Así cambia tu cuerpo cuando dejas el alcohol: «En unos días aumenta la sensación de salud y bienestar»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

Entre los efectos de dejar el alcohol está la mejoras del sueño o de las relaciones sociales.
La Voz de la Salud

Cinco expertos analizan los efectos tras dejar de beber: mejor calidad del sueño, mayor concentración y pérdida de peso, para empezar

10 oct 2022 . Actualizado a las 18:42 h.

El alcohol es la sustancia psicoactiva más consumida en España en todas las edades, aunque las autoridades sanitarias se muestran especialmente preocupadas por el consumo entre personas jóvenes y menores, los dos grupos de población más vulnerables a su toxicidad. Más allá del efecto que puede causar en el desarrollo fisiológico y neurológico, su ingesta se ha asociado a distintas conductas de riesgo como conducir bajo los efectos del alcohol o mayores niveles de agresividad. 

Si bien no existe una cantidad que pueda considerarse saludable (ni buena para el corazón, ni que sea digestiva como muchas veces se piensa a pie de calle), sí existe una ingesta que se califica de bajo riesgo, aunque el peligro siga ahí. Esta es hasta 10 gramos al día en mujeres, y 20 en hombres. Hay que tener en cuenta que una cerveza de 330 mililitros, un vaso de vino de 150 mililitros o un chupito de bebida destilada (ron, ginebra, whisky...) contienen entre 10 y 13 gramos de alcohol. «Las cantidades descritas como moderadas pueden causar daño, y solo cesando el consumo se reduce el riesgo de sufrir complicaciones», recuerda la doctora Carmen Aragón, miembro del Área de Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). ¿El problema? El 18,6 % de las personas de 15 a 64 años presentan un consumo muy por encima de esta moderación. 

Más datos que permiten entender la gravedad. Esta sustancia es responsable del mayor número de admisiones a tratamiento y se relaciona con el 40,3 % de los episodios de urgencias hospitalarias por consumo de drogas. Una cifra que se concentra, especialmente, entre los menores de 25. 

Tal y como explica la doctora Aragón, los efectos inmediatos de beber o no dependen de la cantidad que la persona consuma previamente. «El cese abrupto, cuando la ingesta era elevada, puede desencadenar lo que se conoce como síndrome de abstinencia alcohólica, cuyos síntomas incluyen ansiedad, necesidad de consumir alcohol, confusión mental y palpitaciones, entre otros», apunta. Esto requiere una atención médica urgente. 

Ante esta situación, dejarlo a un lado y apostar por otro tipo de bebidas parece la mejor solución. El cuerpo cambia, y mucho, cuando el alcohol queda en el capítulo anterior, y algunos de los beneficios se dan más pronto que tarde. Aunque establecer una línea de tiempo es complicado. «El alcohol, a diferencia del tabaco (lo contamos en este reportaje), no es tan predecible en cuanto a los efectos que provoca, cuándo los provoca y cuándo el organismo empieza a mejorar una vez la persona lo deja», explica el doctor Roi Ribera, especializado en Nefrología y Aparato Digestivo. Cualquier tipo de respuesta, ya sea psicológica o digestiva, variará en función del contexto y del resto de cofactores, como fumar, otras enfermedades o el peso de componentes genéticos. Un claro ejemplo sucede con la cirrosis: «Aproximadamente, solo un 20 % de las personas que beben alcohol durante décadas en cantidades elevadas se convierten en cirróticos», apunta Ribera. 

Así, no cabe duda de que esta bebida produce efectos a nivel fisiológico: «Causa un impacto muy importante en la microbiota, en el hígado, en el intestino y de forma directa en el cerebro. Pero cada vez vemos más que todos estos órganos interaccionan entre sí a la hora de compartir el daño causado», detalla el doctor Santiago Canals, investigador principal del Instituto de Neurociencias de la Universidad Miguel Hernández y del CSIC, en el grupo Plasticidad de las redes neuronales. De nada sirve pensar que, en esta materia, el único afectado es el hígado. 

Es por ello que los beneficios de dejarlo son la motivación principal. Se trata de una carrera de fondo cuyos efectos se observarán incluso a largo plazo. «En poco tiempo, la persona experimenta una mayor sensación de salud y bienestar, por ejemplo. También implica que desaparezcan los trastornos digestivos o del sueño. Esto podría observarse entre diez y quince días después de abandonar el consumo de alcohol», describe la doctora Marta Casado, presidenta de la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD) y hepatóloga. De igual forma, la abstinencia mejora la concentración, la atención, el estado de ánimo, y proporciona «una mejoría en el rendimiento laboral así como en las relaciones personales y familiares», detalla Casado.  No solo esto. Como cabe esperar, juega un papel fundamental en la prevención del desarrollo de enfermedades, principalmente, del cáncer o la cirrosis hepática. 

Dulces sueños

Beber alcohol hace que la calidad del sueño empeore. No hace falta profundizar mucho en esta cuestión para comprobarlo. De hecho, una noche de desenfreno pasa factura a todos los niveles, el descanso entre ellos. Esto no es casualidad: «Produce un acortamiento del tiempo que se tarda en conciliar el sueño, pero este es de peor calidad, ya que las fases serán de predominio superficial con frecuentes despertares que pueden ser breves y pasar desapercibidos, o más prolongados», explica la doctora Ana Fernández, coordinadora del Grupo de Estudio del Sueño de la Sociedad Española de Neurología (SEN). ¿Resultado? El descanso nocturno no cumple su función, y no se podrá considerar satisfactorio y reparador. En resumidas cuentas, beber da mucho sueño pero el descanso es cosa de ciencia ficción. 

La buena noticia, en el otro lado de la balanza, es que su efecto suele revertirse con cierta facilidad. En cuestión de una semana, la calidad del sueño mejora. Si bien cualquier dosis es tóxica, el tiempo de consumo importa: «Si es esporádico los problemas de sueño mejoran en pocos días, con cierta variedad según la edad, el sexo y otras diferencias de la persona. Pero si se trata de un consumo crónico importante, el sueño puede verse afectado de forma más duradera», responde la doctora Fernández. Y ojo, porque este estado se alargará más allá del período de deshabituación. 

Menos agua en el cuerpo

El alcohol es un diurético, y de los buenos, lo que significa que la deshidratación no tardará en llegar. De ahí, la popular recomendación de alternar una copa con un vaso de agua. «Inhibe la hormona antidiurética, y por lo tanto hace orinar más. De hecho, los síntomas de la resaca contribuyen, entre otros, a la deshidratación a nivel cerebral», señala el doctor Ribera.  Esta acción se produce mediante dos mecanismos. En primer lugar, a nivel gastrointestinal: «Aumenta la motilidad del intestino delgado y así absorbe menos agua, por lo que acabamos eliminado una mayor cantidad de esta», precisa la doctora Casado, «y a nivel renal». Las ganas de ir al baño aumentan.  

Eso sí, revertirlo no toma demasiado tiempo. Como siempre, dependerá de cada persona, pero los buenos hábitos juegan un papel fundamental. Entre ellos, beber más agua los días siguientes. «La recuperación suele ocurrir al poco tiempo de dejar de beber. Se ve cuando una persona tiene resaca y lo que esta suele durar», explica la presidenta de la FEAD. A su vez, esta decisión se traducirá en menos dolores de cabeza, más energía y mejor rendimiento físico. 

Más concentración

Paralelo a un descanso más óptimo, y mayor hidratación, la concentración se verá reforzada. Por ejemplo, la falta de agua provoca dolores de cabeza, y puede afectar a la función nerviosa, muscular, y derivar en fatiga o náuseas. Es por ello que la energía se dispara. 

Pérdida de peso a medio plazo

El alcohol es una sustancia con nulo contenido nutricional y con alto valor calórico. Esto quiere decir que sus calorías son vacías, y por lo tanto, una de sus consecuencias es la ganancia de peso. Por comparar. Las calorías que aporta una manzana vienen acompañadas de nutrientes como vitaminas o fibra. Más allá de aportar energía, aportan salud. «Tanto el consumo del alcohol, como el contexto del que suele ir rodeado (picoteo y tomas entre horas) suponen un aporte extra de energía que a la larga condiciona a ganar más peso», detalla el doctor Ribera. 

La toxicidad también puede implicar una deficiencia de vitaminas de origen carencial: «Debido a la falta de consumo de nutrientes que los contienen, y por la interferencia en la absorción y metabolismo de las mismas», expone Carmen Aragón, de la SEEN. Cuanto mayor sea el consumo, mayor será el riesgo de déficit. «Esto hace necesario tomar suplementos de vitaminas del complejo B y ácido fólico, hasta que la persona haya conseguido la deshabituación completa, o incluso de por vida, si el daño es grave», añade la endocrinóloga. 

Además, esta sustancia incrementa la ganas de hincar el diente: «Dejar de beber alcohol ayuda a perder peso. Más allá de las calorías, estimula otros sentidos y a veces aumenta el apetito», explica la doctora Casado. En este caso, «el beneficio se podrá observar a medio plazo», añade. Eso sí, lo recomendable es que se acompañe de una dieta saludable y la práctica de ejercicio físico. 

El ardor tiene nombre propio: la gastritis alcohólica

Basta una copa de alcohol para tener ardor. La molestia estomacal causada por el ácido aumenta. Esto puede acabar dañando el revestimiento del estómago, dando lugar a complicaciones como la enfermedad por reflujo gastroesofágico. «El alcohol favorece que disminuya la presión del esfínter esofágico inferior, y por lo tanto, aparece un reflujo desde el estómago hacia el esófago del ácido gástrico», precisa Roi Ribera, especializado en Aparato Digestivo. Aquí surge la conocida sensación de ardor o pirosis, algo típico tras beber unas copas. 

Tan común es el síntoma que hasta tiene nombre propio. La gastritis alcohólica: «La ingesta de alcohol provoca una inflamación al irritar la pared que recubre el estómago. Esto puede evolucionar a la aparición de úlceras, tanto del estómago como del esófago, y condiciona, desde el punto de vista clínico, a que la persona tenga sensación de acidez y molestias digestivas», explica Marta Casado. 

En este sentido, la manifestación es paralela a la cantidad y a la conducta de cada persona: «La más frecuente es una gastritis aguda, que es puntual y consecuente del consumo, sin embargo, si lo mantenemos en el tiempo puede aparecer una crónica, y esto puede llevar a complicaciones», precisa Casado. El tiempo de mejora variará en función de la gravedad. Si se trata de una sola noche, la recuperación es casi inmediata. 

Los microorganismos intestinales se transforman

La microbiota intestinal, también llamada segundo cerebro, también entra en juego. Ahora se sabe que el alcohol impacta, de manera negativa, sobre esta comunidad microbiana: «Favorece la disbiosis intestinal, es decir, su alteración. Falta, en cierta medida, correlacionar si esa alteración acaba produciendo síntomas digestivos como hinchazón o problemas en el hábito deposicional», explica el experto en Aparato Digestivo. Todo apunta a un vínculo existente. De hecho, existe una comunicación con otros órganos: «Una de las líneas de investigación que se están desarrollando es el efecto del alcohol sobre el intestino y su microbiota. Se observó que, como consecuencia de la bebida, la flora intestinal libera una serie de compuestos al torrente circulatorio que producen inflamación en el hígado», detalla el investigador. 

Hígado y páncreas, bajas en el laboratorio del cuerpo

El hígado es el órgano interno más grande del cuerpo humano, y se conoce como el laboratorio del organismo. Entre sus cientos de funciones está la de metabolizar las grasas, los hidratos de carbono y las proteínas, producir bilis o desintoxicar la sangre. Es por ello que cuando una persona bebe alcohol, el hígado es el gran protagonista en lo que a daño se refiere. En un principio, se producen una serie de procesos oxidativos que derivan en un acúmulo de grasa hepática. «Se llama esteatosis y a la larga puede desencadenar una inflamación hepática que acabe causando una cirrosis», explica Roi Ribera. Y si esto no se controla, un cáncer de hígado. 

Por su parte, en el páncreas, el alcohol sienta las bases para que se desarrolle una pancreatitis crónica, «que puede generar una insuficiencia pancreática endocrina y exocrina. Esta última, favorece una mala digestión de los alimentos, por ejemplo», señala el experto digestivo. En cambio, si la pancreatitis es aguda, a diferencia de la primera, tendrá una manifestación puntual con mucho dolor.

Pese al perjuicio, la medicina considera al hígado un órgano bastante resistente: «Es capaz de soportar ingestas de alcohol elevadas en la mayoría de las ocasiones», precisa Ribera. El hígado graso, la primera manifestación de pasarse con la bebida, es reversible y «desde el primer día que se deja la bebida, empieza a mejorar». Eso sí, una vez que la cirrosis es avanzada el daño no tiene solución.

Existen varias formas para detectar un hígado graso. En primer lugar, las analíticas. «Se alteran determinadas enzimas hepáticas, y ahí es cuando empezamos a avisar a los pacientes. Es decir, si no cambian su estilo de vida llegará un momento en el que no haya vuelta atrás». Después, están las ecografías, que pueden mostrar los efectos del alcohol antes incluso que un análisis de sangre. «En cualquier tipo de ecografía abdominal se observa que el hígado está más brillante. Esto sugiere un acúmulo de grasa», explica Roi Ribera. Ante este primer aviso, el paciente solo podrá eliminar los factores de riesgo y mejorar los hábitos protectores para «revertir la situación en cuestión de semanas o meses», detalla. 

¿Cómo afecta el alcohol al cerebro?

El cerebro es uno de los grandes afectados, «especialmente el de los jóvenes que está en construcción», señala Santiago Canals. La influencia del alcohol puede dividirse en capítulos. En primer lugar, la inflamación derivada del consumo de esta droga también le alcanza, llegando a perjudicar de forma crónica. «Tiene efectos bioquímicos por su toxicidad, pero también a nivel de la neurotransmisión. El más importante, si hablamos de las conductas adictivas en el alcohol, es que produce la liberación de dopamina en el núcleo accumbens. Esto se traduce en una recompensa positiva», precisa Canals. A su vez, este refuerzo, que actúa a largo plazo, perpetúa las conductas que originan el consumo de esta sustancia. Es la pescadilla que se muerde la cola. 

Las drogas, entre ellas el alcohol, «parasitan» los circuitos neuronales «y causan que las memorias asociadas a su ingesta se consideren buenas, y por tanto, volvamos a consumirlo hasta que se convierte en algo compulsivo. Llegados a este punto, no existe un control consciente, del cual se encarga la corteza prefrontal, sino que la conducta se convierte en un hábito», añade el experto. 

El daño está claro, sin embargo, ¿puede revertirse? Sí, aunque no de forma inmediata, y mucho menos, completamente efectiva. El principal condicionante es la cantidad de alcohol que consuma la persona. «Si es una ingesta esporádica, el sentimiento placentero ficticio que produce la droga estará pero después se recuperará», responde Santiago Canals. El problema reside, por lo tanto, en aquellos que abusen del alcohol. «Al principio, puede mantener una liberación aumentada de dopamina, pero llega un punto en el que el sistema se regula a la baja. Es decir, pasas a un estado hipodopaminérgico». El paciente precisará mayor cantidad de este neurotransmisor a medida que pase el tiempo, «y en muchos casos se traducirá en que ya no quiera la dopamina por el efecto de placer ficticio, sino para cesar los síntomas desagradables». 

Precisamente, el laboratorio de Canals no busca respuesta a los consumidores esporádicos, sino a los que lo ingieren de forma exagerada. «Pues en ellos se reconoce el problema. Lo único que pueden hacer es no beber, lo cual es muy difícil. El riesgo de recaída es muy alto», expone el experto. 

Así, durante la etapa de abstinencia total, el cerebro no acaba de recuperarse hasta pasado un buen tiempo. «El sistema, como ha tenido un consumo de alcohol constante y extenso, encuentra el equilibrio en un estado distinto al normal». Forma parte de adaptación. Es decir, «no puede alcanzar el estado de equilibrio original, por lo que tiene tendencia a quedarse en uno patológico o drogodependiente», explica. En un estudio en humanos y animales, realizado en el 2019, observaron que «en el momento de parar el consumo de alcohol no se paraliza el daño ni se ve una recuperación, sino que el perjuicio sigue progresando», detalla. Todo esto tiene que ver con la relación entre el cerebro y el resto del cuerpo. ¿Cuánto tiempo debería transcurrir para que el daño se detenga? «Al menos, seis semanas. Pero pueden ser más», concluye. 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.