de crédito de plástico por semana. Esta es la conclusión de un estudio realizado por la Universidad de Newcastle, en Australia. Lo ingerimos en forma de microplásticos, cualquier tipo de plástico inferior a cinco milímetros de longitud. ¿La razón? Porque están prácticamente en todas partes: en el aire que respiramos, en el agua del grifo que bebemos y en los alimentos que comemos.
Se han encontrado restos en placenta y en heces humanas. Hace apenas un mes, un estudio de la Universidad Vrije de Ámsterdam, en Países Bajos, ha detectado su presencia por primera vez en nuestro flujo sanguíneo. De hecho, los científicos encontraron estas partículas diminutas en casi el 80 por ciento de las personas analizadas
Pocos días después, un estudio de la Hull York Medical School, en Reino Unido, descubrió por primera vez contaminación microplástica alojada en pulmones de personas vivas. Es decir, las partículas de plástico pueden viajar por el cuerpo y alojarse en los órganos. El impacto sobre la salud aún se ignora, pero los investigadores ya han confirmado en el laboratorio que dañan las células humanas.
Adaptarse o morir
Hace dos años se descubrió un nuevo tipo de cangrejo en lo más profundo del océano. Vive en la oscuridad de la fosa de las Marianas, a siete mil metros de la superficie, uno de los lugares más alejados del Homo sapiens. Allí se alimenta de los restos de animales muertos que descienden por una columna de agua de varios kilómetros. Desde marzo de 2020 tiene nombre científico: Eurythenes plasticus. Su descubridora, la bióloga marina Johanna Weston, lo bautizó plasticus porque encontró en su intestino un objeto oscuro y alargado formado por tereftalato de polietileno, más conocido como PET. Lo que llega al mundo en forma de botella de agua, film transparente o prenda deportiva acaba, convertido en fibras microscópicas, en el estómago de una criatura de los remotos abismos marinos.
El plástico está en todas partes. Desiertos, selvas, glaciares o fosas oceánicas; los plásticos se han abierto camino hasta el rincón más recóndito. Y transformados en partículas diminutas están ya presentes en gusanos, insectos, peces, aves y mamíferos.
Los expertos calculan que cada año llegan al entorno natural unos veinte millones de toneladas solo en forma de polvo procedente de la industria plástica, fragmentos desprendidos de los neumáticos, colillas, vasos de café... Otro tanto acaba en las aguas del planeta, el equivalente a la carga de dos camiones cada minuto. A grandes rasgos, devolvemos a los océanos en forma de plástico la misma cantidad de carbono que les arrebatamos en forma de pesca.
Los macroplásticos son las bolsas, los neumáticos... Luego están los microplásticos, igual de nocivos. Se han encontrado 50.000 partículas en unkilo de arena
La presencia de plásticos es especialmente elevada en el Mediterráneo, en el mar Amarillo y en el de China Oriental. También se han medido valores muy altos en el hielo del Ártico. Por si fuera poco, otra inmensa cantidad de plástico da vueltas en cinco grandes remolinos formados en la superficie de los océanos. En total, unas 300.000 toneladas repartidas por Pacífico, Atlántico e Índico.
Sin embargo, esto no es más que una diminuta fracción de lo que hay en los mares. La mayor parte está en el fondo. Algunos, como el PET y el PVC, son más pesados que el agua y se hunden. Los tipos más ligeros –polietileno o polipropileno– se deshacen en pequeñas partículas, se introducen en algas, moluscos y cangrejos y se hunden más lentamente. Nadie sabe cuánto plástico se mueve en la columna de agua. Probablemente millones de toneladas.
La producción mundial crece a toda velocidad
Entre 1950 y 2015 se produjeron en el mundo unos 8300 millones de toneladas de plástico. Y, como sus moléculas no son biodegradables, buena parte persiste en vertederos, playas, en animales y plantas o almacenado en los sedimentos. En otras palabras: en la Tierra ya hay más masa de plástico que masa animal. Incluso aunque no se fabricara ni un solo gramo más, todavía hay unos 2600 millones de toneladas en uso. Y en algún momento buena parte acabará en el medioambiente.
Aun así, nadie tiene intención de cerrar las fábricas de plástico. Al contrario: la producción crece a toda velocidad. Para 2030 se habrá pasado de los más de 400 millones de toneladas anuales a los cerca de 550 millones. La industria petroquímica de Estados Unidos es la que más apuesta por el crecimiento. La tecnología del fracking suministra gas barato, pero la pujanza de las renovables apunta a un próximo desplome de la demanda de combustibles fósiles. Y el aumento de la producción de plástico debe compensar esa caída. Por eso, las petroquímicas ya invierten miles de millones en plantas de producción de más y más plástico.
Polietileno, polipropileno, poliacrilonitrilo, policloruro de vinilo… Hace cien años, estas moléculas solo se hallaban en laboratorios químicos. Hoy están en todas partes. Los geólogos del futuro se valdrán de su presencia en las rocas para identificar el arranque del Antropoceno, la era en la que el ser humano empezó a dominar los ciclos materiales.
Las petroquímicas quieren impedir una regulación
La amenaza ha hecho que la ONU ponga en marcha un acuerdo internacional sobre el plástico. «El pacto ambiental más importante desde la firma del Acuerdo de París contra el cambio climático», dice el organismo. Reunida en Nairobi el pasado febrero, la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, con 175 países, acordó crear un instrumento vinculante para los estados en la lucha contra la contaminación plástica. Es un gran paso, pero tardará en concretarse. En junio comenzará a trabajar el comité que elaborará un tratado para finales de 2024, momento en que arrancará el proceso de ratificación. Un signo de esperanza es que China, el mayor productor mundial, exige «objetivos ambiciosos y medios para llevarlos a la práctica».
Un indicio del alcance práctico que podría tener un convenio de este tipo es la vehemencia con la que la industria petroquímica quiere impedir la regulación de la producción y trata de dirigir la atención exclusivamente a la contaminación atmosférica. Por otro lado, recalcan la enorme utilidad de los plásticos en campos como, por ejemplo, la medicina. Lo cual es cierto, en ningún otro lugar está más justificada la filosofía del usar y tirar que allí donde la prioridad es prevenir infecciones.
Pero el plástico ha conquistado todos los ámbitos. «Se infiltra en todos lados, es una metástasis», decía Norman Mailer en Harvard Magazine allá por 1983. El escritor hablaba de una enfermedad que afectaba a la sociedad. Hoy, el enfermo es el planeta entero.
Evidentes son los daños causados por la basura visible, los llamados 'macroplásticos': bolsas, neumáticos... Estos a menudo suponen una amenaza letal para los animales. Las tortugas marinas se comen las bolsas porque las confunden con medusas. En Nueva Inglaterra han aparecido ballenas varadas con líneas de pesca hundidas en la piel. Y en las islas Midway, en medio del Pacífico, los albatros alimentan a sus polluelos con tapones de botella, tubitos de plástico y capuchones de bolígrafo.
La amenaza global de los microplásticos
Menos visibles, pero no menos serios, son los efectos nocivos de los microplásticos, que se acumulan en grandes cantidades en los fondos marinos, flotan en las aguas de los océanos: se han llegado a encontrar hasta 50.000 partículas de plástico en un kilo de tierra.
Sus efectos, además, solo se conocen parcialmente. Podrían mejorar la calidad de los suelos ya que reducen su densidad, facilitan la aireación y favorecen así el crecimiento de las raíces, pero, por otro lado, causan graves daños a los animales. Todo apunta a que reducen la fertilidad de caracoles y nemátodos, debilitan su sistema inmunitario y limitan su actividad enzimática. También hacen que lombrices y colémbolos crezcan más despacio y aminoran su vitalidad.
Las especies de animales invasoras se aferran a los fragmentos de plástico, como si fueran un flotador, para viajar a nuevos hábitats y colonizarlos
La ingesta de microplásticos, de hecho, está muy extendida en el reino animal. Muchas criaturas, desde ostras a ballenas, los filtran del agua, mientras que los corales los incorporan a sus organismos. Y también se han encontrado ovillos de fibras plásticas en los estómagos de camarones famélicos.
Otro efecto muy temido es la propagación de especies invasoras. Ya se conocen más de un millar que se aferran a los fragmentos de plástico para, a modo de flotadores, viajar hasta nuevos hábitats. El tsunami de 2011 arrastró 289 especies nativas de Japón hasta las costas de Hawái y América del Norte. La mayoría llegaron a bordo de plásticos.
Junto con el plástico también llegan al medioambiente grandes cantidades de otros elementos utilizados en su producción, como sustancias colorantes, anticorrosivas o ignífugas. Muchas podrían tener efectos tóxicos sobre los animales. Hace un año, un equipo de investigadores estadounidenses identificó como causante de la muerte de numerosos ejemplares de salmón una sustancia procedente de la degradación de un antioxidante usado para fabricar neumáticos.
Acelerar el calentamiento global
El mundo académico también debate acerca del posible efecto de la riada de plástico sobre los ciclos naturales. No es descabellado asumir que la capa que flota en los mares aumente el consumo de oxígeno bajo el agua y favorezca la aparición de las temidas 'zonas de la muerte' frente a las costas. También es factible pensar que la ingesta de partículas debilite la llamada 'bomba de carbono' y, con ello, la capacidad de los mares de captar dióxido de carbono. Y la creciente presencia de plástico en el hielo del Ártico podría reducir su capacidad para reflejar la radiación solar, acelerando así el calentamiento global. Por ahora, son especulaciones, pero es inquietante que la ciencia ya no descarte categóricamente este tipo de efectos.
Así las cosas, la cuestión es: ¿qué posibles soluciones podría haber para la crisis plástica planetaria? Dejar de usarlo no parece estar sobre la mesa, porque el plástico es imprescindible en ámbitos como el de la medicina. En otros casos, el balance ecológico de los productos alternativos naturales no es mucho mejor.
Lo que sí podemos hacer es ahorrarnos mucho plástico. Por ejemplo, en España gran parte de la basura plástica se debe a los envases y nadie niega que se envasa mucho más de lo necesario. Pero la reducción de la basura plástica no resuelve la cuestión de su gestión como residuo. Para ello solo hay una salida: «Tenemos que ver al plástico como un material valioso que se puede volver a emplear. No hay alternativa», dice Katharina Landfester, directora del Instituto Max Planck de Investigación de Polímeros.
Solución: seguir el ejemplo de la naturaleza
El objetivo es una economía circular. Una ayuda en este capítulo podríamos encontrarla en los plásticos biodegradables. Pero hay un problema: los más extendidos son los de ácido poliláctico que, aunque es compostable en determinadas circunstancias, en el mar es tan resistente como el plástico convencional. Dicho esto, en el caso de la mayor parte de los plásticos, la descomposición no es una alternativa, básicamente porque supondría la destrucción de recursos. El objetivo debería ser, más bien, que los residuos de un recurso se conviertan en la materia prima de otro. «Tendríamos que seguir el ejemplo de la naturaleza», dice Katharina Landfester. Precisamente este es el enfoque en el que se basa el Plan de Acción para la Economía Circular, adoptado por la Comisión Europea hace dos años, aunque de momento la realidad es muy diferente.
Hoy por hoy, la mayoría de la basura plástica acaba en las plantas de reciclaje muy mezclada y hay que someterla a un proceso de separación. Además, buena parte de los residuos se clasifican como no reciclables antes de llegar a esa fase, como suele suceder con los llamados 'envases multicapa'. «Los envases de queso son productos de alta tecnología formados por media docena de láminas muy delgadas», dice Matthias Franke, del Instituto Fraunhofer de Tecnologías Medioambientales, de Seguridad y Energía.
Los escáneres infrarrojos permiten separar la basura plástica por tipos de material, pero el nivel final de impurezas aún es elevado. Por otro lado, los colores no son separables. A lo que se suma la presencia de sustancias añadidas en la fabricación que no se pueden eliminar. Otro problema aparece en el proceso de triturado: muchas de las cadenas de polímeros se rompen, lo que reduce su flexibilidad y maleabilidad. El resultado es un producto reciclado con escaso valor para la mayoría de los propósitos. No es apropiado para el envasado de alimentos ni para la medicina. Se usa para hacer cosas como bancos, macetas o pies para vallas de obra. Poco hay aquí de economía circular.
Los expertos esperan una mayor eficiencia del reciclaje químico, en el que se dividen las largas cadenas de polímeros en sus componentes individuales para, a continuación, sintetizar a partir de ellos nuevas moléculas poliméricas. Pero el reciclaje químico todavía se encuentra en pañales. De momento no es competitivo. Y tampoco está todavía claro si el balance ecológico de un proceso tan complejo y que exige tanta energía hace que sea realmente práctico. Esperemos que lo sea, porque la crisis del plástico es un problema de dimensiones planetarias y su resolución exige esfuerzos planetarios. Y lo más rápido posible.
De material milagro al desastre
La historia del plástico comenzó cuando el químico estadounidense Leo Hendrik Baekeland fabricó en 1907 un material novedoso y modelable a partir de los residuos del procesado del carbón. No tardó en percatarse de sus enormes posibilidades.
En adelante, el ser humano ya no dependería más de los materiales procedentes de los mundos animal, mineral y vegetal, aseguraba la General Bakelite Corporation. Con el nuevo material, bautizado como 'baquelita', se abría una puerta «a un cuarto mundo, cuyos límites se encuentran en el infinito».
El plástico no empezó a conquistar los mercados de masas hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Los militares reconocieron enseguida el potencial de los materiales sintéticos. Tras la guerra, la industria química se lanzó a buscar nuevos mercados para sus productos, como el PVC.
Lo que siguió fue uno de los éxitos más espectaculares de la historia de la economía. Para 1983, el consumo de plástico ya había superado al del acero. La gente necesitó unos cuantos años para aprender que los nuevos tiempos implicaban también nuevas reglas. Al principio, se lavaban los platos, vasos y tenedores de plástico para volver a usarlos. Fue la industria de la comida rápida la que les enseñó a verlos como basura. Dado que se podía conseguir plástico en todas partes y a un precio muy bajo, las cosas perdieron su valor.
-
1 ¿Está Gila? Que se ponga: así fue la trágica vida del cómico y así lo ven sus 'herederos'
-
2 El último y desesperado grito del urogallo
-
3 Rommel, el estratega: cómo un general nazi se convirtió en icono de Hollywood
-
4 Pódcast | Ava Gardner y los hombres: alcohol, desprecio, palizas, disparos...
-
5 Disney Channel deja 'huérfana' a una generación…