Sábado, 02 de Octubre 2021, 01:26h
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En cierta ocasión, Camilo José Cela me hizo una observación muy atinada: «En España somos tan pobres que sólo nos da para tener una idea sobre las personas». Me la hizo, siendo ya octogenario, harto de que siguiesen asignando a su obra los mismos tópicos acuñados medio siglo atrás. Esta propensión tan española de simplificar o estereotipar la pluriforme realidad humana la han agravado, además, los medios de masas, que siempre trasladan una visión muy burdamente esquemática de las cosas, a veces por frivolidad, a veces por urgencia, a veces por regodeo en la abyección. Inevitablemente, las personas con presencia en los medios de masas terminan convertidas en ‘personajes’ que alimentan bulímicamente esa paupérrima propensión española al estereotipo, hasta ser percibidos como caricaturas sobre las que el público proyecta su simpatía o animadversión de las formas más rudimentarias y viscerales. Y así, por acumulación de percepciones erróneas o tergiversadas, el ‘personaje’ acaba convertido en un chafarrinón grotesco. Y hasta puede ocurrir que la persona convertida en ‘personaje’ caiga en la tentación de parecerse al estereotipo deformante que sobre ella se ha popularizado, por no ‘defraudar’ a sus seguidores u odiadores. Así sucede aquello que Luis Alberto de Cuenca relata en uno de sus poemas: «Luego / está el tema de las sendas perdidas / y el de esas partes de nosotros mismos / a las que traicionamos por servir / a una sola faceta (la peor, / la más absurda y menos favorable)».
Apenas se repara en el esfuerzo racional que obliga a Elisa Beni a defender tesis contrarias a las que se esperarían del estereotipo impuesto
Esta propensión tan española a la simplificación y el estereotipo que los medios de masas exacerban me subleva muy especialmente cuando se dirige contra personas valiosas a las que he tenido la suerte de conocer y tratar íntimamente. Así me ocurre, por ejemplo, con la periodista Elisa Beni, sobre la que mucha gente me inquiere malévolamente, dando por supuesto que le dedicaré algún exabrupto o palabra agria (sin duda, quienes me preguntan se han formado una idea estereotipada sobre la periodista, pero también sobre mí mismo). Como es vehemente y perspicua y muy expresiva en sus intervenciones (y suele, además, salir triunfante o al menos no mal parada en los rifirrafes), Elisa Beni se ha ido convirtiendo en una suerte de ‘idolesa’ para cierta parroquia progresista; y, desde luego, en una de las ‘bichas’ más odiadas para cierta parroquia conservadora. Pero creo que ambas parroquias, cada una a su estilo, captan muy burdamente el ‘personaje’ que han confeccionado, ya sea para ponerlo en un pedestal o para derribarlo en el fango; y en cambio se desentienden de aquellas facetas suyas que la harían más difícil de encajar en sus estereotipos. Elisa Beni –que, desde luego, pisa con arrojo todos los charcos– no ha tenido rebozo en pronunciarse, por ejemplo, contra los delirios transgeneristas, provocando la reacción rabiosa de sus delirantes partidarios. Y lo ha hecho porque, más allá de los postulados progresistas que defiende, se niega a humillar su razón, se niega a suplir su juicio con emotivismos o consignas irracionales, por muy provechosas que resulten en la presente coyuntura.
Pero el sectarismo reinante exige que los ‘estereotipos’ que creamos no osen llevarnos la contraria y se queden quietecitos en la casilla que les hemos adjudicado. En el caso que mencionábamos de Elisa Beni –‘idolesa’ o ‘bicha’, según defienda o ataque tales o cuales tesis– sólo se suele reparar en la vehemencia con que expone sus argumentos; y apenas se repara, en cambio, en el esfuerzo racional que la obliga a defender tesis contrarias a las que se esperarían del estereotipo impuesto. Y mucho menos aún se repara en otras facetas que se esconden detrás de su fachada polemista y que sin embargo son su verdad más íntima, su vocación más plena. Que en el caso de Elisa Beni es literaria; pues es en la literatura donde mejor se vuelca esa rara aleación de su carácter –razón y pasión en fecunda pelea– y donde mejor acomodo encuentra su perspicacia. Para ser escritor no basta con tener la ‘muñeca suelta’ (como se supone que la tienen, o al menos la tenían, muchos periodistas); hacen falta también una serie de condiciones propias de la perspicacia creadora: inteligencia arquitectónica para urdir tramas, penetración psicológica y vibración humana para moldear personajes, imaginación fecunda y varia. Estas facetas de la perspicacia creadora son las que he descubierto leyendo las novelas de Elisa Beni, muchas menos de las que debería haber escrito, porque siempre hay «partes de nosotros mismos / a las que traicionamos por servir / a una sola faceta (la peor, / la más absurda y menos favorable)». Y porque, como un día me dijo Cela, en España somos tan pobres que sólo nos da para tener una idea sobre las personas.
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