Historias de la Casa Blanca
Historias de la Casa Blanca
Miércoles, 27 de Marzo 2024
Tiempo de lectura: 7 min
Señor presidente, permítame que me presente. Mi nombre es Elvis Presley...». En el Boeing 747 de American Airlines que volaba entre Los Ángeles y Washington, Elvis escribe aplicadamente, con un bolígrafo azul, sobre el papel de la compañía aérea. Reflexiona, tacha, pone mayúsculas por todas partes. Sus trazos no son siempre legibles.
El contenido de esta carta escrita durante la noche del domingo 20 al lunes 21 de diciembre de 1970 y destinada a Richard Nixon es alucinante.
Su mano derecha, Jerry Schilling, se entera de la existencia de esta misiva justo antes del aterrizaje, pero no se atreve a modificar ni una coma. No sale de su asombro. Elvis, el rebelde de los años cincuenta, habla sobre su inquietud patriótica, fustiga a los hippies, a los rojos y a la contracultura. Explica que los líderes de este movimiento de izquierdas, así como los Panteras Negras y los artistas pop, no lo consideran un enemigo y que eso le permitiría infiltrarse en estos movimientos con facilidad. Asegura ser un experto en productos ilegales. «He estudiado con profundidad las ramificaciones de las redes de la droga y las técnicas de lavado de cerebro de los comunistas. Ocupo una posición central en ese mundo que me permitiría obtener una gran cantidad de información», dice.
En resumen, quiere salvar el mundo libre y, sobre todo, convertirse en un agente autónomo de la Agencia Federal de narcóticos y drogas peligrosas. Schilling cree estar sufriendo una alucinación. Conoce la pasión de su amigo y jefe por las medallas y las insignias de la Policía. Pero, ¿Elvis, miembro del FBI? Al final de la quinta página, Presley ha consignado una decena de números de teléfono en los que se lo puede localizar: los de Graceland y sus casas de Beverly Hills y Palm Springs, y los tres números personales del coronel Parker, su mánager. También ha añadido el de su hotel en Washington, donde se alojará «todo el tiempo que haga falta» bajo el nombre de Jon Burrows en las suites 505, 506 y 507. Cuando baja del avión, Schilling todavía está desorientado. «¿Dónde vamos?», inquiere. La sonrisa llena de sorna del cantante podría bastarle como respuesta. «A la Casa Blanca, por supuesto».
Elvis & Nixon es el título de la película que recuerda estos hechos reales. El lunes 21 de diciembre de 1970, a las siete de la mañana, dentro del coche que se dirige hacia Pennsylvania Avenue, Elvis se acuerda de cómo Priscilla, su esposa, y su padre, Vernon, le han echado la bronca la noche anterior. Su mujer y su progenitor le agobian con reproches. «Tiras el dinero por la ventana», le dicen. Para la última fiesta organizada en Graceland compró 10 Mercedes y 30 armas de fuego para sus invitados. Elvis tiene 35 años. Ha puesto fin a su carrera en Hollywood el año anterior. Y parece haber perdido algo el rumbo, aunque ha regresado con un gran show televisado; ha sacado un LP, From Elvis in Memphis, que ha permanecido en cabeza de las listas de ventas durante veinte semanas; y ha comenzado una larga serie de conciertos en el International Hotel de Las Vegas.
El que se presenta sin previo aviso en el ala norte de la Casa Blanca, con el pelo largo, sortijas y cadenas de oro al cuello, y una gran capa de terciopelo sobre el hombro es un hombre rico y celebérrimo. ¿Es Drácula? No, es el Rey. La carta que él mismo deposita para el Jefe, como llama a Nixon, por lógica debería terminar en una papelera. Pero, contra todo pronóstico, llegará algunas horas más tarde a su destino. Es el 'efecto Presley'.
Dwight Chapin, secretario encargado de la agenda y de los desplazamientos de Nixon, y el consejero Egil Krogh, un fan total de Elvis, se hacen cargo del asunto. A las 10, un memorándum acompañado de la carta llega a la mesa del jefe de gabinete, Bob Haldeman, que tras leerlo escribe algunas palabras con pluma estilográfica al margen: «Esto es una broma, ¿no?».
Nixon se niega a recibirlo Pero se deja convencer. El argumento: Presley, bien utilizado, puede ser muy útil al presidente en la gran campaña antidroga que acaba de lanzar. Haldeman traza entonces una 'A' sobre el memorándum: Aprobado. Chapin y Krogh se dirigen con presteza hacia el Despacho Oval, proponen a Nixon que reciba a Elvis ese mismo día sobre las 12.30 horas, durante la pausa que suele aprovechar para dormir una corta siesta. Primera reacción del Boss: «¿Quién es el imbécil que ha organizado esto?». Su negativa es categórica. Pero ¿por qué acabar recibiéndolo? ¿Qué ocurre a continuación?
La tesis de la película: la hija pequeña del presidente, Julie Nixon, es informada de la petición de Elvis y quiere una foto dedicada, así que llama a su padre para rogárselo. Jerry Schilling y Egil Krogh fueron los asesores técnicos de la película. ¿Es suya esta tesis? Oficialmente es el poder de persuasión de los hombres en la sombra del presidente lo que consiguió el objetivo. No en vano Elvis Presley acababa de ser elegido de nuevo como una de las diez personalidades más influyentes del país. Nixon protesta, pero cede. Concede cinco minutos de entrevista, ni uno más. La película cuenta la llegada de Elvis al ala oeste de la Casa Blanca, acompañado de Schilling y de Sonny West, uno de los hombres para todo de la 'mafia de Memphis'.
Los precede una secretaria: «Señor Presley, la Casa Blanca es preciosa, ¿verdad?». Y él responde: «Sí, se parece a mi casa». En la película el cantante ha traído su colección de insignias, fotos de su familia y un regalo que atraviesa con dificultad el arco de los servicios secretos: un Colt 45 de la Segunda Guerra Mundial con varias balas de plata en un cofre de madera preciosa. El Rey y el Jefe se llevan 22 años y entre ellos media un mundo. El encuentro de dos egos sobredimensionados opuestos en todo tiene lugar, sin embargo. Krogh lo recuerda muy bien: «Yo tenía las manos heladas».
El Jefe no es un tipo relajado y con encanto personal, no le gustan las celebridades ni la publicidad. A mitad de su primer mandato, Richard Nixon, el conservador, se presenta a sí mismo como garantía de estabilidad y una muralla contra el avance de la contracultura, las revueltas y las manifestaciones que proclaman la desobediencia civil, el sexo libre y que se oponen a la guerra de Vietnam. Trescientos estadounidenses mueren cada semana en esa época. Nixon es un hombre austero, duro, discreto, lleno de complejos. Nunca está relajado. Incluso en la intimidad de su casa lleva chaqueta y corbata. Ninguno de sus amigos lo llama nunca por su nombre de pila. La cita entre ambos personajes roza el absurdo.
La entrevista arranca con una sesión de fotos memorable. Los negativos de Nixon y de Elvis, archivados por la Casa Blanca, son aún hoy los más consultados. Y tras las fotos, nada más. Ningún testigo, ninguna grabación.
La entrevista se eterniza. La película se interna en ese espacio en blanco. Los dos hombres mordisquean M&Ms y beben coca-cola. Hablan de Woodstock, el gran concierto hippy de 1969. «Una excusa más para ponerse en bolas», dice Elvis. Fustiga a los periodistas y a los Beatles y critica el antiamericanismo de John Lennon, al que, sin embargo, recibió en su casa. Entre ellos se establece una corriente de complicidad. Nixon y Presley tienen los mismos orígenes: uno es hijo de un tendero; el otro, de un aparcero. «Los dos hemos salido de la nada», confiesan.
Sobre todo, son dos patriotas. Nixon sirvió en la Marina durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que la incorporación al Ejército de Elvis, el 24 de marzo de 1958, para cumplir sus dos años de servicio militar en Alemania, fue un acontecimiento mediático, al igual que sus declaraciones: «El Ejército puede hacer conmigo lo que quiera». El comandante segundo y el sargento tienen en común un terror absoluto hacia la destrucción de la sociedad americana. Ante la insistencia de su interlocutor, Nixon hace promesas y Elvis obtiene finalmente su placa. ¿J. Edgar Hoover, director del FBI, está al corriente de esa entrega? Tiene un informe de 683 páginas sobre Presley.
Su comportamiento en el escenario, calificado de «striptease sin quitarse la ropa», sus movimientos de cadera, la histeria que desencadena en los jóvenes de ambos sexos, todo está consignado en los informes. En algunos se lo califica incluso como «peligro para la seguridad de Estados Unidos». La afición del Rey por las armas y su adicción a los medicamentos son un secreto a voces. Pero nadie parece tenerlo en cuenta. Las malas lenguas dirán que Presley necesitaba una placa del FBI para circular sin cortapisas con sus armas y sus medicamentos.
Cuatro años más tarde, al tiempo que la salud de Elvis se deteriora, la guillotina política cae sobre Nixon con el asunto Watergate. Chapin, Krogh y Haldeman son procesados, Richard Nixon dimite. El Jefe y el Rey. Dos caídas vertiginosas. Pero mientras que el primero se ha convertido en el hombre más odiado de América, Elvis Presley, inventor del rock’n’roll y agente federal autónomo, seguirá siendo objeto de devoción.