Mercedes Sotos, experta en dieta mediterránea: «Otros países no entienden que en España tomemos fruta de postre»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

Mercedes Sotos-Prieto epidemióloga en la UAM, en el CIBERESP y en el Instituto Madrileño de Estudios Avanzados en Alimentación (IMDEA Alimentación).
IMDEA

La doctora en Medicina Preventiva y Salud Pública, que se ha estudiado este patrón de vida, reitera la importancia de los buenos hábitos: «Uno puede pensar que, por ser joven y delgado, puede comer lo que sea, y no es así»

14 feb 2024 . Actualizado a las 10:24 h.

La dieta mediterránea gana por goleada al resto de propuestas, y lo hace, por sexto año consecutivo en el ránking elaborado por la revista US News & World Report. A quienes la conocen, no les extraña. Sus efectos positivos se han observado en multitud de patologías: desde las cardiovasculares hasta los trastornos mentales. Podría decirse que no hace milagros, pero se queda cerca de conseguirlo.

Mercedes Sotos, nutricionista y doctora en Medicina Preventiva y Salud Pública, dedica su carrera a estudiarla, no solo en población española, sino mundial. Ha llevado a cabo diversos estudios fuera de estas fronteras en cohortes británicas o en los bomberos de Indianápolis (Indiana, Estados Unidos). Es profesora adjunta en Harvard, donde ha liderado diversos estudios a este respecto. Uno de ellos, por decir un ejemplo, encontró que incluso con pequeños cambios que imiten el patrón mediterráneo se consiguen grandes avances. En España, trabaja de la mano de Imdea Alimentación, la Universidad Autónoma de Madrid y el Ciberesp. 

—Usted ha estudiado la dieta mediterránea, ¿piensa que a nivel poblacional se entiende bien de qué trata?

—Una de las limitaciones a las que nos enfrentamos es que, utilizando el término de dieta mediterránea y toda la evidencia que respalda los efectos beneficiosos de la misma, han surgido intereses comerciales que hacen que la gente se confunda y piense que un alimento ultraprocesado es mediterráneo porque lo pone en su envase

—¿Cuáles son las bases? 

—Creo que entender la dieta mediterránea sería algo tan sencillo como volver a los inicios basados en un elevado consumo de frutas y verduras, un consumo elevado de legumbres y sobre todo, enfatizar que la ingesta de cereales tiene que ser integral. El consumo de carne tiene que ser moderado y preferiblemente blanca antes que la roja o procesada, y hay que tomar pescado dos o tres veces por semana. Como es lógico, también existe una limitación en las bebidas azucaradas, que están muy presentes en el día a día pero no entran en este patrón. De hecho, su ingesta está en auge mientras que sus efectos perjudiciales están bien constatados. Como grasa, empleamos el aceite de oliva. Y luego, como postre podríamos hablar de la fruta, que es algo que les cuesta entender mucho a los ciudadanos de otros países. Esto es una dieta mediterránea. 

—Ahora hablamos de dieta, pero en realidad es un estilo de vida. 

—Efectivamente, al final, es una sinergia de buenos hábitos. Cuando uno se alimenta con más calidad, está de buen humor, duerme mejor y socializa más. Los estilos de vida se aúnan unos con otros. Por eso, la dieta mediterránea ha estado siempre asociada a un patrón cultural y social de comer en familia, el descanso adecuado, con la famosa siesta de menos de media hora; y luego, el hacer ejercicio, pero también la actividad física social. Quedar para hablar, caminar o jugar a un deporte. 

—¿Qué argumentos sostienen que este patrón es uno de los más saludables?

—Tenemos varios estudios. En población española, hemos visto que una mayor adherencia a este estilo de vida mediterráneo se asocia con un porcentaje menor de mortalidad en general, y también de mortalidad cardiovascular. Además, las cifras demuestran que no solo es beneficioso para los mediterráneos, sino para la población de otros países. Por ejemplo, hemos publicado una cohorte de británicos y vimos que esta dieta se asocia con un 29 % menos de riesgo de mortalidad global y un 28 % de menor riesgo de mortalidad por cáncer. La conclusión que sacamos es que la dieta mediterránea, adaptada de manera cultural al sitio donde vas, funciona. Está claro que no puede tener los mismos elementos en España que en Reino Unido, así que adaptándola de forma cultural a lo que tiene cada población podría tener también efectos beneficiosos sobre su salud. Es más, este grupo anglosajón no podía tomar aceite de oliva, lo que nos hizo pensar que los resultados están infradiagnosticados, porque si lo hubiésemos añadido la cifra de mortalidad sería menor. 

—¿Qué efecto tiene sobre el organismo para que se piense que quien la sigue tiene menos riesgo de muerte?

—Hay distintas hipótesis, y muchas de ellas, están centradas en el potencial antiinflamatorio que tienen todos los alimentos que la componen, como la fruta o las verduras, con un alto aporte de polifenoles y antioxidantes, los cuales a su vez disminuyen esta inflamación. Hay que pensar que la inflamación crónica es la responsable de muchas otras enfermedades, Además, si se sigue la dieta mediterránea tal y como está descrita, tiene un alto contenido de fibra. Se sabe que esta no solo ayuda disminuir el colesterol, los niveles de glucosa en sangre o a mejorar la resistencia a insulina, sino que también repercute en el microbioma. Esta flora bacteriana, si está o no saludable, repercute en otras patologías y se ha visto que puede potenciar la inflamación. De hecho, cuando se produce una disbiosis formada por una dieta muy alta en azúcar y ultraprocesados, se generan otro tipo de microorganismos implicados en rutas metabólicas que conllevan un aumento de la inflamación. 

—¿También con la salud mental?

—Sí, de hecho, se dice que la microbiota intestinal es el segundo cerebro. Es más, nosotros publicamos un artículo en el que vimos que una mayor adherencia a la dieta mediterránea se asocia con menor riesgo de depresión.

—Otra de sus investigaciones abordó cómo esta dieta reducía el dolor en personas con patologías crónicas. 

—Sí, era una cohorte formada por personas mayores de 60 años, donde el objetivo fundamental era estudiar el envejecimiento saludable y determinantes del mismo. En esta cohorte, nos planteamos si una mayor adherencia al estilo de vida mediterráneo, que como decía, tienen un efecto potencial sobre la inflamación, estaba relacionado también con sentir menos dolor a lo largo del tiempo y la frecuencia. Así, vimos que una mayor adherencia a este patrón se asoció con una menor frecuencia de molestia en estas personas mayores. No solo eso, sino que también había un menor riesgo de fragilidad, que es la disminución de la reserva fisiológica del individuo. Por la edad, este proceso hace que la persona tenga mayor  vulnerabilidad a estresores físicos y a que aparezcan más caídas o aumenten las hospitalizaciones.  

—¿Cómo se debe entender la ingesta de vino tinto? Ha formado parte de este patrón. 

—Esto es una de las cosas que más debate genera ahora. Desde una perspectiva cultural o gastronómica, que es distinta a lo que significa para la salud, el vino siempre ha formado parte de esta dieta mediterránea, con un consumo moderado con las comidas. Pero no podemos generalizar y decir que su ingesta es buena para la salud. De hecho, según las últimas investigaciones, la recomendación es que el consumo sea cero. Existe un consumo de bajo riesgo, que es lo que se ha intentado definir, pero para determinadas enfermedades, como el cáncer de mama, cualquier dosis de alcohol supone un riesgo. Otra cosa es que esté más en entredicho en lo que respecta a las enfermedades cardiovasculares. Con todo, cuando analizas estos estudios más en detalle, ves que han tenido muchos sesgos. Por ejemplo, depende de la referencia con la que se compare; ya que en muchos de los estudios que se habían hecho con anterioridad, el grupo de referencia era aquellos que no bebían, pero incluían a ex bebedores. Ahora, se sabe que no se puede recomendar ninguna dosis, aunque exista una más segura. 

—Usted trabaja en la práctica clínica en un entorno hospitalario, pero está el mensaje de la prevención que se debe dar a toda la población, esté sana o no. 

—Claro. Una de las mejores formas de potenciar este importante papel es prevenir antes de que pase la enfermedad. Uno puede pensar que porque es joven y está delgado, puede comer lo que sea. Pero este efecto influye a largo plazo, de aquí a 20 años. Como es lógico, los estilos de vida van a influir en nuestro futuro. No hablo de los valores de colesterol o glucosa, que eso es relativamente próximo, hablo de prevenir un evento cardiovascular. La placa de ateroma, por ejemplo, se forma con el tiempo y se convierte en algo que no preocupa hoy, pero que mañana será muy importante. Por eso, pienso que se le tendría que dar mucha más importancia de la que se le da. Si te das cuenta, en la clínica asistencial esto no está nada valorado ni hay nadie que se dedique a decirte que es lo que tienes que hacer sin sacarte un papel del cajón. 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.