A finales del siglo XIX, y durante las primeras décadas del XX, muchas crónicas de sucesos de las grandes urbes gallegas se escribían en las zonas portuarias y sus calles cercanas. Sus protagonistas eran humildes aldeanos que soñaban con América y timadores de todo pelaje, miembros a veces de pequeñas mafias en las que no faltaban funcionarios corruptos. La Voz dibujaba en sus páginas aquel paisaje que (teléfonos móviles aparte) no debía de ser muy distinto al de los puertos africanos de donde hoy salen los cayucos
Jesús Flores