Tres pacientes cuentan cómo combatir la depresión: «La sociedad acaba por hacerte sentir una persona inútil, una vaga»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Isabel (59), Esther (26) y Ana (26) han sido diagnosticadas de depresión.
Isabel (59), Esther (26) y Ana (26) han sido diagnosticadas de depresión.

Ana (26), Isabel (59) y Esther (26) cuentan sus experiencias con este trastorno mental y hablan de aquello que las ayuda a sobrellevarlo

13 jun 2024 . Actualizado a las 10:30 h.

La depresión es uno de los trastornos que más frecuentemente afectan a la salud mental de las personas. A nivel global, la Organización Mundial de la Salud estima que unos 280 millones de personas la padecen. Pero, pese a lo común que es esta patología, que afecta a personas de todas las edades y es especialmente frecuente en mujeres, lo cierto es que la depresión está rodeada de prejuicios y estigmas que hacen que sea difícil no solo llegar a un diagnóstico, sino, en muchos casos, lograr un tratamiento efectivo.

Lidiar con la depresión no es una tarea individual que le corresponda únicamente a quienes han recibido ese diagnóstico. Se trata, ante todo, de un problema muy ligado a lo social, ya que, como otras patologías que afectan a la salud mental de las personas, tiene incidencia en la capacidad de los individuos para relacionarse con otros y desenvolverse en ámbitos académicos y profesionales. En este sentido, hablar de depresión es fundamental para desestigmatizarla: muchos pacientes refieren una sensación de soledad que puede ser muy angustiosa, pero ese muro se derrumba cuando otras personas se atreven a romper el silencio y comparten sus experiencias.

Hoy, desde La Voz de la Salud, hablamos con tres pacientes que han recibido en algún momento de su vida un diagnóstico de depresión, con la esperanza de arrojar un mensaje a todas aquellas personas que puedan estar lidiando con ella. Ese mensaje es: no estás solo. Estas son tres historias de cómo puede ser la depresión y qué cosas pueden ayudarte a sobrellevarla en esos momentos en los que sientes que no puedes.

Isabel (59), Santiago de Compostela

Isabel sufre depresión desde hace más de diez años.
Isabel sufre depresión desde hace más de diez años.

«Yo fui diagnosticada de depresión inicialmente porque tuve un problema laboral. Se me despidió de una manera muy horrible en 2007. Fue un shock repentino. Me enviaron a salud mental en la sanidad pública, porque es el proceso habitual. Tú de repente te encuentras con que has perdido tu trabajo, tu forma de mantener a tu familia, todo tu mundo se desmorona, tienes crisis de ansiedad, y te diagnostican un proceso depresivo ligado a lo laboral. Se supone que eso se soluciona cuando tu problema laboral se resuelve», cuenta la gallega.

Sin embargo, el caso de Isabel no fue tan sencillo. El proceso legal que atravesó y las dificultades que encontró a la hora de reinsertarse en el mercado laboral hicieron que su depresión se agravara. «Fue horrible, la sucesión de juicios y desastres fue tan horrorosa... Después de todo este martirio, que duró dos años, entré en depresión mayor, que no se va a curar nunca. Yo ya voy a convivir con esto hasta el día en que me muera y voy a vivir seguramente medicada el resto de mi vida», dice.

Fueron años difíciles. Isabel tuvo dificultades para conseguir trabajo y no lograba reconciliarse con lo que le había pasado. «Yo era una persona que llevaba veintitantos años manteniendo una casa con un oficio que me encantaba. Y de repente, mi futuro se fue. Y sabía que nunca jamás iba a volver. Entonces tienes que aprender a lidiar con todo eso. Aprendí que esto es una sombra que te crece dentro y a veces es enorme y te oscurece, y otras veces es más pequeña. Hay que pelearlo todos los días», describe Isabel.

Gracias al apoyo de su esposa, que le insistió en que pidiera ayuda, Isabel comenzó a buscar asistencia profesional. «Empiezas a recorrer psicólogos y psicólogas. Los hay mejores, peores e inútiles. Hubo una que me dijo: "No puedo hacer nada por ti". Pues menos mal, unas sesiones y ya tiraste la toalla. Hasta que di con una que trabaja de otra manera, nunca me preguntó qué me había pasado ayer, sino qué quería hacer mañana. Es una corriente de trabajo distinta, y ella trabaja en la Federación de Asociaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental de Galicia (Feafes)».

Fue esta organización la que ayudó a Isabel a superar los peores momentos de su trastorno. Así, descubrió que la clave estaba en dejar de rumiar sobre el pasado y empezar a planear a futuro. «Los primeros meses, cuando salía a la calle y me encontraba con la gente funcionando, para mí era terrible, porque pensaba: "Yo esto no lo voy a volver a hacer nunca, jamás". Entonces, no debes dejar espacio para estos pensamientos negativos. No es que te niegues. Tampoco vamos a ir a las tacitas con frases bonitas. Pero dejar espacio para la sombra es tan tonto como beber cicuta. No la alimentes. creo que hay que hacer espacio para las cosas buenas en tu vida. Pensar positivo no te va a solucionar las cosas, pero es importante cuando estás deprimida», aconseja.

Mantenerse activa, seguir haciendo cosas, aunque ya no ejerciera su profesión, fue fundamental para mantener a las sombras lejos. «Me negué a ser la imagen de la depresión de una persona con la cabeza gacha llorando en una esquina. Siempre fui una persona muy alegre, muy activa. En los peores momentos pensé ¿qué sé hacer? ¿qué puedo hacer? Y me dediqué a hacer muñecos y colchas porque tenía que llevar algo a mi casa. Soy una persona que agarra el toro por los cuernos, y aunque te cuesta, porque te cuesta mover un brazo, tienes que moverte un poco, porque quedarte mirando a la pared tampoco te va a solucionar nada», dice. «Yo no tengo horas en el día para hacer todo lo que quiero. Estudio, aprendo idiomas, colaboro con Feafes, estoy aprendiendo lengua de signos, leo todo lo que puedo... Yo no sé estarme quieta. Cuanto más tiempo te permites para pensar, más oportunidades le das a la sombra de crecer», insiste.

«Yo siempre me levanto pensando en planes a una semana vista, con la agenda llena de cosas, pensando en qué quiero hacer. Para cualquier persona que tenga depresión el objetivo es ese, pensar qué voy a hacer hoy, qué voy a hacer mañana. A lo mejor, tampoco conviene pensar más allá, porque las expectativas incluso en este momento histórico pueden parecer terribles. Pero pensar en qué voy a hacer mañana es una buena idea. Qué libro voy a leer hoy, a qué quiero dedicarme, qué puedo hacer que me sirva para algo», apunta.

Para Isabel, fue difícil no dejarse dominar por el sentimiento de culpa que acompaña a la depresión y que está muy ligado a prejuicios instalados en la sociedad. «Tienes que entender que no es tu culpa lo que te pasa, que tú estás enferma. Y normalmente, la sociedad acaba por hacerte sentir una persona inútil, vaga, que no quiere levantarse de la cama. Casi nadie es capaz de verlo de este modo y de entender que efectivamente, tú no eres culpable de nada. Te dicen: "Venga, anímate, salimos". Si yo tuviera cáncer, ¿me dirías "No seas pesada, déjate de cáncer, vamos a salir"? En la vida. Pero, si estás deprimida, te dicen: "Es que, por Dios, qué pesada eres". ¿Perdóname? Estoy enferma», explica.

Hoy, Isabel forma parte de Feafes y dice que esta organización la ha salvado. «Acércate a asociaciones o grupos para que puedas ver que hay otras personas en la misma situación que tú. Es muy sano, porque recibes ayuda de personas que saben de lo que están hablando. No hay nada más pernicioso que las personas que intentan ayudarte diciéndote: "Anda, vamos, anímate", porque no saben de qué están hablando. A una persona deprimida hay que decirle: "Estoy contigo, entiendo lo que me dices, estoy en tu barco. Háblame si quieres. Cuenta conmigo. Me siento contigo y te escucho". Así, la persona entiende que está teniendo un receptor, no una persona que la aguanta», apunta.

«Pide ayuda. No creas que esto es vergonzoso ni que estás sola. Si tuvieras diabetes o un cólico, pedirías ayuda. La cabeza también necesita que la cuides mucho y estamos en un momento muy complejo para descuidarla. Y si tienes personas a tu alrededor con depresión, insísteles, ofréceles ayuda, que no te dé vergüenza», concluye.

Esther (26), Ferrol

Esther fue diagnosticada de depresión endógena en el 2019.
Esther fue diagnosticada de depresión endógena en el 2019.

Cuando Esther estaba cursando el último año de la carrera de periodismo en la Universidad de Santiago de Compostela, algunos profesores empezaron a notar que ya no era la misma de siempre. Si antes Esther había sido una alumna brillante, que preguntaba todo porque odiaba quedarse con dudas, y prestaba atención en clases, ahora había dejado de participar. En cuestión de meses, su luz interior se había apagado y ella se había aislado.

«La sensación es horrible. Tienes ganas de llorar a todas horas y eres incapaz de controlarlo. Es una tristeza profunda. Además, las cosas que antes te gustaba hacer empiezan a darte igual. Todo te da igual. Yo llegué a un estado paranoico en el que pensaba que todo el mundo estaba en mi contra y me aislé en la habitación de la residencia de estudiantes en la que vivía. Solo salía para ir a las clases a mi Facultad, que estaba a cinco minutos. Y acababa las clases y volvía y me encerraba», recuerda.

«Quería pasar lo más desapercibida posible. Tuve que dejar el TFG para septiembre porque no me veía capaz en ese momento», cuenta. «Me mandaron al psiquiatra, pero lo único que hizo fue darme antidepresivos. Los tomé un mes. Mi estómago no los toleraba y vomitaba todas las cenas. Entonces decidí dejarlo por mi cuenta, lo que provocó un efecto rebote», dice. Fue entonces cuando Esther empezó a tener ideas suicidas recurrentes. Sus padres se preocuparon y la llevaron a una psicóloga especializada en terapia cognitivo conductual.

«Empecé a ir una vez por semana a terapia. Mis padres se dejaron un montón de dinero, pero fue lo que realmente me ayudó. No solo por soltarme hablando con ella, sino porque mi psicóloga después de un mes de sesiones se dio cuenta que la depresión era causada por causas endógenas. Es decir, que padezco una enfermedad neurológica que me produce lesiones en el cerebro, era esto lo que me había producido un desequilibrio en los neurotransmisores y hacía que estuviese así. Se llama depresión endógena porque tu propio cerebro es el que te lleva a ese estado sin que influya una causa externa», explica.

En salud mental, cada caso es distinto. La medicación no fue una respuesta para Esther, pero sí la ayudaron, en cambio, acudir a terapia y meditar. «Tenía una ansiedad terrible por mi problema neurológico, y fue lo que empezamos a trabajar en consulta con técnicas como la respiración consciente y otros tipos de meditaciones simples. Fui durante un año y medio y siguiendo sus consejos pude salir de eso sin tener que tomar medicación», recuerda Esther. Añade que el deporte también fue algo importante para fortalecer su salud mental: «Por recomendación de mi psiquiatra empecé a ir al gimnasio y hacer ejercicio también me ayudó mucho».

Ana (26), Madrid

Ana convive con la depresión desde que era una niña.
Ana convive con la depresión desde que era una niña. EDUARDO PEREZ

«Yo he tenido varios episodios de depresión a lo largo de mi vida. El primero fue a los 13 años y en ese momento comencé con medicación por primera vez», cuenta Ana, que viene de una familia con historia de depresión clínica. «La depresión puede tomar muchas formas, entonces, realmente, a veces es difícil reconocerla. Cuando mi abuela murió, mi madre entró en una depresión profunda, pero fatal. Yo tengo imágenes en mi cabeza grabadas de mi mamá entrando en una crisis de ansiedad, temblando, y que se la lleven al hospital así. Me marcó un montón», recuerda.

Tal como le había ocurrido antes a su madre, el primer episodio depresivo que sufrió Ana fue desencadenado por un cambio que conmocionó su vida. «Mi prima Catalina se mudó a Estados Unidos. Era mi mejor amiga. Yo iba al colegio y estaba súper sola, no tenía amigos, me hacían bullying. Ella era mi única amiga y se fue a vivir a Estados Unidos cuando yo tenía 13. Me empecé a sentir muy triste y lloraba un montón. Uno cree que eso es normal porque es una despedida, pero luego se da cuenta de que eso se está extendiendo más, que está afectando a otros entornos. Mi mamá también estaba fatal porque se había ido su mejor amiga, que era la mamá de Catalina. Ella estaba yendo al psiquiatra. Un día me llevó, y el médico me atendió y me dijo: "Mira, tú tienes síntomas de depresión". Y fue como: "Ah"», cuenta Ana.

«Yo no lo reconocí, sino que me lo diagnosticaron. Y estuve tomando una medicación que realmente es suave, se llama fluoxetina. La tomé de los 13 a los 16. Muchos psiquiatras tienen la perspectiva de que uno tiene que tomar medicación para mantenerse estable y evitar los bajones. Entonces, muchas veces, se toma de manera preventiva. Te mandan medicación por un año y medio o dos años, porque la intención no es tomar algo para que el ánimo vuelva a subir, sino que es como que hay que evitar la caída», explica.

Ana también reconoce el peso del estigma que rodea a la depresión y sus tratamientos, en particular, los psicofármacos. «Lo que me molesta es que hay opiniones muy diversas frente a la medicación. Algunos médicos dicen que está bien, que así como la gente toma medicamentos para la presión o la diabetes, pues hay medicamentos antidepresivos. Pero otros médicos me han estigmatizado al respecto. Literalmente, fui hace un mes a la revisión médica laboral y la doctora me dijo: "Ay, pero tú eres muy joven para estar tomando antidepresivos, deberías dejarlos"», dice.

Además de la medicación, dice que lo que más la ha ayudado ha sido el apoyo de su entorno cercano y el mantenerse activa. «Siempre tuve acompañamiento psicológico y psiquiátrico y sin duda me ayudaron en todos los casos. Y siempre me recomendaron hacer ejercicio también, y definitivamente es impresionante la sensación de bienestar. Es horrible sacar ganas para ir, pero después uno se siente mejor. Me ha servido muchísimo el acompañamiento psicológico, psiquiátrico, así como el ejercicio. La psicóloga me recomendaba nadar porque se ponía mucho énfasis en la respiración. Entonces trataba de nadar», cuenta Ana.

Lo que destaca, por encima de cualquier cosa, es la importancia de pedir ayuda profesional y encontrar a un terapeuta que pueda entender aquello por lo que estás pasando. «El apoyo del entorno cercano es muy importante también, aunque a veces es difícil que la familia y los amigos entiendan o tengan la paciencia para acompañarte por una depresión que dura mucho tiempo. Así que, cuando uno necesita comprensión, los psicólogos también son muy buenos porque hablan con tu familia y explican la importancia del asunto», dice.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.