Dos genios, vistos de cerca
Dos genios, vistos de cerca
Viernes, 11 de Octubre 2024
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A Geoffrey Hinton lo llamaron de la Academia Sueca para comunicarle que había ganado el premio Nobel de Física el martes a las 2 de la madrugada. Esa era la hora en Los Ángeles, donde se encontraba, «en un hotel barato», dice, porque iba a hacerse una resonancia médica al día siguiente. Lógicamente, pensó que era una broma. Lógicamente, porque él no tenía la más mínima idea de que estaba en las quinielas para el Nobel y menos de Física. Aunque él tiene formación en física –y en fisiología y en psicología y en filosofía– es conocido como científico computacional y por haber revolucionado la inteligencia artificial con sus redes neuronales. Así que hicieron falta varios suecos al teléfono para convencerle de que lo del premio era real.
XLSemanal tiene un 'largo historial' con Hinton. El domingo pasado publicamos una entrevista con él, ya convertido en apóstata de la inteligencia artificial, en la que nos alerta de los peligros de su propia criatura. Hinton está convencido ahora de que existe un riesgo existencial de que las máquinas nos superen y nos dominen. Y de hecho, dice, espera que el premio Nobel sirva para que ahora sí lo escuchen y para que gobiernos, empresas e instituciones se pongan a regular ya la IA.
También te hemos hablado de la familia de Hinton, una saga de genios, que se remonta a su tatarabuelo, George Boole, el matemático que resultó pionero de la era digital en el siglo XIX, cuando no eran aún ni imaginables los ordenadores. Un honor y una 'carga' familiar que implica, nos contó Hinton, que para cuando tienes 7 años ya tienes claro que lo mínimo que se espera de ti es que tengas varios doctorados. Y en XLSemanal te hemos contado, también, cómo el alumno más aventajado de Hinton, Ilya Sutskever, creó el ChatGPT, y cómo sin las redes neuronales de Hinton nada de eso hubiera sido posible.
Pero a Hinton, nacido en Londres, lo conocimos en 2017 en Toronto, donde vive y trabaja como profesor universitario desde hace décadas, cuando había recibido el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Tecnologías de la Información y era muy reacio a dar entrevistas o dejarse fotografiar. Durante la entrevista fue rápido y expeditivo y entonces fue muy entusiasta con la IA y su método para desarrollarla (basado en la reproducción de las neuronas humanas), que poco después, como hemos visto, se ha convertido en la base fundamental de aplicaciones como el revolucionario ChatGPT.
Pero, con la grabadora ya apagada, Hinton nos invitó a un largo paseo. Por entonces, y durante una década, Hinton no podía sentarse. Un problema en la espalda se lo impedía. Por fin ha podido operarse (de ahí su resonancia magnética en Los Ángeles) y ahora se sienta, lo que también le permite viajar en avión. Pero Hinton, nos contó entonces, ha pasado una gran parte de su vida en hospitales. No solo por sus problemas físicos. Casado dos veces, sus dos esposas fallecieron de cáncer, la primera en 1994 y la segunda, en 2018. Tiene dos hijos adoptados, que también han requerido atención especial. Ahora comparte su vida con la socióloga Rosemary Gartner, que estaba con él cuando recibió la noticia del premio Nobel y, según cuenta él, un hombre contenido, fue ella quien realmente se emocionó.
La relación de Hinton con el sufrimiento no puede separarse de su visión del mundo, como nos reconoció en aquel paseo, pero entonces, en 2017, era más optimista sobre el futuro de la humanidad de lo que lo es hoy. Lo que ha cambiado no es solo la velocidad del desarrollo tecnológico sino su absoluta desconfianza en la capacidad de las instituciones para supervisar los avances.
Hinton –que defiende un estado progresista y solidario, con medidas como el salario universal para compensar los trabajos que eliminará la tecnología, la desmilitarización o, al menos, frenar los abusos militares de las grandes potencias– ve cómo la democracia va a ser la primera víctima de la inteligencia artificial y ha decidido hablar para alertarnos de ello. Lo hace de forma tajante, pero con su fino humor inglés, el mismo que empleaba cuando –recorriendo el barrio chino de Toronto (en busca de un juguete para su mujer, por raro que suene)– aceptaba que el Google Maps no era tan eficaz localizando una tienda como lo acabaron siendo los obreros latinos que nos guiaron hasta ella. Pero no lo consideró un «logro humano», una victoria de los amables operarios sobre las máquinas, sino como la demostración de que «nosotros somos las máquinas».
Con David Baker, premio Nobel de Química, no fuimos de paseo, sino de cañas. Y no es porque Baker no pasee –es un consumado senderista–, sino porque nos invitó a sus singulares happy hours en la Universidad de Washington en Seattle, donde dirige el Instituto de Diseño de Proteínas. Baker, al contrario que Hinton, es un 'animal social'. No solo se explayó y se explicó ampliamente durante la entrevista –algo inusual en personajes tan realmente ocupados y demandados–, sino que insistió en que conociéramos a su equipo, que viéramos su laboratorio y, por supuesto, en que nos uniéramos a la fiesta. Y, como suele ocurrir en estos casos, allí confirmamos el poder de genios como Baker, que no se limita solo a su investigación científica.
Y es que Baker, además de por ser pionero en la creación de proteínas con ayuda de la inteligencia artificial, es conocido por su capacidad para crear equipos especialmente eficientes. Su fórmula, dice, es que cada uno funcione como una neurona de un cerebro común. «Por eso organizamos happy hours, para tener a la gente interactuando todo el tiempo». Baker organiza actividades para socializar: dos veces a la semana, martes y viernes, hacen happy hours que se prolongan durante horas.
La familia de Baker también cuenta con conocida saga de científicos. Y quizá por eso él, en una de esas adolescencias rebeldes, no quiso estudiar ciencias, sino que optó por la filosofía... aunque acabaría estudiando bioquímica también porque, dice, le parecía que podía hacer algo 'concreto' con sus conocimientos. Lo que hace Baker es aplicar la inteligencia artificial para la investigación y creación de proteínas de la nada. Es decir, usa la IA de Hinton... para bien. Porque crear proteínas no solo servirá para desarrollar nuevos medicamentos, sino que nos asoma a la posibilidad más fascinante para un científico: crear vida de la nada.
Baker está casado con otra bioquímica, Hannele Rouhola, y tienen dos hijos, también orientados hacia profesiones tecnológicas o científicas. Pero en casa, asegura, no se habla mucho de ciencia. «Tenemos mejores cosas de las que hablar. Y me gusta mucho leer. Pero cuando estoy en casa leo ficción, no leo ciencia. Ni siquiera ciencia ficción». Cuando estuvimos con él estaba leyendo Al Este del Edén, de John Steinbeck. Y lo comentaba con entusiasmo, cerveza en mano, pasando de un grupo a otro, entre jóvenes estudiantes y emprendedores que quizá ya no sepan ni quién fue James Dean.
El miércoles a Baker también le comunicaron que le habían concedido el Nobel de madrugada, en el horario de Seattle. A él, a diferencia de a Hinton, la noticia no le pillaba tan de sorpresa porque su nombre estaba claramente entre los candidatos al galardón. Pero la llamada fue un tanto desconcertante porque para localizar su número de móvil llamaron antes a su hijo, así que al mismo tiempo que la Academia sueca le comunicaba la noticia, su mujer gritaba –de entusiasmo– en otro teléfono al ser informada directamente por su hijo. «Tardé un poco en entender lo que pasaba». Luego, ya fue imposible dormir. Pero, como ha insistido estos días, hablando de los grandes avances en su campo: «Esto es solo el comienzo. Lo mejor está por venir».