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Jorge Drexler La confesión «Estoy hablando contigo de cosas de las que no he hablado nunca»

Viene de arrasar en los Grammy Latinos, superando a iconos mundiales como Rosalía y Bad Bunny. Nada que altere a este uruguayo, primer músico ganador de un Oscar cantando en español. A sus 58 años, ha hecho bandera de la confesión convertida en canción íntima y personal. El mismo camino que recorre en esta entrevista.

Por Fernando Goitia / Fotografía: Carlos Luján

Viernes, 06 de Enero 2023

Tiempo de lectura: 18 min

A  Jorge Drexler le gustan los silencios y las minifaldas, Gardel, el pelo largo, la lealtad, la tristeza, las palabritas, las palabrotas... Todo aquello de lo cual –escribió Mario Benedetti– una dictadura privó a los uruguayos entre 1973 y 1985. Drexler tenía 8 años cuando la democracia se suspendió en su país; 20 el día en que la recuperó. Una década represiva que marcó su formación, su vida y, por supuesto, su música.

Ha sido la suya, quizá por ello, una trayectoria a la chita callando. Ni siquiera un Oscar, en 2005, propulsó las ventas de sus discos. Tiene 15 ya, y el último, Tinta y tiempo, obra de melodías que se apoderan sin prisa pero tenaces de tu cerebro, lo ha convertido en inesperado triunfador del año. Lo certifican los siete Grammy Latinos que conquistó hace semanas; más que la ubicua Rosalía (cuatro) y, sobre todo, que Bad Bunny (cinco), vigente líder del mercado musical y autor del primer álbum íntegro en español que es número uno en Estados Unidos.

Nieto de un judío que huyó de los nazis, este uruguayo de 58 años que fue médico antes de entregarse a la música asimila su triunfo con naturalidad. De ello habla en esta entrevista con XLSemanal y también de identidad, ciencia, masculinidad, fútbol, religión o de su inminente concierto (28 de enero) en el Wizink Center madrileño, el más ambicioso de los que ha dado nunca en España.

XLSemanal. Entre tanto reguetón y ritmos urbanos, ¿cómo es posible que gane usted siete Grammy?

Jorge Drexler. Ni idea. No sé en que pensaron los miembros de la Academia Latina de la Grabación, pero estoy encantado. Los premios, de todos modos, son tan subjetivos como los propios gustos musicales. La única medida cuantitativa son las ventas y el streaming, ámbitos en los que no destaco precisamente [se ríe]. Solo queda agradecer que los miembros de la Academia tengan un criterio tan misterioso.

XL. ¿Le pasó por la cabeza ganar?

J.D. Para nada. Es más, confieso que iba avergonzado de competir contra Un verano sin ti y Motomami. Admiro a Bud Bunny y a Rosalía y me parece delirante que Tinta y tiempo se impusiera al disco más escuchado del año.

'Poco después de recibir el Oscar todo se truncó. Empecé a separarme, con un hijo, y caí en un gran pozo'

XL. Usted lo dice: «Soy un pésimo vendedor de discos». ¿Cómo se las ha apañado para publicar 15?

J.D. Quizá porque la discográfica me respetaba como autor ya que me grababa canciones todo el mundo: Neneh Cherry, Ketama, Ana Torroja, Rosario... Así que me decían: «Tú haz lo que quieras». Siempre gocé de libertad total e hice discos como Frontera [de 1999], con unos productores de thrash metal y electrónica que no me lo creía ni yo. Y así hasta que ya fui demasiado mayor y con suficiente discografía como para que me dijeran qué tenía que hacer.

XL. ¿Sentía, por otro lado, que nadie entendía lo que hacía?

J.D. Eso siempre [se ríe]. Y los primeros mis padres porque lo dejé todo y se armó un lío tremendo en mi familia.

XL. Se refiere a cuando dejó la medicina...

J.D. Es que soy el hijo mayor y tenía un puesto muy codiciado en la clínica de mis padres, ambos médicos. Imagínate, ¡que mi viejo presidía la Sociedad de Otorrinolaringología del Uruguay! Mi vida estaba resuelta y, con seis años de experiencia quirúrgica, pasé de operar a compartir piso en Madrid con ocho uruguayos.

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Grabar y tocar. Arriba, Drexler con 41 años, en la portada de su disco Eco2, de 2005. Ahora arrasa con Tinta y tiempo, su decimoquinto álbum de studio y ganador de 7 Grammy Latinos en 2022. Lo presentará el 28 de enero en el WiZink Center de Madrid.

XL. No es por nada, pero a mi me parece una crisis familiar de lo más comprensible...

J.D. [Se ríe]. Lo sé. Pero tenía tan asumido el conflicto vocacional y lo de dedicarme a la música que no pensé en nada más.

XL. ¿Acabaron entendiéndolo?

J.D. Sí, al verme feliz. Saqué cuatro discos que fracasaron –Vaivén, Llueve, Frontera y Sea–, pero era feliz. Cobraba derechos de autor y, con un Renault Clio con 400.000 kilómetros que me compré, fui tocando en garitos de canción de autor por toda España. Y ahí mis padres dijeron: «Tú sabrás lo que haces con tu vida, pero te vemos bien». A veces, basta con mirar de cerca a alguien para entenderlo.

XL. ¿Nunca echó de menos la medicina?

J.D. Jamás. La práctica médica requiere de una vocación de servicio que yo no tengo. Y lo supe reconocer a tiempo... ¡Por suerte! Ahora bien, la medicina es una profesión maravillosa y gracias a ella accedí a la ciencia y me ha ayudado a entender mejor el mundo.

XL. Y ejerció durante años. ¿Cómo convivió con ese 'conflicto vocacional'?

J.D. Primero me tomé un año sabático: viajé, volví a la música y comencé a escribir. Luego terminé Medicina y trabajé con mis padres, pero también saqué dos discos y teloneé a Caetano Veloso y a Sabina, que me invitó a España. Vine de vacaciones, por un mes, y al poco me enamoré de la que sería madre de mi primer hijo y me encargaron canciones Víctor Manuel, Pablo Milanés, Miguel Ríos, Ana Belén... Así que llamé a mis padres: «Oye, que me quedo un tiempito más... Y, bueno, a lo mejor no vuelvo». Y aquí sigo [se ríe].

'Mi padre huyó de la Alemania nazi. Nada se compara a eso. Pero yo crecí en una dictadura y mi formación social, sexual y psicológica tuvo lugar en un país donde todo estaba prohibido'

XL. Dice que 'volvió' a la música. ¿Cuándo empezó entonces?

J.D. Con 5 años. Yo se lo debo todo a una vecina, profesora de piano, que fue como una abuela adoptiva para mí. Me vio un día jugando con el teclado y le dijo a mi madre: «El niño tiene oído y quiere tocar». Ella tenía una hija presa por pertenencia a los Tupamaros, antes de la dictadura, y sufría una gran soledad. Quizá por eso me acogió.

XL. ¿Cómo afectó la dictadura a su vocación musical?

J.D. Yo creo que la acentuó porque todo estaba prohibido. Piensa que toda la gente de nuestro círculo, de izquierdas, huyó del país y mi vida era mi familia y unos pocos amigos médicos. Salvo mi vecina, no conocí a un solo músico hasta la adolescencia. Tan grande fue el impacto cuando conocí a uno, con 16 años, que al principio sentí como un enamoramiento. Para que veas mi grado de incultura y aislamiento, escuchaba a la banda en la calle y salía corriendo. Tocaban música militar, claro, pero yo alucinaba: «¡Guau, un trombón! ¡Guau, una tuba!» [se ríe].

XL. ¿Qué canciones recuerda?

J.D. Pocas. La que más: Un millón de amigos, de Roberto Carlos. Fue determinante para mí. Un día vi en la tele a un señor, no recuerdo quien era, tocando el piano y cantando a la vez y aluciné. Le pedí a mi vecina que me enseñara a hacer eso y me respondió que ella no sabía, pero me consiguió esa partitura, con la melodía en la mano derecha. Me obsesionó tanto que su secuencia de cuatro acordes ha sido la base del ochenta por ciento de mis canciones. Me ha acompañado toda la vida.

XL. Ante la escasez, exprimía todo lo que se le ponía a tiro...

J.D. Claro, es un reflejo de haber crecido en total aislamiento musical. The first cut is the deepest [el primer corte es el más profundo], cantaba Cat Stevens. Yo tenía hambre de música y en cuanto hallé una semilla armé un jardín con una sola planta. Y luego, a principios de los 70, conocí a los Beatles en el cine del barrio, donde mis padres nos dejaban a los tres hermanos tardes enteras...

XL. ¿Los dejaban solos en el cine?

J.D. Sí, no entendí por qué hasta años después... Buscaban intimidad, ya sabes [se ríe]. El caso es que vi A hard day's night y fui corriendo a casa: «¡Papá, papá! Vi un grupo que canta unas canciones increíbles y las chicas corren tras ellos y esquían y, y...». Cogió su magnetófono Uher de bobina abierta y me puso una selección que él tenía de Revolver y With the Beatles. Fue mi siguiente obsesión. Mis padres me trajeron de Alemania un libro con acordes de las canciones que guardo hasta hoy.

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Vengarse con elegancia. Drexler recibió en 2005 un Oscar a la mejor canción original por Al otro lado del río, incluida en la película Diarios de motocicleta. Pese a ello, no le dejaron interpretarla en la gala por ser poco conocido (lo hizo Antonio Banderas por él) y se 'vengó' cantándola a capela al recibir la célebre estatuilla.FOTO: GETTY IMAGES

XL. Su música es abierta, ecléctica, bebe de muchas fuentes. ¿Le viene de esa obsesión por absorberlo todo?

J.D. Sí, pero nunca llego a un estilo o a un género por probar, sino desde la integración, por vinculación emocional; nunca desde la yuxtaposición. Por ejemplo, Bolivia, del disco Bailando en la cueva, es un aire de cumbia con música del altiplano al que llegué para agradecer a ese país que acogiera a mi familia. Porque, en 1938, las cancillerías latinoamericanas acordaron, en una vergonzosa conferencia en Lima, no dar visados a judíos. No querían enemistarse con Hitler. Pero Bolivia no firmó, y luego declaró la guerra a Alemania. ¡Bolivia!

XL. Porque su padre nació en la Alemania nazi…

J.D. Sí, en Berlín, en 1935. Y como muchas familias originarias de Ucrania y Polonia, adoptaron un apellido alemán para integrarse. Pasaba mucho. Antes el apellido era otro. Se fueron justo en el 39. Muy justo. Después de la noche de los cristales rotos... Y es curioso porque, pese al odio, las leyes racistas, la persecución, el vivir escondidos y todo lo que les hicieron pasar, mi abuelo, como muchos otros judíos alemanes, nunca dejó de sentirse muy alemán.

XL. Muchas familias bloquean ese tipo de recuerdos. ¿Quién le contó esas historias?

J.D. Mi padre. Porque mis abuelos, como dices, no hablaban de ello. Editó un libro y ha compensado con creces ese silencio. A sus 86 años, su misión es contar esa historia. Siente que el mundo olvida con facilidad. Pero bueno, como decía Borges sobre un personaje: «Le tocaron tiempos difíciles para vivir... Como a todo hombre» [se ríe].

XL. Sus tiempos no han sido tan difíciles como aquellos…

J.D. Nada se compara a lo que ellos vivieron; y eso que pudieron huir de Alemania, que muchos no tuvieron esa suerte... Yo, de todos modos, crecí bajo una dictadura. Y eso marca. Mi formación personal, social, sexual, política y psicológica tuvo lugar en un país donde todo estaba prohibido.

XL. ¿Como De lo prohibido, el poema de Benedetti?

J.D. Es muy real. Las minifaldas y el pelo largo, dice. Y así era. La Secundaria era un régimen militar. Si el pelo tocaba el cuello de la camisa, te lo cortaban allí mismo; las faldas debían cubrir la rótula... ¡Ni siquiera se podía bailar! Yo empecé con 40. Hice el disco Bailar en la cueva para quitarme la dictadura de las articulaciones [se ríe].

'Cuando llega el Mundial mis hijos se preocupan: '¿qué le pasa a papá?'. En el Río de la Plata, el fútbol genera un grado de psicosis especialmente elevado'

XL. ¿Tuvo una infancia politizada?

J.D. Mucho. La política lo regía todo. Yo, con 6 años, anduve haciendo pintadas del Frente Amplio, el partido de la familia. Odiabas a tus vecinos por ser de otro partido.

XL. Hoy, Uruguay es una isla de estabilidad en América Latina. ¿Aprendieron las lecciones?

J.D. Eso parece porque el clima político es una excepción en la región. Somos el único país donde no domina la crispación. Los relevos presidenciales se producen con normalidad, hay diálogo y la sociedad no está fragmentada como en Argentina, Brasil, Venezuela, Perú, Colombia, México, Nicaragua... Incluso España.

XL. ¿Está en peligro la idea de que un país es un hogar común?

J.D. Tal cual. La humanidad conoce bien el peligro de subrayar las propias preferencias en oposición a los demás... Los políticos que alimentan la división y el odio deberían reflexionar. Por suerte, Uruguay tiene una tradición democrática muy sólida, porque es un país pragmático y racional.

XL. Hasta que llega el fútbol...

J.D. Ah, sí, ahí nos volvemos locos. Cuando vienen los mundiales, mis hijos se preocupan: «¿Qué le pasa a papá?» [se ríe]. En el Río de la Plata, el fútbol genera un grado de psicosis especialmente elevado.

XL. El fútbol, me temo, nubla la razón en todas partes...

J.D. Pues sí, pero en estos países es de las pocas alegrías que hay entre largos y acumulativos periodos de tristeza. Algo a lo que agarrarse.

XL. Y usted ¿a qué se agarra?

J.D. A mi herencia familiar. La de mis abuelos paternos: «El mundo es imprevisible, así que estate preparado, diversifica y cambia de país si es preciso». Y la de los maternos, maestros que trabajaron para la Unesco por Latinoamérica en educación rural: «Iberoamérica es tuya». Lo que incluye, por supuesto, a Brasil. Ese es mi gran regalo.

XL. ¿Es su antídoto contra el desarraigo?

J.D. Sí, porque le he perdido sentido a tener una pertenencia única. Y cuanto más viajo, más cuestiono el arraigo a un solo país porque no hay pueblo que no se crea elegido y mejor que los demás. Esa idea, que proviene del nacionalismo exacerbado, es muy nociva porque impide el entendimiento y la empatía. De algún modo, el mundo se dirime hoy en una disyuntiva entre la empatía y la no empatía.

XL. ¿Es una alusión a la invasión rusa de Ucrania?

J.D. Bueno, ese es un claro ejemplo de un pueblo que se atribuye derechos sobre otro. Anexionarse un territorio hoy es anacrónico. Es una guerra lanzada, como tantas otras, para distraer la atención de un fracaso nacional.

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Tres veces papá. Drexler es padre de tres hijos: Pablo, el mayor, de su primer matrimonio con la cantante Ana Laan; y Luca y Leah, con la actriz y cantante Leonor Watling (en la foto).

XL. ¿Siente que apreciamos el momento que vivimos: los avances en respeto a los demás, educación...?

J.D. Es evidente que no, pero en muchos países hoy consideramos iguales a personas con ideología y sexualidad diferentes a las nuestras. Y eso nunca había pasado. Es vital exponer las carencias, pero honremos las conquistas de las mujeres o las del colectivo LGTBIQ+.

XL. ¿Se siente cómodo ante la llamada 'nueva masculinidad'?

J.D. Yo sí, pero hay hombres muy confusos porque el paradigma del macho alfa en el que nos criamos va quedando, por suerte, atrás. Yo pertenezco a la primera generación de mi familia que ha cambiado pañales, pero a nuestros padres ni se les pasaba por la cabeza. Y creo que el ingreso de la mujer a todos los espacios de la sociedad es el proceso sociológico más importante que he visto en mis 58 años.

XL. Hablando de masculinidad, ¿qué momento de los Oscar le parece más lamentable: que no le dejaran cantar en 2005 o la bofetada de Will Smith a Chris Rock?

J.D. La bofetada, sin duda. Lo que hizo Will Smith es un ejemplo de ese paradigma del cual quedan aún muchos representantes sueltos por ahí. En cuanto a lo de cantar, es una minucia y me calmé en cuanto entendí la situación.

XL. ¿Que era usted un don nadie para los americanos?

J.D. Tal cual [carcajadas]. Me lo dejó claro el productor de la gala: «Te felicito y admiro tu valentía al pedirme que te deje cantar, pero no es posible, aquí nadie te conoce». Entendí que una cosa es la Academia y otra el espectáculo. Los de la televisión daban por sentado que nominarían a Mick Jagger por Old habits die hard, la canción de Alfie, Globo de Oro ese año. Pero, en su lugar, me nominan a mí... Enfurecieron. Exigieron un recuento. Todos los nominados eran conocidos, menos yo. Y eso era un problema gordo ante la audiencia.

XL. ¿Se planteó rechazar la nominación?

J.D. Ni loco, pero el lobby latino dijo que me retirara ante semejante humillación. «No, miren, nunca me dieron un premio ni me nominaron a nada. ¡Y esto son los Oscar! No dejaré pasar esta oportunidad».

XL. Ganó la estatuilla, pero no parece que le abriera muchas puertas en Estados Unidos. ¿Aprovechó realmente la oportunidad?

J.D. La verdad es que no [se ríe]. Tuve esa idea, no creas: mudarme a Los Ángeles, Miami o Nueva York, aprovechar el impulso para hacer un gran crossover hacia el mundo latino y crear un disco con infraestructura, festivo y demás, pero al cabo de unos meses comencé a separarme de mi mujer, con un hijo, y todo se truncó. Me quedé en España.

XL. ¿Guarda algún tipo de resquemor?

J.D. Al contrario. Te diré que el siguiente, 12 segundos de oscuridad, es el disco del que más orgulloso estoy. Vivía el año más triste de mi vida, bordeé la depresión, estuve en tratamiento, caí en un gran pozo... ¡Y con 40 años! Fue una crisis de libro. Y en lugar de fiesta latina escribí un disco de canciones tan duras y amargas que ni siquiera conseguía tocarlas en vivo. Cuando vi que mi matrimonio se iba al garete me concentré en escribir desde lo más profundo de mi ser.

XL. ¿Está orgulloso de ese disco porque lo ayudó a superar la crisis?

J.D. Muchísimo, fue terapia. Como dice Caetano Veloso: «Escribir una canción nunca fue tan necesario». Estaba fatal, escribía y salía a flote por unos días; volvía a caer, escribía de nuevo y mejoraba... Nunca me había pasado en ese grado. No vendí nada, claro, pero reforzó mi idea de mantener una carrera basada en lo confesional y en la verdad personal. Y 18 años después aquí estoy, en una circunstancia tan linda que sigo haciendo lo que quiero y lo que me gusta.

'Cuanto más viajo, más cuestiono el arraigo a un solo país porque no hay pueblo que no se crea el elegido y mejor que los demás'

XL. Tras la crisis se enamoró de Leonor Watling, tuvo dos hijos...

J.D. Así es, Amar la trama, de 2010, fue un disco de enamoramiento de Madrid, de entrar en una nueva relación, de ser padre otra vez, de reconducir mi vida; esa secuencia fue un proceso importante para mí... Porque yo no quería separarme. Y tocar fondo, conocer a otra persona y levantarme fue conflictivo... Quiero dejar claro que me separé primero y conocí a mi pareja después, porque hubo quien pensó que... En fin, estoy hablando contigo de cosas de las que no he hablado nunca.

XL. ¿Hay peligro de hacer daño u ofender a alguien?

J.D. Ya no. Los protagonistas de esa historia están todos reconciliados y el tiempo curó las heridas. Ya puedo mirar a ese momento con distancia y alivio.

XL. ¿Escribir sobre lo que uno vive y siente hace a un artista más autentico?

J.D. No estoy seguro. A mí me funciona, pero mi amigo Elvis Costello crea mundos sin conexión directa con su vida y es un genio.

XL. ¿No proviene toda ficción de algún tipo de sustrato personal?

J.D. Claro, cada cual crea un tipo distinto de historias porque somos personas distintas, pero no hablar de ti te da más libertad creativa. Es una esclavitud escribir sobre lo que vivo; tengo un abanico muy limitado de estados de ánimo porque todo parte de mi experiencia, pero no lo puedo evitar. Y lo digo con pena, porque me gustaría ser capaz de escribir de cualquier cosa, meterme en la cabeza de otro y hablar desde ahí. Aspiro a alcanzar ese grado de libertad.

XL. Tocarte, ganadora del Grammy Latino a canción del año y grabada con C. Tangana, va en esa dirección, ¿no?

J.D. Totalmente. Tocarte camina por esa senda porque está escrita desde fuera del personaje. Tiene un esquema propio del trap, que no es lo mío: versos muy cortos con monorrimas en asonante y palabras que yo, como que no... Pero trabajar con Pucho [así se refiere a C. Tangana], fue liberador. La grabamos en junio de 2020 y fue lo primero que escribí para Tinta y tiempo. Fue mucho antes de hacer con él Nominao y Hong Kong, de su disco El madrileño.

XL. Pero es una isla en el disco...

J.D. Es cierto. Inicié con ella un camino, pero me bloqueé y pasó dos años en un cajón porque no sabía qué hacer con ella. Cuando todo se volvió a cerrar y vino la segunda ola, tras el verano, me entró el agobio y el bajón. Esa canción marcaba una nueva dirección que la pandemia truncó y regresé a mis canciones autobiográficas. Al final quedó coherente, pero llegué a pensar que no salía.

XL. Imagino que le enseñaría la canción a sus íntimos o a sus compañía. ¿Cómo reaccionaron? 

J.D. Mal, muy mal [carcajadas]. Para la gente Pucho era un trapero. Ya era algo conocido por Ídolo, su disco de 2017, pero no era todavía el fenómeno que es hoySe la mostraba a mis amigos y se horrorizaban. Una de mis mejores amigas me dijo: «¿Pero qué estás haciendo, Jorge? ¿Estás seguro? Es que esto no eres tú». Así que, entre una cosa y otra, me asusté y regresé a lo mío.

XL. ¿Se siente cómodo en el mundo de la música, tan poblado de prejuicios, de delimitaciones, de géneros?

J.D. En realidad, eso es algo muy de España, que es un país muy compartimentado. Creo que Pucho y Rosalía han hecho mucho por romper con todo eso. O Sabina, que borró en su día los límites entre la canción de autor y el rock. La existencia de todos ellos es algo milagroso en España.

XL. Las críticas les suelen llegar, precisamente, por juntar demasiadas cosas.

J.D. Sí, la célebre «apropiación cultural». Cuando uno se quiere enfadar con alguien busca cualquier excusa para enfadarse y atacar. Sobre todo, ahora con esto de Twitter. Pero es que toda cultura es en si misma apropiación. Todo viene de otro lado. Y es por eso un patrimonio de todos los seres humanos. Prefiero no detenerme mucho en eso porque hay un fascismo detrás muy perturbador que no consigo entender.

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Regalar canciones. Drexler posa para XLSemanal en las oficinas de su discográfica, en Madrid. El músico uruguayo ha compuesto canciones para artistas como Mercedes Sosa, Maria Rita, Pablo Milanés, Neneh Cherry, Shakira, Adriana Varela, Bajofondo Tango Club...

XL. En otra canción del disco: ¡Oh, algoritmo!, recurre a la ironía. Otra novedad en su catálogo.

J.D. Sí. Porque la ironía también es salir de ti. Me pongo en la piel de alguien que deja que el algoritmo decida por él.

XL. ¿Es una advertencia?

J.D. Sí, pero esto de los algoritmos no es nuevo. Como única especie consciente de su propia finitud, los humanos sabemos que nos podemos equivocar y, muchas veces, dejamos que decidan por nosotros. Es la base de las religiones, que aspiran a regular detalles minuciosos de nuestra vida cotidiana, gastronómica y sexual. Y lo aceptamos en busca de protección de una entidad superior. Algo que, ojo, proporciona índices de felicidad muy elevados. Si no te cuestionas nada y dejas que los dogmas y convenciones decidan por ti, eres, aparentemente, más feliz.

XL. ¿Y atribuye a los algoritmos esa misma capacidad?

J.D. Totalmente. El algoritmo es un oráculo fiable que toma decisiones con datos tangibles. Dejamos que decida como si nos conociera, pero no nos conoce en absoluto, porque ignora nuestros estados emocionales... De momento.

XL. Y usted, ¿es feliz?

J.D. Yo estoy muy bien. No sé si es felicidad, pero gozo de buenas dosis de armonía personal. Algo parecido a lo que Espinosa decía sobre la epifanía a través de la razón. Cada uno hace lo que puede y, aunque soy una persona con un lado muy racional, disfruto mucho cuando consigo sentir o producir una emoción.

XL. Y para terminar, hábleme de su inminente concierto en el Wizink Center de Madrid.

J.D. Claro. Es un gran desafío, porque nunca he tocado en un local tan grande aquí. Porque en América Latina sí, muchos ya. Llevo una banda muy rodada, con más de 40 shows juntos, y lo que siempre busco es, pese a las dimensiones, no perder intimidad. Y, mira, una cosa positiva de los Grammy es que han animado la venta de entradas. Si te parece, allí nos vemos.