Vivir con dolor de cabeza todos los días del mes: «Tuve que dejar mi trabajo por la migraña»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Inmaculada Martín, paciente de migraña.
Inmaculada Martín, paciente de migraña.

Inmaculada Martín, una paciente de 54 años, cuenta el periplo médico que tuvo que pasar para ser diagnosticada hace dos décadas: visitó a un oftalmólogo antes que a un neurólogo

31 oct 2023 . Actualizado a las 17:58 h.

La migraña es una enfermedad de sexo femenino. Si bien es cierto que los hombres también la padecen (de hecho, se piensa que podrían estar infradiagnosticados por no consultar ante su dolor de cabeza), las mujeres representan el 80 % de los casos. El abanico de edad al que se suele presentar también es de sobra conocido: la mediana edad, entre los 20 y los 50 años. Un problema que coincide en el tiempo con una situación de alta productividad laboral y desarrollo familiar. La realidad se sigue describiendo con las consultas que llegan a la especialidad de neurología. Del total de las primeras visitas, el 75 % de pacientes pertenece a la población femenina, y la mayoría (el 66 %) tiene antecedentes familiares. 

Cada uno de estos rasgos se cumplen en la historia de Inmaculada Martín, una sevillana de 54 años que desde hace dos décadas tiene a la migraña de acompañante. Está casada, tiene dos hijas y su vida «fue interrumpida por culpa de esta enfermedad», que empezó a manifestarse a partir de su segundo embarazo, cuando el tránsito entre especialistas se convirtió en una constante. «Me aparecieron unos dolores muy fuertes de cabeza, de tipo pulsátil e incapacitante», recuerda.

Si llegaban, no tenía otra opción que esconderse. Que anular su vida. «La gente me preguntaba qué me pasaba, pero no podía escucharles de lo que me dolía». Cerraba los ojos, con fuerza, «porque sentía que se me querían salir de las órbitas». Su día a día cambió, también el de sus seres queridos, que son los otros afectados por esta enfermedad. Cualquier estímulo era suficiente como molestia: la luz, los olores, el ruido y hasta una colonia. «Ni siquiera podía ir al cine». 

Su periplo médico comenzó por el de cabecera. «Me dijo que podía ser estrés porque no dormía bien. Es cierto que no descansaba, pero era porque los dolores de cabeza me impedían conciliar el sueño», explica. Inmaculada lamenta la falta de comprensión que había de la enfermedad hace 20 años, ni siquiera su médico puso encima de la mesa la posibilidad de una migraña. «Después de tantas visitas, me dijo que como me dolían los ojos, me iba a mandar al oftalmólogo». Salió igual que entró. «No tenía nada». También pasó por el odontólogo, «porque mi médico me dijo que podía ser cosa de la boca». De nuevo, sin solución y también sin esperanza. «No tuve ninguna mejora durante años en los que viví con dolores». 

A la vez que visitaba especialistas, mientras padecía migraña todas las semanas, Inmaculada tenía que trabajar. O al menos, intentarlo. «El dolor estaba los 30 días al mes, todas las semanas había crisis. Acudir a mi puesto laboral en estas condiciones era imposible». Pidió la baja en repetidas ocasiones, pero nunca se la concedieron. «Mis compañeros me veían tan mal y yo no sabía cómo explicarles lo que me ocurría», dice. Llegó a mentir para no presentarse, a decir que su coche se había estropeado, porque le daba vergüenza no saber explicarlo de otra forma. «Al final, dejé mi trabajo porque no me parecía justo que mis compañeros se tuvieran que repartir mis tareas. No era razonable», cuenta. 

El impacto no solo se reflejó en su empleo, sino también en las experiencias personales y familiares. De su larga lista, una le duele con especial inquina: «Lo más importante fue la graduación de mi hija mayor. Era en Alemania, viajé hasta allí, pero cuando estábamos a punto de salir, tuve que encerrarme en el hotel y no pude ir», cuenta. 

Tienes un cerebro migrañoso

Desesperada, decidió acudir otra vez a su médico de cabecera para pedir cita con Neurología. «Todos pensábamos que tenía un tumor. Tardé unos 8 o 9 meses en llegar. Comencé un tratamiento preventivo y, al menos, dejé de tener dolores permanentes. Las crisis aminoraron, pero la medicación me hacía sentir fatiga y cansancio». El efecto tampoco duró demasiado, su dolor desarrolló una especie de resistencia. «En una de las muchas veces que fui a Urgencias, me hicieron un TAC para ver qué tenía, porque llevaba allí cuatro horas con tratamiento y la crisis no se reducía», precisa.

Y así, casi sin buscarlo, llegó su diagnóstico: un cerebro migrañoso. A partir de aquí, fue cuestión de coser y cantar (si se compara con lo anterior, claro). Ponerle nombre a sus dolores le permitió acudir a la Unidad de Cefaleas del Hospital Virgen del Rocío, de Sevilla, en la que le recomendaron el uso de los anticuerpos monoclonales. «Supuso un antes y un después en mi vida personal, laboral y social. Ahora trabajo, voy al cine, a la playa y espero no perderme la graduación de mi segunda hija, que será el próximo año», dice en referencia a «dos últimos maravillosos años». 

«Hay que visibilizar la migraña para que sea percibida como lo que es, una enfermedad neurológica»

Inmaculada Martín es secretaria de la junta directiva de Aemice. Conoce muchas historias y, en la mayoría, denuncia una falta de compresión. «La migraña es una enfermedad invisible, no se ve. La sociedad la banaliza porque la considera un dolor de cabeza normal», asegura. Por ello, reivindica una mayor concienciación entre la población: «Hay que visibilizar la migraña para que sea percibida como lo que es, una enfermedad neurológica, y para que los organismos públicos la reconozcan como una patología crónica y discapacitante, y doten de protección social a sus pacientes». 

La pareja de la persona con migraña presenta niveles más altos de ansiedad que la población general

«Mil millones de personas en todo el mundo tienen migraña», apunta la doctora Carmen González Oria, coordinadora del Plan Andaluz de Cefaleas y Jefa de Sección de Neurología en el Hospital Virgen del Rocío, de Sevilla, «se erige como la segunda causa de discapacidad en todo el mundo y como la primera entre mujeres jóvenes», añade.

El dolor de cabeza, si bien es el más famoso, no es el único síntoma. Los primeros comienzan unas horas o días antes. «El paciente puede tener irritabilidad, aumento de las ganas de orinar, bostezos, dificultad en el habla y la lectura, para dormir o hasta náuseas», describe la experta.

De cinco a sesenta minutos antes del ataque, el aura puede hacer acto de presencia. «Aquí vienen los trastornos visuales, la pérdida temporal de la visión o el entumecimiento y hormigueo en las partes del cuerpo», destaca. El ataque, que puede durar de cuatro a 72 horas, se manifiesta con «palpitaciones, perforación, sensación ardiente, de un picahielo en la cabeza, vómitos, mareos, insomnio, ansiedad, sensibilidad a la luz, a los olores, o al sonido o dolor y rigidez en el cuello», indica. Mientras que en las 24/48 horas siguientes, aparece el posdromo, «con dificultad para concentrarse, fatiga, ánimo depresivo o eufórico, y falta de comprensión», detalla. 

El impacto de estas subidas y bajadas, de un dolor constante, de una enfermedad sin un tratamiento adecuado, se manifiesta sobre el estado de bienestar y funcionamiento general, sobre el bienestar mental, el rendimiento académico y/o laboral, las relaciones familiares y las sociales. Así, por ejemplo, en las actividades cotidianas, el paciente de migraña encuentra dificultades «para realizar sus tareas domésticas, los recados, las actividades que requieren concentración, la interacción con otras personas y el desempeño de las tareas laborales o escolares», indica la doctora González.

La persona con migraña evita a sus seres queridos y, por lo tanto, no puede hacer ciertos planes. Y, como consecuencia, «tiene cambios de humor, culpa, depresión o frustración». Por todo esto, «los estudios muestran que la migraña repercute en la pareja de los pacientes, especialmente, afecta a sus relaciones sentimentales, a sus hijos y amigos. De hecho, el compañero sentimental presenta niveles más altos de ansiedad que la población general», destaca la neuróloga. 

La preocupación por el trabajo no era algo exclusivo de Inmaculada Martín. De hecho, aproximadamente, un 22,8 % de los pacientes temen perder su trabajo por esta enfermedad. No es para menos, se considera uno de los ámbitos en los que más impacto tiene, por encima, incluso, del familiar o persona. En este sentido, hay dos conductas: el absentismo laboral o el presentismo.

Respecto al primer caso, «el 10 % de los trabajadores con migraña reduce su jornada laboral más de doce horas a la semana», detalla la doctora; en relación al segundo, no es nada raro que el paciente acuda a trabajar pese a tener una crisis. Esto hace que sea menos productivo y, por lo tanto, se considere incluso menos eficiente que si faltase. 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.